Es la primera vez que
cumplo 21 años, una cifra que a base de venta de bebidas alcohólicas y
películas americanas se ha grabado en la mente. No es lo mismo cumplir 14 que
21 como no es lo mismo que te guste la Fanta
de naranja o de limón (yo no confío en los limoneros, ni siquiera saben si su
bebida es amarilla o verde). Dicen que con 21 ya sólo te queda crecer
cognitivamente porque el resto de tu cuerpo necesita tomar un respiro antes de
que vuelvas a la carga con más café y tabaco. Con 21 ya eres totalmente legal,
ya no hay barreras que te prohíban esto o aquello, estés en Rusia o EE UU, seas zurdo (lo siento) o diestro, del Madrí o del Barsa. La
única barrera que preocupa ahora es si algún día podrás cocinar algo más que
los tuppers de tu madre.
Nota importante: por cierto, tu pecho sigue vibrando cuando tu misma madre, pese a los 202 kilómetros de separación, te envía por Whatsapp una pista de sonido con una melodía monódica e imaginas inmediatamente esa tarta de plástico, con su altavoz, que te ha acompañado desde que te alcanza la memoria y cuya memoria no quieres olvidar. Ese juguete es tan indestructible que sobreviviría sin rasgarse durante una semana con la División Azul.
Nota importante: por cierto, tu pecho sigue vibrando cuando tu misma madre, pese a los 202 kilómetros de separación, te envía por Whatsapp una pista de sonido con una melodía monódica e imaginas inmediatamente esa tarta de plástico, con su altavoz, que te ha acompañado desde que te alcanza la memoria y cuya memoria no quieres olvidar. Ese juguete es tan indestructible que sobreviviría sin rasgarse durante una semana con la División Azul.
Ya son 21 otoños. Sum 41 ya no suena también y las
agujetas te duran dos días, no tienes esa capacidad gomaelástica que tanto desarrollaste cuando jugabas a saltar desde
una escalera, y otra más, y otra más, y otra más. Y esguince. Va siendo hora de
plantearte ser un ciudadano honroso (y pagar las multas) o un sujeto
irreverente (multar). Hay gente que ya tiene planeada la boda con tu edad. Te
asustas. Miras a tu alrededor. Ves solteros. Te calmas. De repente, se abre una
ventana en Facebook en la que lees una felicitación y te dicen: “Tienes
edad para tener un hijo”. Un bebé. Te
requeteasustas.
¿A dónde vas con un hijo? Estaría más a gusto si los pañales
los pusiera el Manostijeras, un
alivio si lo comparamos con la destreza del que escribe estas líneas. Tarea más
complicada es buscar una acompañante –hasta el momento, sin noticias de ella-
para estar pensando en la descendencia (la estirpe Pulido tendrá que esperar a
que el único varón aclare sus prioridades). Está bien eso de curiosear con los
embriones ya crecidos de otros, de incluso disfrutar con ello, pero párate los
pies, hombre. Termina la carrera
primero, anda. Y aprende a meter comida en los tuppers tú también.
Tío, son 21 y hay una lista cosas que deberías haber hecho
ya. La primera y principal es alquilar un descapotable y fingir que te
diviertes cuando el viento te da en la cara mientras te la desfigura, que sólo
será válido si vas camino de la playa, en una carretera totalmente desierta y
una mujer (bastante apañada) te ríe cada una de las gracias que sueltas por la
boca. No sé a qué esperas. Tu madre
tiene que haber oído de tu boca un mínimo de diez Te quiero’s que amorticen todo el sufrimiento que le hiciste, le
haces y le harás durante otros 21 años más, cuando ya tengas 42 y tu barriga cervecera luche contra los dos últimos
botones de la camisa en una cuestión de respiración
o muerte. Requisito indispensable para enorgullecerte es que hayas pinchado
(y cambiado) la rueda del mismo coche dos veces (logro desbloqueado para mí).
Son unos 21 años bien aprovechados si te han roto el corazón por cuernos/pagafantas/alitosis y aprendes a
desconfiar en las mujeres hasta que te vuelvan a mutilar el alma. También vale
con identificarte con las canciones de Iván
Ferreiro, experto en suturas. Si no es así, puedes convalidar tu agonía con
El lado bueno de las cosas o El Gran Gatsby, piezas cinematográficas
que acarician los extremos de la euforia y la nostalgia, todo ello acompañado
de un buen vaso de Starbucks con tu nombre,
que es algo que a todos hace tilín y no la cutrez de Coca-cola.
Aunque el paso definitivo para cerciorarte de que has subido
un escalón es el de congelarte en el botellódromo
(una palabra que debería admitir la RAE en breve). Tus huesos te piden un
resguardo, una cochera, una casa o, mejor aún, un pub para sustituir el kit
guante-cubata por terraza-fríodecojones-cigarro.
Te gusta sufrir en el corralito, aunque si es en compañía de gente que comparte
tal grado de masoquismo, la (mala) conciencia mengua razonablemente. Será mejor
que entres dentro y no aceleres la
artrosis.
Toca hablar de las expectativas laborales, un campo vasto y
abierto para los jóvenes (?). Pero, qué coño, hoy es mi cumpleaños, para algo que hay que celebrar…
PD: Acepto regalos.
Mi Twitter: @Ninozurich.
*Fotos tomadas de 123rf y Wordpress.
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