Nunca creyó en el amor a escondidas.
Es indigesto. Traicionero. Como una película de Trantino a
los ojos del más Hanekeiano, vibrante
pero desconcertante, acumulador de tanto odio como de lágrimas de belleza. A lo
peor es porque el sufrimiento se olvida al recordarla. Sí, es eso, es lo que
provoca la adicción a él. Pese a que nadie les viera pasear juntos ni pateando
hojas de otoño ni juntando sus narices rojizas por el frío en mitad del primer
banco que les presentó, casi de casualidad, cuando ella sostenía los Besos de arena de Reyes Monforte y él
patinaba sin quitarle ojo. Ahí comprobó que una historia de amor también nace de
un golpe de farola. También, en cierto modo, ayudó que ella se riera al
levantar la mirada de las páginas. El encuentro con el espigado mobiliario
urbano le dejó un melón por pómulo. Aun así, volvió a mirarla con una sonrisa
desfigurada, algo bobo.
Pero era un amor a escondidas. Invisible para el resto. A
veces, hasta invisible para sus propias almas, resignadas a conformarse con
noches mojadas de Y si…porque, una
vez más, volvía a ser indigesto. Y traicionero. Sobre todo para sus padres,
unos verdugos enclaustrados en las épocas más añejas del tradicionalismo. De
hecho, su casa estaba adornada con crucifijos en váteres, salones y mesitas de
noche, incluso la televisión combatía a Jorge Javier Vázquez con una virgencita
de Guadalupe cerca de la peana del plasma. Nadie conocía su efecto.
La habitación de Pedro, aún con la mejilla enrojecida, tan
sólo distaba a diez pasos de la de Laura. Diez leguas en su consciente.
Imposibles de salvar. Ni tan siquiera a la noche se atisbaba luz bajo la puerta
de su hermanastra y sentía cómo era la luz de su cuerpo la que se apagaba al
tiempo que se consumían más y más horas de restricciones. No se escondían, les
obligaban a ello.
El padre siempre dijo que Pedro era idiota, que era
imposible enamorarse de alguien que no le miraba, que volvería a manotearle si
le encontraba reojeando a Laura, que volvería a romperle el brazo. Y al tanto
mimaba su gorra militar, que acaparaba más caricias que Pedro recibiría en toda
su vida. Había pasado la vida entre papeleo burocrático por su incompetencia
con un rifle, lo que era motivo para alardear sobre sus presencias en unas
guerras que únicamente pasaban en el escritorio de su imaginación. Le gustaba
consolarse en las mentiras. Pero nadie lo sabía. Sólo él. Y eso, según los
principios de un reprimido, la otorgaba la potestad de coartar a su hijo. Como
si se conformara con ganar esa batalla y perder la medalla más valiosa.
La madre era liberal. Costaba entender la unión con el
militar, cimentada a base de adobe y engaños, como todas las anteriores
conquistas campales. En realidad, nadie se explicaba tal matrimonio, construido
con tantas cenizas de otros que no se molestaban en fingir su total apatía del
uno hacia el otro. Decían que follaban bien. Suficiente para (mal)formar una
familia. Siendo liberal, no había que preocuparse de nada más.
Inquietaba que entre esa masa caótica surgiera todo lo
contrario. Laura siempre obvió cualquier tentativa por cambiarlo y se refugiaba
en las páginas con olor a pintura, adictiva, para ignorar lo que ocurría fuera
de las paredes, mucho más roído. Era un amor a escondidas y, como tal, no debía
salir.
Nadie lo podía ver. Ni sentir. Tampoco sus protagonistas.
Mi Twitter: @Ninozurich.
**Foto tomada de CoverMyTunes.
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