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viernes, 22 de noviembre de 2013

Párrafos sueltos (volume III)

Nunca creyó en el amor a escondidas.

Es indigesto. Traicionero. Como una película de Trantino a los ojos del más Hanekeiano, vibrante pero desconcertante, acumulador de tanto odio como de lágrimas de belleza. A lo peor es porque el sufrimiento se olvida al recordarla. Sí, es eso, es lo que provoca la adicción a él. Pese a que nadie les viera pasear juntos ni pateando hojas de otoño ni juntando sus narices rojizas por el frío en mitad del primer banco que les presentó, casi de casualidad, cuando ella sostenía los Besos de arena de Reyes Monforte y él patinaba sin quitarle ojo. Ahí comprobó que una historia de amor también nace de un golpe de farola. También, en cierto modo, ayudó que ella se riera al levantar la mirada de las páginas. El encuentro con el espigado mobiliario urbano le dejó un melón por pómulo. Aun así, volvió a mirarla con una sonrisa desfigurada, algo bobo.

Pero era un amor a escondidas. Invisible para el resto. A veces, hasta invisible para sus propias almas, resignadas a conformarse con noches mojadas de Y si…porque, una vez más, volvía a ser indigesto. Y traicionero. Sobre todo para sus padres, unos verdugos enclaustrados en las épocas más añejas del tradicionalismo. De hecho, su casa estaba adornada con crucifijos en váteres, salones y mesitas de noche, incluso la televisión combatía a Jorge Javier Vázquez con una virgencita de Guadalupe cerca de la peana del plasma. Nadie conocía su efecto.

La habitación de Pedro, aún con la mejilla enrojecida, tan sólo distaba a diez pasos de la de Laura. Diez leguas en su consciente. Imposibles de salvar. Ni tan siquiera a la noche se atisbaba luz bajo la puerta de su hermanastra y sentía cómo era la luz de su cuerpo la que se apagaba al tiempo que se consumían más y más horas de restricciones. No se escondían, les obligaban a ello.

El padre siempre dijo que Pedro era idiota, que era imposible enamorarse de alguien que no le miraba, que volvería a manotearle si le encontraba reojeando a Laura, que volvería a romperle el brazo. Y al tanto mimaba su gorra militar, que acaparaba más caricias que Pedro recibiría en toda su vida. Había pasado la vida entre papeleo burocrático por su incompetencia con un rifle, lo que era motivo para alardear sobre sus presencias en unas guerras que únicamente pasaban en el escritorio de su imaginación. Le gustaba consolarse en las mentiras. Pero nadie lo sabía. Sólo él. Y eso, según los principios de un reprimido, la otorgaba la potestad de coartar a su hijo. Como si se conformara con ganar esa batalla y perder la medalla más valiosa.

La madre era liberal. Costaba entender la unión con el militar, cimentada a base de adobe y engaños, como todas las anteriores conquistas campales. En realidad, nadie se explicaba tal matrimonio, construido con tantas cenizas de otros que no se molestaban en fingir su total apatía del uno hacia el otro. Decían que follaban bien. Suficiente para (mal)formar una familia. Siendo liberal, no había que preocuparse de nada más.

Inquietaba que entre esa masa caótica surgiera todo lo contrario. Laura siempre obvió cualquier tentativa por cambiarlo y se refugiaba en las páginas con olor a pintura, adictiva, para ignorar lo que ocurría fuera de las paredes, mucho más roído. Era un amor a escondidas y, como tal, no debía salir.


Nadie lo podía ver. Ni sentir. Tampoco sus protagonistas.



Mi Twitter: @Ninozurich.

*Aquí los volúmenes I y II.



**Foto tomada de CoverMyTunes.

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