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miércoles, 9 de octubre de 2013

Un sorbito de feria

La feria.

Convierte la noche en madrugada abarrotada. No es fácil ser feria, y menos en Mancha Real, donde hasta el sol levanta ampollas por salir antes de tiempo. Se deben reunir unos requisitos para que cuatro días sueltos de octubre acaben por reinar después de un año de barbecho.

Para ello, uno dispone de: a) un vaso; b) algo con que rellenarlo; c) una pizca de descaro, y d) una bocina en la caseta de copas. Esto último, imprescindible para aderezar los pasos de baile con un susto y muy útil si se adolece de narcolepsia, puesto que se trata de un remedio que erradicó cualquier cabezada malvenida.

Una vez vestido e impregnado de desodorante para pasar sudorosamente inadvertido desde las 17 horas hasta...caer rendido cerca de los robots pisaúvas, es necesario que, a lo largo de la feria, no olvides reírte, aunque el Guadalquivir se asome por tu espalda.

Sugiero, modestamente, entablar conversaciones con franceses, alemanes o italianos que enriquezcan tu mente en un lugar de culto y flanqueado por Sheriton y un tal White Horse, poco comedido en tierras manchegas. Es preciso que cenes una vez, al menos, en Los Chiquitines y otro par de ocasiones en Ángel, siempre tan socorrido. Esta gula te permitirá bajar hacia the big bottle con tal confianza que obviarás el pequeño lamparón en tu camisa nueva.

Mención especial para aquellos que, aun con la palidez del vino blanco, consiguen 13 aciertos en la quiniela y ganan sólo 60 euros, porque siguen sonriendo y se congratulan porque son sus amigos los que valen millones. O por los que bombardean a base de "Eo qué?" a sus colegas (vía Whatsapp) a las siete de la mañana porque saben que encontrarán una risa (o iconos de coches policías o ambulancias) al despertar.

Conocer la resaca sobre las tres de la tarde te recuerda que no fue tan buena idea ingerir 11 taponcitos de Jägermeister y que, quizá, ron, ginebra y güisqui no convivan en perfecta armonía. Ya es tarde, estás sentado enfrente de un montadito en el ferial (que poco has pisado) y apenas das dos mordiscos cuando a) y b) se alían para que d) te sugiera que te pasaste de c). Vuelve a ser tarde, tus pies ya bailan, pero te falta algo.

Y te das cuenta de que existen otros pasos más arriesgados para aquellos que conciben estas fiestas con auténtico fervor, actividades que distinguen al experto. Entre ellas, hacer la cucaracha donde te plazca, subir a la barra de la caseta, conseguir un turrón por 20 céntimos (y tirarlo), provocar una guerra de barquillos (o galletas o cucuruchos o "di Pamplona" o como se llamen), amagar con caerte (varias veces), discutir sobre un topor y un portugués o c(r)oquetear con el césped mientras disfrutar del espectáculo piromusical.

Pero nada (repito: NADA) puede compararse a la ascensión de adrenalina que supone entonar los coros de "Mi gran noche" y mantear a (medio) Raphael como si Europa entera concedieron 12 points a tal derroche de energía.

La putada es que esto sólo ocurra una vez al año y que los sorbitos de quienes nos alegran nos sacien por unos instantes, pero potencien su adicción en un futuro próximo. Octubre 2014 is (fortunately) coming.



AVISO: No existe ninguna gota de ironía en estas líneas. Fue la mejor feria de mi vida.

Mi Twitter: @Ninozurich. 

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