Después me mareé. Y más después cuando la repetí dos veces. Una, como prometí, a la salida de la Kapital, justo antes de que Oliver (te quiero) oficializara mi nombramiento como polluelo del grupo. Hacer la voltereta del Batxe es como romper el cascarón. Da igual si acabas en la mierda de los contenedores, pues es un movimiento imposible de parar: una adicción. La tuve que hacer una vez más para cerciorarme de que no era un sueño. El Batxe es real. Tanto, que supera la ficción. Esta cuadrilla tiene un comportamiento tan sano y unos valores tan naturales que es improbable no sentirse acogido, a pesar de que los (intentos de) chistes de Carlos provoquen el efecto contrario: en cuanto uno los escucha quiere salir corriendo de allá. Literalmente. Creo que somos de la misma especie.
Este tipo de fin de semanas se deben comenzar siempre de la misma manera, mojando los labios en cerveza y pensando en comida. Era viernes y ya estábamos en una terraza sentados Laura, Patricia, Oliver (te quiero) y yo, aguardando al resto de la comitiva para seguir bebiendo y seguir comiendo. Tres mesas nos estaban esperando en Saona para todo lo que tuviera que ver con llenar la panza. Recuerdo que una vez sentados fue una conversación complicada con Maite, cuya contestación más cariñosa fue un "muy bien" cuando le contaba mis cosillas. Tuve que emplear mis mejores armas para intentar sacarle una sonrisa: hablar de fútbol sala. Total, que casi se viene a Lituania este finde. La comida estaba espléndida para (casi) todos menos para Natalia, que tiene una especial cualidad para quejarse de todo lo que le ponen en la mesa. Al menos lo admite, es sincera y no engaña a nadie, casi no se quejó. Una maravilla. Como Sandra, que a todo responde con una sonrisa. No queda nada de aquella mueta que veía en ciertos vídeos de fiestas alentando la borrachera de Laura, que se pone muy graciosa en esas lides y más cuando se sube a un barril de cerveza dentro de una carpa para acabar tirando a Maite al suelo. Claudia no parece que haga esas cosas, pero me temo que con semejante peña lo más probable es que también esté contaminada.
Al acabar la velada se levantó algo de lluvia y viento, por lo que tuvimos que recurrir a Leo para saber adónde ir. No estaba claro, todo estaba lejos y abarrotado, pero él siempre hallaba la solución para seguir. Alguien tenía que olfatear en busca de cubatas. Tanto buscamos, que nos pasamos. No he visto cubalibre tan delicioso como para pagar 20 euros por él en un antro con las baldosas levantadas y finales felices poco concretos al final de la barra. El lugar estaba vacío, como no podía ser de otra forma con semejante márquetin. La idea pasaba por beber en el hostel, que sin explicación alguna permanecía abierto hasta las 3 de la mañana. Lo que no habíamos previsto es que un amargado trabajador privaba de la entrada a todo aquel que no llevara la horrible pulsera de la habitación atada al brazo. Parecía que no había alternativa para Laura y para mí hasta que apareció Xenia para convencer al hombrecillo y permitirnos una copa decente en compañía. Con esa personalidad era evidente que Rubén, su novio, había caído rendido a ella, ya que era imposible que fuera al revés por sus dotes de comer paté a mordiscos. No tengo ni pruebas ni dudas.
Para el día siguiente quedaba reservado el plan estrella del Batxe. Olaia y Andrea organizaron los dos eventos más esperados del fin de semana: la experiencia sensorial y gastronómica en Papúa Colón y el mencionado desfase en la Kapital. Creo que Olaia es la tipa que mejor y más rápido hace las cuentas después de la comida: uno no se tiene que preocupar por pensar ni del vermú de antes ni de lo que hay que poner después. Te lo da todo hecho: "Es esto, ponlo". Adoramos esta disciplina y perdonamos que le guste el Bitter Kas. Todas las heroínas tienen su punto débil. El mío, desde luego, ya lo he encontrado: el puto cóctel de ese sitio. Jamás he comido ceniza, pero sí la he bebido. Ese brebaje del infierno que se me preparó por recomendación del camarero no puede ser otra cosa que escupitajos de Lucifer. De güisqui no tenía nada y sí mucho de picante y decepción. No pude entender cómo a los cabrones de Carlos y Oliver (aquí no te quiero tanto) les gustó. Es algo contranatural, como no ser del Real Madrid. Por suerte, DM sí que es un chaval con cabales y me apoyó en esta fastidiosa sensación. Más agradable sabor tuvo la merluza que degustamos a la vez que descubríamos Laura, Natalia, Sandra, Naioa —o Naoia, como me salga, no se puede tener tantas vocales juntas— y yo nuestras citas con la alta sociedad europea en el château de Ursula von der Leyen. Sin embargo, no conseguimos conquistar al metre.
A la noche, tras la ingesta de 546.545.615 pizzas, nos dirigimos a la famosa discoteca. Andrea, como anfitriona nocturna, es la muchacha que más fuerte le da a las columnas. De milagro no volcó una de las que estaban en el reservado del lugar. Es sonar una canción de reguetón y se para el mundo, explota el megatrón y Joaquín Prat tontea con una rubia. Son las tres señales de que se va a saltar en aquel balcón y que todo lo que no sea seguir la melodía (con conga o sin conga) será motivo de expulsión más allá de la cinta, seas de Córdoba o no. Yo creía que Nerea, la cazafamosos, y Patricia, a la que me quedé con ganas de ver con pacharán en mano, eran personas correctas hasta que las vi con unos centilitros de ginebra y vodka. A todos nos gusta cantar "¡van a ir al camión!", así que todos de unieron. Yo no lo sabía, pero a mí también. Y no fue lo más impactante, habría que ver a Laura lanzarse al sofá en plancha, desfallecer y posar a lo Titanic. Antes, para ir calentando, zarandeó su sujetador a modo de libertinaje. No miento. Todo está grabado. Hay pruebas gráficas. Como también las hay del concierto privado con el que los tres tenores —sin decir quiénes son— deleitaron a un público guiri y entregado a sus entonaciones y regalos tomboleros. Lo complicado no era entrar, sino salir de ahí. A lo Maite.
Al día siguiente, San Resaca, el erial era visible en la cervecería Santa Ana, como buenos riberos. Entraba la cerveza, pero a menos velocidad que las horas anteriores. Allí todos estábamos espatarrados sobre las sillas, síntoma inequívoco de que la noche anterior fue tan memorable que se recuerdan volteretas de varios miembros a pesar de que algunos no las recuerden. Lo que sí es imborrable es el cariño que uno siente en un grupo (al principio) desconocido. Se puede hablar con uno, con otro, con el otro uno y con el anterior otro y siempre encontrará una palabra de amabilidad —también en Natalia, claro—, estar a gusto, como con ganas de más. Así me siento: con ganas de ponerme el pañuelico rojo e ir directo a Buñuel, escuchar los altavoces con el himno de Navarra y las noticias del día, reírme con el paloteao y luchar por el brazalete de capitán por medio del duro. Creo que tengo un nuevo objetivo en la vida. Y todo por salir de la Kapital haciendo la voltereta.
Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografías propias de el Batxe.
Antonio bienvenido al Batxe, ya estás tardando en devolver la visita!! Un abrazo, ya te prepararé un cóctel marlboro suavecito cuando vengas
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