Páginas

martes, 7 de septiembre de 2021

Fuck Lisboa

He estado en Lisboa. Con gente. Hemos estado en Lisboa y el primer día (madrugada) no podría haber sido una mejor representación de lo que estaba por venir: cerveza, patinetes eléctricos y una concatenación de malas decisiones que acabaron con nosotros en el suelo, bien borrachos o/y bien doloridos. Sólo así se explicaban las noches en las que combinábamos raves improvisadas con franceses, intercambios culturales con alemanes, conversaciones políticas con un albanokosovar o juegos direitos con portugueses. De hecho, nuestro ciclo en Portugal se resumió en compañía de dos holandeses borrachos: un cuarentón que se agarró a nosotros la primera noche y un veinteañero que nos hizo la despedida en la última mientras berreaba un fuck a todo lo que no estuviera bajo los colores del PSV Eindhoven. Fuck Cruyff. Fuck Mathijsen. Fuck Iniesta. Fuck Kluivert. Fuck Xabi Alonso. Good Ronaldo. Very good Robben. No hubo momento alguno en el que no le diéramos la razón. No podía ser de otra forma habiendo un río a nuestras espaldas.

Nuestro viaje a la capital no se hubiera podido entender sin una cerveza en la mano. En este apartado, la llegada de Paco al segundo día fue determinante, el empujón que nos faltaba incluso para comprar alcohol en una pescadería. Era como una regla que provocaba una crisis existencial: si a los 10 minutos no teníamos algo que echarnos a la boca nos encontrábamos tristes y desorientados, preguntándonos qué coño habíamos venido a hacer a Lisboa si no era a otra cosa que a beber y a subir cuestas, lo que nos llevaba a adentrarnos en una relación de amor-odio con la ciudad. Todas las calles tenían putas cuestas. Para arriba y para abajo. El mayor consuelo que teníamos es que había seis personas de las siete que formábamos el grupo que lo estábamos pasando mejor que la otra, de la que sólo diré que se apellidaba Álvarez. Y no era el cojo. Su deseo fue, siempre que el sueño no se lo impidiera, coger cualquier vehículo motorizado con tal de evitar las pendientes: ya fuera un tuc-tuc, un patinete o el tranvía más macabro de los que se han conocido, a riesgo de romperse la crisma en cualquier frenazo. Coger un tranvía en Lisboa es una actividad autolesiva, como si uno cediera voluntariamente su cuerpo al frenesí de un amasijo de hierros sin control. Aquella tortura sólo era comparable a la incontinencia verbal de Tomás en una mañana de resaca. No fallaba.

Entre dolencias varias y Efferalgan efervescente, arrancábamos cada día con la firme intención de hacer turismo, pero el plan se iba menguando a medida que avanzaba el día. Uno de los planes primarios, cuando estábamos sobrios, era coger el coche para visitar alguna ciudad cercana. Aquello se disolvió tan rápido como lo hacían las pastillas, por lo que nuestra decisión se basó en conocer Lisboa de manera exclusiva. Para ellos disponíamos de Estepa que, al margen de destrozarle el hombro a Ale Hidalgo, también ejerció de guía personalizado y experimentado. Nos llevó a rincones preciosos donde conocimos panorámicas de la ciudad realmente bellas, siempre con las protocolarias paradas entre cuestas y cuestas para repostar energías. Nunca había que olvidar que teníamos dos objetivos durante el viaje: enriquecernos culturalmente e hidratarnos. A veces, incluso comíamos. Sea lo que fuere: bacalao, almejas, arroz, gambas o bocadillos aceitosos de kebab con una salsa amarilla que jamás sabremos qué la componían. Además, hacíamos algo curioso: nos tomábamos el postre antes de la cena, algo que rara vez se puede hacer si no compras el pastel de Belém en Belém. Necesitábamos energía después de otro viaje en patinete eléctrico por las aceras adoquinadas de Lisboa. He llegado a pensar que esta ciudad, en ocasiones, te quiere matar. Pero no lo hizo y, en cambio, nos regaló un precioso paseo por el Monumento a los Descubrimientos (con parada para cerveza), la Torre de Belém (con otra parada para más cerveza) o el paseo marítimo (con cerveza, obvio, enfrente del río). Tuvimos la suerte de bendecir a una prometida ante la llegada de su incipiente boda. Somos gente completa.



Pero hay una persona por encima del resto que hizo posible que las costumbres se convirtieran en hábitos. Eloy fue la quien gestionó de tan buena forma el dinero que no tuvimos conflicto por ello. Siempre nos cubrió de necesidades y nos agasajó con un botellín cuando más lo necesitamos. Negoció de manera excepcional con la gente de mochila. Fue nuestro macho alfa y ni siquiera su derrota en el Campeonato Mundial de Cabezazos Frontales empañará su buen hacer a cada paso que dábamos. Incluso cedió amablemente su brazo para que me agarrara en cualquier momento del paseo. Un gesto que le honra. Sin rechistar ante mi evidente cojera. Un héroe con cicatrices de guerra en la frente como las tendrá, al menos durante unos días, Ale en su cara. Fue víctima de manera imprevista de una encerrona en su rostro: acabó como un actor porno de los años 70, con la única barba que un bigote y la cara brillosa. Un semental estratosférico.

Ha sido el primer finde de cremas, pero no será el último de un grupo que nació para hacer deporte y que sigue siendo sano, pero desde otra perspectiva: la mental. Queda el compromiso de que al menos una vez al año podamos seguir desconectando con carcajadas, pedos, eructos y fucks a todo lo que nos amargue la vida. Menos a Lisboa. Esto es otra cosa. Fuck Lisboa. Ha estado guapísimo.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografías propias de esta panda de hijos de puta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario