Los diez segundos que transcurrieron desde el equipo parisino sacó de centro tras encajar el segundo gol y Benzema completó su triplete es puro misterio. Pareció que al PSG le adueñó un aturdimiento repentino, perdiendo el sentido, la orientación y el corazón. Para ese momento el Madrí ya sabía que la eliminatoria estaba ganada, pero la inercia que se promueve es tan atractiva que resulta inevitable no subirse a ella y aprovecharla. Como diría Manuel Jabois, sería como "renunciar voluntariamente a la felicidad".
La épica que salpicó el cruce de megaproyectos se acrecentó al descanso, cuando Mbappé, una vez más, destrozó toda ilusión del cuadro de Ancelotti. Los madridistas iban dos goles abajo y, lo que era más preocupante, sin atisbo alguno de que aquello se pudiera voltear. Y seguía sin haberlo en el inicio de la segunda parte, con una constante sensación de terror si el trilero cogía la bola, aunque estuviera en fuera de juego. Era terror lo que se palpaba en cada arrancada. Pero el Real tiene estas cosas: no le vale con estar sobre la lona, pues una simple bocanada le da toda la vitalidad necesaria. Y Donnarumma le dio una bombona de oxígeno en el momento del exhalación. A la tercera vez que Benzema respiró el cadáver resucitó.
Lo demás es Historia por hacer.
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*Fotografía propiedad de Manu Reino (Getty Images Europa).
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