La sonrisa de mi pareja es lo que más me llena. Uno pone compromiso e invierte su tiempo para ser correspondido no ya con una recompensa material, sino con un gesto limpio, pulcro y sin resentimientos. Sin precio. Uno quiere ser feliz y lucha para que sean los dos, en ocasiones con mejor resultado que en otras, pero aun en un vínculo afianzado en el tiempo pueden llegarse a dar hartazgos malavenidos. Quizá sea la familia la única que ofrezca una sensación plena, posiblemente porque la sangre es inseparable, no se la puede uno sacar de encima por mucho que rasque con estropajo. Está y punto.
Muchas veces hay alegría. Muchas veces hay desgana. Muchas veces hay esfuerzo. Muchas veces hay resignación. Muchas veces no hay nada. ¿Qué se puede hacer cuando no hay nada? Hacer algo o no hacer nada. ¿Qué se puede hacer cuando se hace todo y no se recibe nada? Dormir. Volver. Huir. ¿Qué se puede hacer cuando uno es el problema de todo? No lo sé, ni siquiera sé qué puedo hacer cuando se cree que ya se ha hecho casi todo. Quizás llorar.
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*Fotografía tomada de Archzine.
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