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domingo, 13 de octubre de 2024

No es tu oficina, pero sí la de todos

No tenía ninguna esperanza en esta serie cuando un compañero de trabajo (sí, de trabajo) me la recomendó. De hecho, es una de esas de las que siempre has oído hablar porque pertenecen a la antigua generación, las anteriores al boom de las plataformas audiovisuales, cuando no te vomitaban todos los capítulos de una vez, es decir, cuando podías comentarlas más allá de las dos primeras semanas de lanzamiento. The Office rompe la cuarta pared, que se dice, y de ella sólo conocía los típicos memes que circularon años y años por internet. Ni siquiera los identificaba con ella. Hasta que los reconocí en su contexto.


He de admitir que soy de aquellos que no vieron ciertas series cuando se presuponían en su más alto apogeo. Me pasó con Twin Peaks, Los Soprano, Perdidos o The Big Bang Theory, por ejemplo. Por eso no me resulta extraño compartir mis impresiones en un blog atemporal sin pretensión de que nadie me responda. Con ellas las degusté de principio a fin, sin que nadie me interrumpiera, pero el caso de The Office fue pereza. Hice un primer acercamiento en su primera temporada, de seis u ocho capítulos, no lo recuerdo, y paré. Me anticipé a que la serie continuara de la misma forma que sus pilotos. No sé qué hice entre medias hasta volver, probablemente ver la juventud y madurez —primero— y niñez —después— de Sheldon Cooper. Y después conocí en profundidad a Michael Scott.

No soy de demasiadas risas ni en público ni en privado, pero me he reído por pequeñas gilipolleces. Sin embargo, no he soltado un "¡oh!" de alegría e inesperado hasta el penúltimo capítulo de esta serie. No haré un spoiler digno de un desalmado, pero cada capítulo de las nueve temporadas merecen la pena por ese pequeño instante en el que mi corazón dio un pequeño salto de alegría. No seré hipócrita, las situaciones que se dan en esa pequeña sucursal de empresa papelera de Scranton (Pensilvania) no se suceden —o eso espero— en las oficinas actuales, aunque es llamativo conocer que alguno de sus personajes sí tienen esbozos que cada uno de nosotros podemos hallar en nuestro puesto de trabajo. No es tu oficina, pero sí la de todos. Y eso mola.

Desconozco por qué, aunque lo pueda intuir, pero la pequeña familia de Dunder Mifflin ocupa un hueco entrañable en quien la ve al completo. No libran batallas épicas, pero se las inventan; no luchan contra la mafia, pero sí contra la extinción del papel; no cocinan droga dentro de una caravana, pero sí cultivan remolacha, y no hay linaje alguno en un trono, pero sí tenemos a los Schrute. Quizá porque se empieza con cierta condescendencia sobre sus vidas y se acaba empatizando con ellos: la cotidianeidad, a veces, es una virtud. La mayoría somos así.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de Gotham Sports Network.

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