Aquello que duele suele estar relacionado con una parte de
todos nosotros y, consecuentemente, con nuestra propia idiosincrasia,
personalidad o cada pedacito que queda de ellas a lo largo de la escultura que
el tiempo cincela. En la otra orilla, también disfrutamos, por qué no, de esa
vieja sensación de interesarnos por una meta que queremos degustar, al margen
de su temprano, tardío o imposible alcance. Durante dos días, Málaga acogió los
reflejos, ya convertidos en profesionales, de muchos que ocuparon las butacas
del salón que contuvo cultura, reflexión y enfermedad de la tinta, por
supuesto.
Uno que suscribe las líneas, que también asistió a las primeras jornadas que se organizaron en la roída y grisácea Universidad Complutensede Madrid, mantenía la viveza del aprendizaje y la curiosidad del niño que
atiende a cómo se anudan los cordones del zapato. El escenario era más
recogido, más fraternal e íntimo, y recordaba a la reunión que cualquiera
fecharía con las personas de estrecha relación y alma compartida mientras
acordona la leña ardiendo. El artículo de opinión, ligeramente vetusto, o la
columna, denominación que se le atribuyó a partir de los años 50, eran el fuego
y el motivo de la asamblea para oler letras, saborear pensamientos e impartir
algo de periodismo.
La primera parrillada se antojaba apetitosa, si bien el
público veinteañero que poblaba el patio era mayoría, entre los ponentes se
distinguían firmas frescas y joviales, los ídolos del momento para los incipientes
plumillas o para otros muchos cuya
tinta se torna entrecortada. David
Gistau inauguró el coloquio y a las pocas palabras alejó el protagonismo
para acercar al reportero. “Estamos coordinados con el periodismo”, dijo, y
enseguida desterró la imagen del batín y las zapatillas para relucir la libreta
y el lápiz. Manuel Jabois, que
además de ser estrella de rock en la intimidad o provocar el babeo de algunas
presentes también abastece de talento, secundó a Gistau y abogó por un “periodismo de ideas, el más difícil”, ese
que no nada hasta la superficie, sino que profundiza y descubre nuevas
perspectivas antes que sucumbir frente a una parrafada de futilezas.
Manuel Jabois. |
Para ser sinceros, no recordaba la solemnidad de Antonio Lucas, lo que no fue excusa
para sucumbir ante frases lapidarias, tan energizantes que te instan a zurrar
carteles políticos pese a que no abran boca. “La mitad de mi sueldo se lo debo
a los políticos”, aseguró en una de sus intervenciones más livianas respecto a
la gente de sobres y corruptelas. Aunque, afortunadamente, no acabó ahí y
siguió ilustrando: “La columna está diseñada para molestar, incomodar, y no ser
complaciente, una función cívica y con honestidad”. E incluso aportó ese grano
mordiente que se necesita para levantar juventudes, ese toque gamberro que
activa feromonas: “Los columnistas somos un cóctel loco o un ácido lisérgico
con muchos referentes y debe de tener un sello para ser diferente. Si te dicen frena, es que vas bien”. Aceleremos,
pues.
Lucas también
mencionó aquello de que “ser redactor aquilata vanidades”, no se puede vivir en
un universo con el sol del yo o con
el objetivo de “vivir en pose” en función de un personaje. “Es un simple
trabajo”, recuerda Gistau, quizá el
realista de la mesa, el aguador de ilusiones primerizas y la mano que anticipa
el tropezón. Ni complacerse ni acomodarse son opciones destacables, más bien
recaen en el almuerzo del fracasado y del indolente. El reporterismo aterriza
de nuevo en el escenario con la difícil intención de mejorar lo dicho y Jabois enciende el piloto rojo de su
micro: “Con 20 años no piensas en escribir columnas, piensas en cubrir guerras
o descubrir alguna tribu perdida”. Se cierra la palabra para dar alas a la
innovación del auditorio.
Las sillas han cambiado, aunque mantienen el verde esperanza
de los que se han ido. Llegan Teodoro
León Gross, Ignacio Camacho, Ángela Vallvey, Javier Caraballo y Antón
Losada en su intento de rasar las sensaciones de los anteriores ponentes.
La columna, decía Gross, no es la
guinda del pastel, sino la nuez y el núcleo del periodismo español. Y lleva razón,
en parte, porque, como complementaría Jesús
Nieto un día después, se trata de “la anomalía que convierte al periodismo
en genialidad”, de esa luz de creatividad que permite ver el cielo medio nublado
o medio soleado o, en términos técnicos que añadiría Camacho, “el principal valor añadido de la profesión”.
Aunque, también, habría que resaltar el poder de
concentración que comanda la opinión. Concretamente, en los propios lectores,
ávidos de metralla o de crítica, lo que suavizó Vallvey con un “nos gusta opinar de la opinión”. En España,
abundantemente, por lo que Caraballo
advirtió de que “el riesgo es la precipitación en la valoración” a la hora de
escribir valoraciones. En una esquina, como si se tratara de una discusión
fuera de su jurisprudencia, Antón Losada
pedía perdón por adelantado en su alocución: “Yo no soy tan optimista. El poder
[también en los pésimos empresarios de la comunicación] está comprobando que no
tiene coste, que es gratis y que, además, repite”.
La literatura, presente durante todas las horas, embocó
palabras en Juan Cruz, que resaltó
el espíritu de la columna como “un artefacto que no puede prescindir de lirismo
para vencer al tiempo”, justo después de escribir una columna en memoria de Castellet en tan sólo 20 minutos y ante mi mirada atónica mientras degustaba el
café de un trago sin despegar las gafas de su Mac, algo rasgado por los años y
por las garras gramáticas de su dueño. Es ahí, frente a unos periódicos arrugados
por los viajes y con el cabello blanquecino de Cruz agachado, cuando se potencia la vehemencia por un sueño, de
continuar con fogosidad hasta sobrepasar el organismo. Me espetó un “ya está”,
y nos fuimos de la cafetería del bar como quien se rasca el cuello, pero yo no
pude parar de pensar en esa facilidad y en la sencillez de su respuesta cuando
le interrogué sobre ella. “Es mi oficio”, dijo.
Al flashback
personal le escoltó Guillermo Bustutil
y la cadencia del Nuevo Periodismo. Posiblemente, la raíz que más veces
germina, deshoja anhelos, se extirpa y vuelve a replantarse para los neófitos de
la escritura. Y lo que más quebraderos aglutina a la hora del folio en blanco y
la negrura de mente porque “atrapar el tiempo y la opinión en un momento
determinado”, decía Fermín Galindo,
no es una tarea banal si se acumula talento.
La mañana siguiente, con rasgos ojipláticos por la docencia
recibida más que por los afectos a la cama, Juan Soto Ivars recalcaría la generalización de la tendencia al
linchamiento provocado por la irrupción del 2.0, algo así como la anarquía
absoluta de una comunidad de vecinos, aunque con el inconveniente de desconocer
el rostro de quien lanza cuchillos. De cierto modo, José Antonio Montano acudía a escudarle a dichos terrenos farragosos
cuando admitía que “la interacción es dinamita y erotiza la escritura”, es
decir, precipita las ideas y estimula la cavilación pese que a veces, y de esto
Clara Grima lo diseccionó a la
perfección, “Internet se convierta en una herramienta como lo puede ser un
cuchillo de cocina: para cortar filetes o para matar a alguien”.
Casi moribundo, Arcadi
Espada se abalanzaba hacia el micro con más abatismo que empeño. Habría que
especificar que Espada es un
personaje en sí del mismo calado del que huía Gistau en la jornada anterior, con calaña de firma estrella y, de
hecho, con mucha pose conscientemente asimilada, hasta el punto de que su
propia soberbia encierra más claridad que entreluces. Nunca provocará
indiferencia ni mediastintas en su
intervención, más bien atrapará tan potentemente en su discurso y requerirá tal
atención que sus detractores se enervarán de escucharle casi como un vigía. Me
cae bien, oye, porque es sincero (o dice serlo, ya dudo hasta de que su faceta
sea un pastiche –creo que era así-) y translúcido. Es eso o que quema energía
en que otros rían todo lo que él pueda evitarlo. Así es Arcadi Espada: “Algunos piensan
que Twitter es una revolución de la escritura, aunque no deja de ser una
necedad perdonable y obvia (…). Internet es la ocupación del espacio por parte
de la mediocridad”. Lo cierto es que disfruta con la verborrea de la
gente, sobre todo, si es él sobre la que gira y, a la vez, la vestimenta oscura
le perfila de forma tan rotunda como portero de discoteca que aplaca cualquier
tentativa de la que es objeto.
Arcadi Espada. |
Quizá Manuel Vicent,
con las canas y las arrugas que le regala el pasado, no pudo contenerse con
tanto desenfreno ilimitado y debatió vía Ortega y Gasset cara a cara contra la Espada: “O se hace literatura o se hace
precisión o se calla uno”. Cuando ya veía a don Manuel Alcántara desenfundar la pluma y montar en su mente el
tinglado del ring vino Justo Navarro a poner algo de
coherencia con acento malagueño-granadino, que si de algo sirve es para poner
la mueca entrañable: “Lo importante es escribir con justicia y verdad; lo
demás, son ganas de no entenderse”.
Antes o después, ya no logro alcanzar recuerdos por la
briega en la batalla, arribó Jesús Nieto,
más tarde que pronto, con el pelo alocado de ideas y el desparpajo fruto de la
miscelánea más rara avis que se pueda
encontrar entre los columnistas. Al principio, para los que no lo conocían, sí
que se autoadjudicó un tono demasiado sobrio: “El columnismo vive y sobrevive
del periodismo y de la literatura (…). Hay que exhalar actualidad por todos los
poros”, pero poco le duraron los escrúpulos, y si era necesario tirar de iPad y
WC para ilustrar un pensamiento, pues se hacía. Y desde la butaca, se
agradecía. Luis García Montero, con
algo menos de descaro, acertó plenamente: “La discusión entre papel o digital
no es la adecuada: hay que diferenciar entre buen o mal periodismo”. Con él se
fueron los aplausos. Y añadió: “Si se quiere información libre e independiente,
hay que pagarla”.
Mientras tanto, Manuel
Alcántara, quien definió al columnista como “un salvador de instantes y un
cazador de lo cotidiano”, no perdió detalle de ninguna de las ponencias que se
desarrollaron en torno a la opinión y a su
opinión, un mérito que con 86 años y sin ginebra en la sala parecería utopía.
Poco importa que fuera su aniversario puesto que no es necesaria una
celebración de tal índole para alabar la descendencia cultural que desarrolló
(y desarrolla) diariamente desde los últimos 40 años, pero una efigie de tan
altas dimensiones humanas bien merece un mínimo de reconocimiento a su calidez.
Manuel Alcántara. |
Que el virus de la tinta siga incubando.
Mi Twitter: @Ninozurich.
*Fotos propiedad de @santanadeyepes.
Excelente crónica, amigo, y gracias por tus atenciones esa tarde tan llena de historias apresuradas. Te lo agradezco mucho, tanto como tu escritura.
ResponderEliminarGracias a usted por pasarse por este humilde rincón. Fue toda una experiencia, muy enriquecedora.
EliminarMuy buen trabajo. Se nota tu entrega y pasión en el tema sin duda esta es mi entrada favorita pues las cosas que se escriben se han de creer en ellas con alma y racionalidad.
ResponderEliminarEnhorabuena. Sigue así, y espero que te hayan servido de inspiración y ánimo para continuar con lo que haces
Muchas gracias, María. Inspiración a borbotones.
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