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viernes, 25 de septiembre de 2015

Poso, ven a mí

Qué buen poso deja en mí. Es sentir su abrazo y se me olvida todo lo pésimo que existe en este mundo, en el que hay tanto que elegir que lo difícil es no estar imputado por apropiación indebida de las campurrianas de la despensa. Con ella es posible sentirte una persona honesta y satisfecha con lo que se hace. A veces me hace levitar y consigo abstraerme del olor de mi orgullo. Sólo lo sabe hacer ella, realmente, pues ninguna otra es capaz de adquirir tal nivel de empatía y bienestar en un individuo. Cuando estoy con ella siento paz interior y, cuando no se encuentra a mi lado, quiero volver a tocarla, acariciarla y dejar mis babas sobre la almohada. La cama es lo puto mejor.


Por eso nos sentimos desprotegidos cuando salimos de sus sábanas. El frío preinvierno ya nos avisa de que no habrá nada bueno fuera de sus dominios y que incluso es un preámbulo natural, una especie de aviso, de la crueldad que nos espera al cruzar la puerta de casa. El mundo es despiadado y no hay jefe que sonría un lunes por la mañana. Eres un héroe, joder. Dítelo a tu mismo. Díselo a los demás con una mirada de seguridad. ¿A quién vas a temer? MUÉSTRALES CUÁL ES TU OFICIO. Pero no lo digas tan alto, por si te oyen y te quedas sin él. No quiero que vuelvas a tu cama sin estima. Y si vas acompañado, mejor.

El agobio tiene sus cosas buenas, sobre todo, después de batirlo. Habría que calibrar el rendimiento de los trabajadores bajo presión para así demostrarles que el agobio y las premuras son por su bien, que nos hacen mejores profesionales y que sin ellas seríamos unos fracasados. Qué coño, nos ayudan a conocer nuestros límites y a ampliarlos. El primer esquimal supo que había que asesinar a dos osos polares para confeccionar un abrigo que le protegiese del frío. El clima le obligaba y tuvo que esforzarse para superarse a sí mismo. Es lo suyo: sobrepasar las fronteras humanas, cueste lo que cueste. Hasta la sobreexplotación si encarta.


A todos nos ha pasado (sed sinceros) aquello de llegar al trabajo/universidad/instituto con menos horas de sueño de las que deberías y un ligero arrepentimiento adolescente. "Joder, no tuve que decirle a Peluco que quería dos copas más" o "¡Maldito Don Draper, me ha vuelto a embaucar otra madrugada más!". Tranquilidad. Todos lo volveremos hacer por esa adicción al peligro que tiene el ser humano y que lo lleva a ser reincidente cuantas veces hagan falta. Lo peor (vuelve el agobio) es afrontar una jornada laboral completa en tales condiciones físicas. Ves que el mundo abre la boca pero no te quiere engullir, tal vez por el placer del sufrimiento o porque te lo mereces. ¿Quizás para que aprendas? Quién sabe, no tienes tiempo para detenerte a pensar en esas cosas y tus primeras horas se basan en rehidratación. No es el único frente, ya que tus párpados quieren jugar a un juego, el del sueño, en el que son los campeones mundiales. Se dejan caer los cabrones como si pesaran tres Paquirrines y contagian la indolencia a todas las extremidades. ENTONCES LE MUESTRAS CUÁL ES TU OFICIO (en silencio) y encaras la jornada como el puto amo. Eso sí, después de unos pestañeos convenientemente duraderos.


¿Y la satisfacción que da sobrevivir? Vencer a las tentaciones de tu cuerpo y arribar a tu hogar con las tareas realizadas. Vale la pena malvivir para reencontrarte otra vez con ella y morir en sus muelles.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotos tomadas de Indiegogo, Nevpierce y TheFilmEmporium.

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