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viernes, 25 de diciembre de 2015

El terror absoluto

No conocemos el terror absoluto hasta que te percatas de que te han robado el abrigo en el pub. Los primeros cinco minutos acostumbran a florecer por tu piel sudores fríos, como que te han sustraído una parte de tu ser, y no aciertas más que a mover el cuello de izquierda a derecha por si en alguno de esos barridos panorámico localizas un detalle de tu chaquetón. Qué se yo, el estampado de cuadros de la capucha, los botones blanco nácar o esos cuellos de los que se sirve tu pareja para tirar de ellos y besarte. Decides investigar por el local en busca de cualquier pista que ahogue tu desesperación, pero eres tú el que se queda sin aire poco a poco. Tu cuerpo no permite otra reacción que salir y entrar del establecimiento, de mover los ojos al ritmo de un ragatanga sin ningún fruto hasta que lo das por perdido. Son momentos de luto. De desesperación. Y bajas la cabeza. Se te vienen a la mente los instantes compartidos con él, las noches de glaciación de las que te salvó y todos los compartimentos que te hacían la vida más fácil. Ahí metías las llaves, ahí la cartera, en el otro lado el cambio por la consumición. A lo cinexin cutre, con sus rayas negras en los laterales y todo. La tristeza es tal que planificas incluso tu próxima compra, como si fuera tan fácil restaurar esa conexión tan calentica que os ha unido durante todo el invierno. Es tan complicado olvidar a los que te abrazan en los peores momentos que fantasear con otros atuendos te duele, lo asumes como una traición. Asumes que no volverá.


[…]

Las luces del pub están encendidas y te sientes solo entre la muchedumbre. Incluso con frío deambulas mientras envidias a los que bajo el brazo tienen algo que agarrar. Maldices los comienzos de la noche, cuando tú único pensamiento pasaba por dejarlo en alguna que otra parte y expulsar los calores que proporcionó. Te sientes aun más solo en la calle, siendo la oveja negra sin ningún acompañante más, desorientado, desubicado y elucubrando sobre si lo más apropiado hubiese sido buscar otra chaqueta más en el perchero. Pero no es lo mismo.


A lo lejos se te vidrian los ojos. Se aproxima un estampado de cuadros y nace esa pequeña llama que te enciende el corazón. Entonces comprendes lo que es la Navidad. “Perdona, ese chaquetón es mío”, comentas al individuo que lo sostiene, más por cortesía que dignidad. Lo vuelves a tener en tus brazos. Lo abrochas alrededor de ti. Te sientes seguro otra vez y prometes que jamás lo volverás a abandonar. Al menos durante el resto de esa noche.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de Observer.com.

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