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jueves, 17 de diciembre de 2015

La pregunta estúpida

Hay ocasiones en las que Piqué y Luis Enrique me despiertan la misma sensación: desinterés. Entonces pienso: cuánto jode que no te presten atención, menos aun que no le respondan a lo que uno pregunta. Y entonces recuerdo todas esas oportunidades en las que me han rechazado en amoríos porque en mis conversaciones se incrustaban giros de guión —imprevistos por mi parte—, cambios de tema y demás artimañas para reducir mi autoestima al tamaño de un guisante. El rechazo. Desinterés es que invites a una chica a cenar y ella te conteste que había reservado esas horas para engullir unos capítulos de Pretty Little Liars. Puede ser más humillante si la tipa es portuguesa. En ese instante debes plantearte si eres un poquito callo. Piqué y Luis Enrique no son callos —al menos desde mi punto de vista 100% heterosexual—, pero provocan que los periodistas crean serlo. Y eso me encanta. Cada media sonrisa de uno de ellos, delante de esas pancartas publicitarias repletas de sellos de marcas, como si fueran un escaparate de un centro comercial, son señas de "controlo la situación y lo sabéis". Inmediatamente imagino a ese reportero con ojos llorosos y blanco iniestal, decepcionado porque su pregunta no desangró lo más mínimo a su receptor y halló una respuesta árida y seca, sin opción a réplica, que sume al periodista en una pequeña crisis existencial y pone en cuestión si eligió la profesión adecuada. El mal que los periodistas (los que creemos serlo) bautizamos como "no quiero que los demás piensen que mi pregunta es estúpida".



Últimamente las hay a borbotones. Por todos lados. Hay futbolistas que las responden con una rutina más que trabajada, habiendo ensayado los gestos frente al "canutazo" de geles y champús del baño, como si unas declaraciones se asemejaran más a un acto escénico que a una reflexión racional. Y esto no es culpa del sentido de la anticipación por parte del deportista, sino de la previsibilidad del cuestionario periodístico. Se responde lo esperado porque se pregunta lo que todo el mundo espera. Y eso me fastidia, ya que contribuye a un deterioro de la profesión —de puertas para adentro y para afuera— y permite a los futbolistas sentirse superiores en términos cognitivos (algo que seriamente quiero poner en entredicho). En cambio, existen otros futbolistas que sí ponen de manifiesto que amontonan más neuronas que la media de los campos de fútbol. Estos sí que captan mi atención y merecen, al menos, que se les escuche con mayor entusiasmo que a los que conforman el primer grupo. Más que nada, porque sus palabras podrían sustituirse por el zumbido de una lavadora y nadie notaría la diferencia.

Piqué está en este segundo grupo, el que mola. El catalán ha demostrado lo sumamente fácil que supone manipular a la prensa, como si se tratara de poner enfrente del perro un chuletón para que lo siga. Se ha llegado hasta tal punto de enajenación que hasta una bandera de Japón dentro de un tuit es digna de ser interpretada por las peores vibraciones que a uno se le puedan pasar por la cabeza —entre las más deleznables: incluirla en el bloque de deportes de los informativos de diversas cadenas de televisión—. Y Piqué es consciente de que, apuntado con mil mirillas, es dueño de la agenda informativa de la semana —puede que del mes—. Y los periodistas se enfadan a pesar de ser conscientes de que ellos son los auténticos gatekeepers de esa información, es decir, los dueños de la agenda informativa. Pero se quejan. Porque son (somos) unos hipócritas y el escándalo manda por encima de lo relevante. Haciendo un ejercicio comparativo simple, sería como si proclamásemos con mayor vehemencia el güano que el nacimiento de un pájaro. Primero la mierda, por favor, y bien cargada de morbo picado.

Hace tiempo que dejé de sufrir por el fútbol (el porqué, aquí), por eso disfruto con estas pequeñas bromas saludables que nos brindan de vez en cuando. Me encanta la seriedad con la que Luis Enrique atiende las ruedas de prensa, con el labio inferior saliente y la frente arrugada más indiferente que he visto en mi vida (obliga a los periodistas a pensar); adoré el revuelo que se formó con Kevin Roldán en la fiesta de cumpleaños de Cristiano Ronaldo (primera parte) y la referencia de Piqué con los títulos en la buchaca (segunda parte) porque los oceános de insultos hacia unos lados y otros evidenció que la susceptibilidad de los aficionados está tan próxima a la imbecilidad que se confunden y es mejor reírse; me parto de risa con las respuestas de deportistas profesionales (PROFESIONALES) que entran al trapo en cualquier provocación (aunque no vaya con ellos) porque refuta mi teoría de que se le escapan neuronas con cada cabezazo (o raquetazo); espero cada declaración pronunciada por Piqué porque sé que su respuestas estarán alejadas de los tópicos rehusados para sacarnos una sonrisa (y sí, me descojoné con lo de cono-cido), y los "emojis", si se dan las circunstancias adecuadas, son una terapia de desahogo bastante efectiva. Hay quien debería utilizarla antes que golpear papeles contra la mesa para ganar en credibilidad.

Porque no hay pregunta más estúpida que no incluye el terreno de juego. Lo demás son cáscaras, que no nutren.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotos tomadas de Libertad Digital.

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