El llegar hasta esa situación fue una concatenación de sucesos propios de cualquier pareja sin muchos sesos. Javi me recogió en mi casa sobre las 3 de la mañana para pasar cuatro horas metidos en el coche hacia Alicante, único lugar de la península donde existía vuelo directo a Kaunas. El viaje ya estaba planeado desde hace meses, pero conforme se aproximaba nos dábamos cuenta de que tenía más de inconsciente que de pasión por el fútbol sala. Llegamos al aeropuerto sin incidencias más allá de la falta de sueño que ¡oh, sorpresa! no se mitigó en el avión. Una de nuestras tradiciones es, si hay un vuelo de por medio, hay que sacar la tablet para echarse un parchís y así reducir la espera del viaje. Por supuesto, no dormimos, pero servidor se llevó una paliza a las dichosas fichitas. Un 8-0 sin contemplaciones. Sin miramientos. Puro dolor. No había quien conciliara el sueño con semejante paliza, a pesar de estar en primera fila del avión y tener las piernas bien estiradas, un sueño para cualquier pasajero menos para Javi.
Al pisar suelo lituano nos vinimos abajo: llovía, hacía frío y no cesaba el chirimiri. El cielo estaba encapotado y, al recoger el coche de alquiler e ir hacia el alojamiento, los atascos eran importantes. Sólo nos dio tiempo a saber que cerveza en lituano es alaus. Perdimos tanto tiempo que no pudimos disfrutar enteramente cómo se nos jodió la puerta de la habitación. Push up pa' arriba, push down pa' abajo. Aquello sólo abría y no había manera, aun con la responsable al teléfono, de cerrar nuestro nido de amor. Ni siquiera con llave manual. Vimos que algo estaba roto, pero ninguno de los dos sabíamos decir "bombín" ni en inglés ni en lituano, así que nos fuimos con la promesa de que había cámaras. Ah, genial. Ya estoy más tranquilo. La situación sólo iba a mejor cuando nos comimos un atasco (otro más) de dos horas y media en el trayecto hacia Vilna (algo que se suele hacer en una hora) y más cola todavía cuando descubrimos que el pabellón estaba al lado de un punto de vacunación. Más coches que en el Zendal.
Por suerte, la victoria de España nos animó. Volvimos hacia Kaunas con intención de tomarnos una e irnos (algo casi infalible) y acabamos en aquel garaje de muerte con un montón de gente que compartía nacionalidad sueca con otra random. Uno era medio chileno, otro medio croata y otra medio israelí. Y luego había dos alemanes locos a los que llamábamos Häagen Dazs. Todos estaban fuera de sus cabales. Todos bebían chupitos. Nos invitaron a cosas. Bebimos y conocimos a Lucas, que no es waiter sino barman, y le prometimos volver para que nos siguiera deleitando con sus trucos de cócteles. No lo volvimos a ver hasta el penúltimo día, en las mismas condiciones etílicas y fastidiándole el ligue. Muy majo, no nos propinó ninguna mala cara. Es Lucas, no se le puede querer más. Pero sí, Kaunas es un pedo constante.
Al volver a casa, recordamos la contraseña y nos congratulamos de que, por arte de magia o de un cerrajero, la puerta estaba cerrada. Milagro resuelto, podíamos dormir (¡por fin!) en paz.
A partir de este punto del viaje, en el que queda todo, no soy capaz de ordenar cada una de las convivencias que experimentamos cada día. Sólo puedo recordar three euros Kaunas beer por todos lados, resonando en mi cabeza a cada paso que dábamos. Veíamos un sitio coqueto, como el patio de una casa nórdica mientras caían las hojas de árboles otoñales, ahí que nos metíamos, nos echábamos fotos y pedíamos más cerveza. He de alertaros, eso sí, de que no es buena idea pedir un plato de kikos en estos países: vas a tener que pagar y no poco. Nosotros tuvimos que pagar, también la novatada de llegar a un nuevo país en el que los percebes explotan por la noche.
Nos dimos cuenta de que el fútbol sala nos encanta, pero más nos une vivir experiencias juntos. A España la eliminaron en cuartos de final y, aun estando tristes, nos teníamos el uno al otro y que este viaje, a pesar de que viniéramos al Mundial, lo hacíamos por nosotros. Y porque el pinchito mutuo de cada noche no me lo quitaba nadie.
En uno de los partidos, el que enfrentaba a Rusia y Argentina, nos reencontramos con unos viejos conocidos de los eventos deportivos: unos locos vestidos con un mono de la bandera española que habían estado en la pasada Eurocopa de Liubliana. El reencuentro en el pabellón fue bien, pero en la terraza del bar (adoramos Republic) estuvo a punto de terminar en pelea. A los primeros lituanos que conocimos les siguió un conato de revuelta, porque al parecer cualquier palabra que cruces con una de sus chicas significa una total falta de respeto. Son celosos. A uno de nuestros amigos españoles, que está tan fuertote como para derribar al delgado soldado del este, casi tuvo que defenderse de Jerry, el lituano sobresaltado. "We are from Kuanas, we know people", decían a modo de amenaza, como si no supieran que estaban dos contra siete. Las aguas se calmaron al escuchar "He's father, he's father" y entender ellos que nuestro Chuck Norris particular no quería nada con esa chica. Todo ocurrió enfrente de la fuente central de la calle peatonal de Kaunas, epicentro de cualquier suceso estrambótico que ocurra, desde un concierto de música y trajes folclóricos hasta un encuentro con nuestros hermanos portugueses o una persecución del dueño del bar porque estoy robando un vaso. Esa fuente es el origen de un agujero negro. Estoy seguro.
Casi sin darnos cuenta, las horas pasaban y ya teníamos otra pinta en la mano, habíamos conocido de madrugada en una oscura plaza al máximo goleador de la liga lituana y nos había invitado al partido de la mañana siguiente en Kaunas. El Hegelmann es nuestro club y él, Nauris Petkevicius, nuestro hombre gol. Por suerte pudimos verle anotar y conocer a Cristian, un jugador español to majete para ser sevillano. El día nos sonrió con buen tiempo y el bajón del primer día se fue desvaneciendo por momentos. Teníamos que disfrutar de Lituania y así lo íbamos a hacer. En un parpadeo ya estábamos en otro lugar y en plena fiesta Erasmus, algo que en mi vida iba a pensar que ocurriría. Conocimos a Umit, camarero del lugar y también aupado como el folletis de la ciudad. Todas querían caer a sus brazos. Y unos pocos también. Conocimos a gente de tantas nacionalidades que casi me peleo: yo sólo quería animar a un asturiano y acabo tomándoselo mal. Le quise invitar después, pero declinó la oferta cuando ya éramos colegas. Me tuve entonces que ir a casa hasta que acabara la procesión de las 5 de la mañana.
Despertábamos y no sabíamos lo que nos iba a deparar la jornada. A veces desayunábamos con gente importante del fútbol sala y a las horas estábamos engullendo una hamburguesa majestuosa por cinco pavos y dos pintas de cerveza. Nos entraba la morriña y volvíamos al alojamiento para ponernos Los Serrano y descansar hasta el próximo partido. Era nuestra gasolina. Cuando menos esperábamos nos íbamos a un karaoke a cantar cualquier cosa sin entonar, estar en manga corta en un balcón de la noche lituana y a no parar de conocer gente de la clase más variopinta. Sin perder la identidad, conocimos todos los aspectos de la ciudad. Perdón, todos los aspectos nocturnos de la ciudad.
Pasaban los días y no podíamos hacer turismo. No porque no quisiéramos, sino porque no podíamos. Las sábanas nos engullían y tardábamos en cargar la batería. A veces había resaquita y otras, resacón. No fue hasta el quinto o sexto día cuando decidimos abrocharnos el abrigo y echar a andar hasta el castillo de Kaunas (o lo que quedaba de él). Lituania no tiene unos monumentos magníficos (para eso está Riga), pero sí unos paisajes naturales maravillosos. Cualquier encuadre era bueno para sacar el móvil e inmortalizarlo. Había verde por todos lados. Nos vino bien pasear por esos parajes purificadores e intentar que la cerveza no se abriera paso por nuestro estómago. De hecho, célebre es la frase de Javi cuando se miraba al espejo: "Esta barriga no es mía". También nos acercamos al Fuerte Noveno, una localización que ha sido objeto de barbaries de diversos bandos y en la que se erige un edificación gigantesca, impresionante, en recuerdo de las víctimas del nazismo. Una experiencia reflexiva para todos. A otro día, como ya nos conocíamos el camino a lo más bonito de la ciudad, cogimos un patinete eléctrico tan atractivo que era una ofensa no pagar un euro por media hora de diversión. Estuve orgulloso de mí, pues los malos recuerdos de Lisboa no hicieron mella en mí.
El cansancio se acumulaba en nuestro cuerpo. Somos tíos jóvenes, pero alimentarse cada día con noodles, pasta o salchichas en una vitrocerámica de un fuego portátil estaba acabando con nuestras reservas de energía. Teníamos un as bajo la manga, Neus, que acudió a nuestro encuentro el último fin de semana. Vino de gallita y fiestera, pero tuvimos que ponerla en su sitio lo antes posible. No se puede venir diciendo que nos van a acostar y ser ella la que cierre primero el ojo. Aguantó bien, todo hay que decirlo, sobre todo porque contribuyó a que nuestro ajuar luciera espléndido. Visitamos con ella Letonia y nos sobrepusimos a la sequedad de sus gentes y a la clavada de sus platos. Hicimos piña juntos, como buenos españoles, para disfrutar de una capital distinta a Vilna —algo más pequeña y con unas infraestructuras distintas—. Seguimos haciendo turismo, eso sí, muertos de frío en la isla del castillo de Trakai y desangrándonos por la compra de suveniris.
Al final del viaje, cuando ya asomaba el último partido del Mundial, éramos claramente argentinos. Nos juntábamos con argentinos, animábamos a los argentinos y queríamos fiesta argentina. No pudo ser, pero nos alegramos por nuestros hermanos portugueses, que sumaron su primera estrella e incluso, en la maldita fuente, se asomó el cámara de la televisión RTP para dejar el artefacto en cualquier inconsciente como Neus. De repente, Javi era el entrevistado y un chico que no sé de qué nacionalidad le estaba haciendo preguntas. Todo estaba siendo filmado por dos veces.
Ojalá hubiera una película de todo lo que hemos vivido, pero la mayoría de los vídeos que grabó Javi fue mientras dormía, observando mi asombrosa capacidad de mantener la cerveza erguida mientras ya no estoy en ese mundo o su esplendorosa labia para explicarme las tácticas del partido, ergo, del siguiente día. Vivir este tipo de viajes a su lado no es una simple foto, sino una página del álbum que construimos y en el que ya se encuentran otras estampas internacionales en Serbia o Eslovenia, mientras en el horizonte se ve Países Bajos. Sólo le pediría una cosa para el futuro: ¡Deja de hacernos fotos dormidos! Cabrón.
Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografías propias.
*Fotografías propias.
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