El equipo de fútbol de mi pueblo, el Atlético Mancha Real, ha reunido a casi un tercio de sus ciudadanos en su propio estadio. Las gradas supletorias y las dimensiones de las instalaciones no daban para más, por lo que la única duda radicaba en si se pudieran haber ampliado sólo habríamos faltado los emigrantes que estamos repartidos fuera de sus fronteras. Todo el mundo estaba allí para un partido de balompié, fíjate tú qué cosas y qué deporte más corrupto en sus esferas superiores, y la ilusión que puede provocar si descendemos hacia la humildad más pura, donde las cámaras no suelen estar. El club ya había eliminado en la Copa del Rey a un equipo de superior categoría, el DUX Internacional de Madrid (de Primera RFEF), y ahora era el turno de uno cuatro niveles por encima, el Granada.
Qué mala suerte, ¿no? Un equipo de Primera y toca el que está más cerca, a 45 minutos en coche, quizá el que más visto está de todos los que compiten en la máxima categoría. Pero bueno, es divertido ver a un equipo intentar remar contra las delimitaciones de un terreno de juego al que no están acostumbrados. Y con césped artificial. Puede tener lo suyo, oye. Aunque utópico, insisto, el campo estaba lleno por encima de sus posibilidades y el ambiente era de disfrutar hasta que, transcurridos unos 20 minutos desde el inicio, un tal José Enrique puso la cosa seria. JAJA no, ¿ka' pasao'?
Entonces, el rostro de todos los que allí se personaban cambiaron en un segundo. No por júbilo, que también, sino por fe. ¿Era posible? No, qué va, si quedan 70 minutos de partido y ellos tienen a Bacca, Luis Suárez, Escudero, Jorge Molina... "¡Eo, que muchos son internacionales!". Qué mala suerte, ¿no? Pero ya estamos en el descanso y seguimos ganando.
En ese impasse, me acuerdo de mi tío Juampe (y mi primo Juan Carlos), que por aquello de vivir en Madrid la última vez que lo vi fue el 17 de octubre en una comida familiar, justo después de que el Mar Menor anotara un gol en el minuto 90 para llevarse la victoria por 1-2 en el Estadio de la Juventud. Estaba jodido porque la pelotita va, a veces, más allá de la línea de banda. Este jueves ellos estaban allí mismo y, antes de que comenzara la segunda parte, no había ni rastro de aquella pena.
El Granada seguía incómodo, como si le hubieran metido tierra por dentro de la ropa. Aun así, por la diferencia evidente entre los dos conjuntos, llegaba al área jiennense. Ahí les quedaba un último bastión llamado Lopito, quien le explicó que hoy no era el día para joder el sueño de todo un pueblo. Pero también estaban Nando, Óscar Quesada o Juanma Espinosa, gente que estuvo presente en el último ascenso del Real Jaén a Segunda División, todos ellos con más de 35 años en sus piernas. La mística ponía todos los ingredientes para que allí se escribiera una nueva página de Historia.
Por ello, cuando se consumó la hazaña y se constató en periódicos, televisiones y radios, me sumergí en el primer párrafo de este texto, salvo por la diferencia de que este Atlético Mancha Real se encontró un billete más grande en el chaquetón. Lo repartió entre las más de 3.000 personas que estaban gritando, alzando los brazos y voceando a más no poder lo orgullosos que estaban de aquellos chavales que, habiendo nacido en Mancha Real o no, han remado en su misma dirección. El siguiente que pasará será Iñaki Williams, que cuando empiece a esprintar ya se habrá salido del campo. El Athletic de Bilbao. Qué mala suerte, ¿no?
Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de MARCA.
*Fotografía tomada de MARCA.
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