Sin embargo, en la pasada carrera de Catar lo pasé tan mal que me emocioné sobremanera. Con todo el respeto, me alegra un podio de Carlos Sainz, pero que lo haga Fernando Alonso, siete años después del último, provoca que me invada la nostalgia, que se me humedezcan los ojos y aplauda solo, esta vez en el salón de mi piso de Simancas. Se puede tratar de una resurrección deportiva, la recuperación de algo que creías perdido para toda la vida y que se mantenía ahí por simple entretenimiento. Por ocio. Por costumbre.
Por eso quizá sabe mejor este inesperado resultado de Alonso a los mandos de un coche que debería colarse entre la zona de puntos con dificultades. De hecho, en la clasificación de pilotos, el asturiano marcha décimo en el momento que escribo estas líneas (antes del Gran Premio de Arabia Saudí), ese límite del que hablamos. Verlo de nuevo subido en el podio alimenta las esperanzas para la próxima temporada cuando, presumiblemente, todos los coches serán tan equitativos que cualquiera podría ganar, es decir, serán más importantes las manos del piloto. Y ahí, Alonso, aunque supere los 40 años, tiene todas las de ganar.
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*Fotografía tomada de MARCA.
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