Lo he tenido que leer en dos tandas, pues la primera he de reconocer que se me hizo un pelín densa. La temática no me apasiona: a un asesino a sueldo le ofrecen la tentativa de eliminar al Presidente de Francia a mediados de los años 60 por unos opositores al régimen instaurado en aquella década. Esto, aunado a que no soy muy amigo de los nombres (qué decir de los extranjeros), me hacía despegarme algo de la lectura. Me perdía de vez en cuando entre sus letras e, incluso, leía sin demasiado gusto. Hasta que aparece el Chacal.
Sin hacer demasiados spoilers -no os quejéis, la novela es de 1967-, el ritmo de la novela cambia radicalmente cuando se descubre quién es el protagonista y, un poco más adelante, su antagonista. Entonces empieza una persecución psicológica que produce en los protagonistas, aunque más bien en uno más que en otro, el desgaste y estrés ante el cometido que vienen a realizar. Estamos hablando de una novela de hace más de 50 años, alejada de las carambolas propias de la ficción del siglo XXI y que, aun así, se mantiene viva en la actualidad.
Me zampé las más de 400 páginas que contiene su menuda edición de los años 70 en una semana, no siendo baladí este dato cuando uno debe completar su respectiva jornada laboral de ocho horas. Le tenía reservado unos minutos cada día para adentrarme en la mente de ese criminal sereno y gélido, calculador y previsor, quizá uno de los precursores del “antihéroe”. No es descabellado empatizar con él y desear que cumpla su misión.
El regusto final sacia al lector, sobre todo porque se trata de un cierre que uno no tiene que anticipar. Ahí Forsyth juega con la ingenuidad de todos los que devoran las líneas y le espeta un: “Te sorprendí”. Ahora es tu objetivo saber quién aprieta el gatillo de el Chacal.
Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de la película The Day of the Jackal (1973).
No hay comentarios:
Publicar un comentario