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domingo, 20 de febrero de 2022

A la tercera casi vence

La primera dosis no me hizo nada, la segunda me hizo sudar como si mi colchón fuera una piscina y la tercera me ha dejado con la cabeza vibrando y los ojos lagrimando. Me ha sido imposible levantarme de la cama hasta las 14 horas de la tarde, con una pesadez en el cuerpo como si tuviera moratones de la cintura hacia arriba. A las 10 de la mañana me veía incapaz de hacer algo productivo en este domingo de pereza absoluta y así fue que hasta decliné la posibilidad de ir a jugar a fútbol. Yo, rechazando jugar al fútbol. No estaba bien.


No he querido tomarme medicamento alguno porque consideraba que mi cuerpo debía controlar cualquier dolor, más incluso cuando venía provocado por una vacuna. Cada vez que apoyaba la cabeza en la almohada me punzaba la testa, una molestia profunda que no remitía hasta que me giraba hacia un lado para redistribuir las partes de mi cuerpo, que a veces sudaban y otras sentía escalofríos. Era difícil sentirse a gusto durante ese tiempo.

Estaba confundido, de si el malestar que sentía era únicamente fruto de la dosis o mi mente estaba empezando a delirar sin ton ni son, como un túnel del que no se veía el fin. ¿Y si mañana no puedo ir a trabajar? ¿Y si la cosa se alarga más de lo debido? ¿Y si no es culpa de la vacuna? Lo mismo ya estaba pensando demasiado en algo que no merecía la pena. Lo mismo es que simplemente me tenía que tomar un respiro y no pensar que siempre tengo que estar haciendo cosas para no perder el día.

En ocasiones nos exigimos demasiado. Puede ser que merezca más la pena descansar, respirar y dejar que las cosas pasen o que, sin remordimiento, no pase nada. Viviríamos más fácil en la vorágine del estrés.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de COPE.

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