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sábado, 28 de septiembre de 2024

Zarandeo

Los que me conocéis sabéis que hay un deporte por encima del resto en mi vida. Uno de esos que te duele no ver en los Juegos Olímpicos, que te ha acompañado desde antes de que te sacaras los mocos y que llevas tan adentro que eres la primera persona a la que le preguntan toda esa gente que no tiene ni pajolera idea de qué va el futbito. Porque sí, para mí siempre será el futbito desde que mi padre me acompañaba a jugarlo y, sobre todo, a disfrutarlo. Es ese cariño que no tiene explicación y que se convierte en defensa a la ultranza cuando alguien quiere denostarlo. Eh, pues no, sólo los que lo sufrimos podemos hacer eso. Desgraciadamente, estamos viviendo ese tipo de época en la que hay tantas sombras que creemos que alguien ha robado la bombilla de la habitación. Y hay que vivir con ello.


El Mundial de Uzbekistán no ha sido como "otras veces". No es un desplante, no es un "quiero y no puedo", no es ni siquiera una decepción o una falsa expectativa que no se cumple: es dolor. Hace mucho tiempo que no sentía desazón con ningún deporte desde que Zidane decidió retirarnos en su propia fiesta de jubilación. Pero el fútbol sala es tan diferente que me hace erizar el vello, bajar la mirada y encogerme el corazón. Para bien y, esta vez, para mal. Veía con rabia cómo la selección española no pudo completar un mejor papel y no había otra cosa que me rondara la cabeza que ser un equipo desfasado, sin ideas e inerte. ¡Una bicampeona del mundo inerte! ¡En fútbol sala! Existe el erróneo pensamiento que seríamos una medalla asegurada si esta disciplina fuera olímpica. Venezuela nos ha bajado los humos.

Y no traigo a estas líneas un plan estructural que nos permita vencer los próximos torneos que nos quedan por delante. No. No es mi trabajo. Tampoco es señalar a los culpables. Tampoco es invitar a los redentores. Vengo aquí a desahogarme y verter mi insatisfacción como si estas líneas tuvieran la capacidad de resucitar el cadáver de la selección para devolvernos a ese fatídico partido, aunque dos décimas de segundo después me niego a ello, a alargar una defunción más que esperada por mucho que cerráramos los ojos para esquivar un destino que ya estaba ennegrecido. Nos conviene pegarnos un batacazo de tal magnitud para que vivir de las rentas se convierta en un mal recuerdo y no en una estrategia sempiterna. Nos viene bien.

O eso quiero creer. Ahora sólo veo una nebulosa gris oscura con ganas de romper cual tormenta eléctrica. No siento más que ráfagas de viento removiendo papeles, hojas revoloteando por las calles y una calma pronta que dejará los edificios en el mismo sitio en el que estaban. Un poco de zarandeo sin consecuencias. Sin soluciones previstas. Y eso es lo que no debe ocurrir más. Deseo que el próximo acelerón de mi corazón sea de alegría y no de ridículo.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía propiedad de la RFEF.


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