Quién nos iba a decir que si un piloto ganaba 11 de 20 carreras en una temporada no iba a ser campeón del mundo. De hecho, quién nos iba a decir que una moto satélite iba a imponerse a la oficial. Es todo tan imprevisto que el sabor de que Jorge Martín se lleve la corona de laurel corresponde a algo más que talento y buena suerte: es trabajo. Lo cierto es que el madrileño no ha ganado tanto porque ha convertido su renta en una cuestión natural, que no es otra que la de no caerse. A veces lo simple es lo más acertado. Mientras uno acabe todas las carreras tiene más posibilidades de "no perder" puntos. En un deporte donde cometer un error significa el abandono, más vale cinco segundos puestos que tres victorias. Tres triunfos en los domingos ha conseguido, pero es que la regularidad es terminar siempre entre los cuatro primeros. Sin contar retiradas, sólo en dos ocasiones ha clasificado más allá de esa plaza. Por ello ha roto el récord de puntos en una única temporada.
Seguramente sea el último gran logro de Jorge Martín. Cambia de marca a Aprilia y con eso se irán (se supone) sus posibilidades de retener la corona mundial, salvo giro inesperado. Era la gran oportunidad de reivindicar sus habilidades y lo ha hecho. Con un año en barbecho para masticar la decepción es más que suficiente. Su trabajo ha sido un crecimiento constante y focalizado en el objetivo. No era por talento. No era por máquina. La mayoría de las predicciones estaban en su contra. No le ha importado. Ha seguido desoyendo la información que le llegaba y se ha centrado en pensar muy fuerte en su sueño de siempre. Un ejemplo de resiliencia y confianza en sí mismo. Sólo hay cinco españoles que han conseguido ganar en la mayor cilindrada, por lo que poner su nombre junto con Álex Crivillé, Jorge Lorenzo, Marc Márquez y Joan Mir es histórico y, sobre todo, merecido. El triunfo de la constancia. Al fin.
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*Fotografía tomada de Sport.
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