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domingo, 29 de diciembre de 2024

The Weird

Anoche terminé la tercera temporada (hay otra en camino) de The Bear y con algunas personas con la que la he comentado tienen igualmente una sensación extraña: qué cosa más rara. Hay que decir que me lancé a ella precisamente por lo contrario, pues las críticas que recibía tenían cierto prestigio como algo fuera de lo común (que lo es), es por ello que el poso que deja en mí no deja de ser una confusa maraña de emociones y reflexiones morales. Es una coctelera intensa de sentimientos que se aceleran por el ritmo frenético de una cocina de restaurante. La comida es la excusa para exponer las inestabilidades e inseguridades de su protagonista, Carmy, y el enfrentamiento a las mismas desde bien la autocrítica o desde la soberbia que le da ser uno de los mejores chefs del mundo. Mola, la verdad. Unas veces más que otras.


Lo primero que me llamó la atención fue la duración de cada capítulo, entre 25 y 35 minutos, normalmente, algo más cercano a los episodios de cualquier sitcom que del drama que en realidad es. Luego comprendí que esa comprensión es un arma del creador para volverlo todo más loco. Lo segundo fue la narrativa, la envoltura del hilo conductor, con mensajes repentinos que causan sorpresa y desorientación en el espectador. En varias ocasiones me sentí descolocado ante lo que estaba viendo sin saber hacia dónde nos dirigíamos. Sólo percibía caos, desorden e, insisto, mucha intensidad. Este grado de exasperación me alejaba más que atraía, sobre todo durante las dos primeras temporadas, como si lo fundamental, más que construir una serie que llegara a todos los hogares, fuera establecer las piezas en el tablero, por abruptas que fueran las maneras de hacerlo. Aguanté porque en algún momento todo debía estar listo.

Aquello no sucedió hasta la tercera temporada, justo cuando otras lecturas indican que el seguidor empieza a hartarse. En mí produjo el efecto contrario: me vi entrenado para afrontar una más. Siguió siendo una auténtica locura, aunque con los focos de los problemas bien marcados. Desde el principio. Son ya tres párrafos los escritos sin haber hecho spoiler alguno, lo que es un mérito en tiempos donde mucha gente no respeta degustar una serie ya vista. Sin embargo, no espero mucho más de The Bear, no la tendré en mi altar de series míticas, pero la recordaré como una lavadora constante y la mirada a media asta de Jeremy Allen White, una señal de identidad del producto.

La recomendaría ver por varios motivos. Me gustan las series que no son convencionales, que no utilizan las mismas herramientas y que apuestan por sorprender. No es una experiencia como una más y tampoco roza la ficción. Es un metraje disruptivo y que invita a la reflexión. No es cómoda de ver, tampoco imposible. Mantiene un equilibrio de fuerzas con el espectador, un pulso que a veces lo reta. Eso es, The Bear es un reto en muchos de sus episodios. Lo raro es que esto haya tenido tanto éxito.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Foto tomada de GQ México.

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