Con la mano derecha sujetaba el biberón que llevaba bebiéndose desde hacía 23 minutos y con la izquierda no se separaba del conejito que le regalamos Laura y yo en alguna ocasión. No paraba de con sus pequeños ojos de mirar hacia un lado y hacia otro, por primera vez en todo el día no emitía sonido alguno y sólo se centraba en que quedara menos leche. La tranquilidad de ese instante fue algo tan puro que uno no quería que se agotara el tiempo. Pude comprobar de primera mano cómo se le iba apagando la batería mientras los párpados se le bajaban poco a poco.
Fue el cierre a su jornada más frenética. Al menos desde que conozco a este ser de luz que se llama Sofía y que ha inundado de felicidad cada rincón de esta y cualquier casa por la que pasa. La visita de estos días es una constatación de lo espabilada que está, con foco en la interacción con las personas que la rodean y con ganas de aprender. Su Spanglish nos tiene cautivados. Va alternando, según le conviene, palabras como “hello”, “asias”, “más”, “more”, “ahí está”, “ya está”, etcétera. Sin ser ella consciente de toda la alegría que reparte ni de lo que es un idioma, no para de sonreír con cada correteo que se pega.
Para nosotros son tales todos los estímulos que provoca que una actividad cotidiana es pararse a mirarla. Solamente a observarla. Es capaz de entretenernos con su propia curiosidad y su ingenio para todo. De buenas a primeras te mira y te suelta una carcajada que te inunda el alma. Está comprobado, hay algo dentro que te permite reconciliarte con el mundo. Compensa todo el tiempo que no la vemos, lejos allá en Mánchester, y nos equilibra con su presencia. Yo me embobo muchas veces, ya sea viendo la tele o con el teléfono móvil, pero lo de quedarse inmóvil con Sofía es algo que me paraliza a la vez que sume en una candidez sin precedentes.
Una de las decisiones más graciosas con las que nos ha deleitado es lo observadora que es. Mi madre, cada vez que hacen videollamada, se ha dedicado a decirle “¡Que te pillo!” una media de 20 veces por conexión, así que dadas las circunstancias de reiteración, cada vez que Sofía quiere llamar a la abuela, le dice “Pillo”. Ni “abu” ni “elita” ni “Isabelita”, es “Pillo” y no hay nada que pueda cambiarlo. Toda la familia entiende como un pequeño triunfo cada vez que se le enseña algo. Queremos ser partícipes de su aprendizaje y que nos recuerde cada vez que no estemos acompañándola.
Por eso no quiero anticiparme al día en el que tengan que marchar, lo que dejará un vacío tan hondo en esta casa y en nuestros corazones que lo vamos a pasar mal. Sobre todo la Pillo, que es la tercera persona de la que más depende después de sus padres. El abuelo y el tito somos auxiliares, todo hay que decirlo, y yo concretamente me centro en mi papel de atracciones peligrosas, como subirla a un taburete y simular ser una montaña rusa. Así los dos nos lo pasamos bomba el máximo tiempo posible, que siempre será poco.
Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía propia.
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