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domingo, 2 de marzo de 2025

Dos veces bueno

Me conozco y por eso os lo avisé la semana pasada: me he terminado La vida [breve] de una tacada, la que aproveché en la tarde del sábado para terminar los seis capítulos de la misma. Cierto que no es tan mérito mío porque lo ponen a huevo. Es muy buena. Al menos, para mí. Por su originalidad y por su viveza, tan fresca que a veces uno se reconcilia con el recauchutado mundo. Todavía hay gente ingeniosa por estos lares capaz de seguir creando circunstancias que sorprendan. Y esta es una de ellas, con un elenco tan variopinto como eficaz, La vida [breve] nos traslada al siglo XVIII sin que acto seguido nos llegue el bostezo.

Una de las cosas que me gustan de los españoles es que no nos cansamos de reírnos de nosotros mismos, de nuestro ruralismo, del mundo castizo y de nuestras preocupaciones cotidianas, que muchas veces se basa en la comida, el egocentrismo y la ignorancia. Imaginaos lo que se puede hacer con una serie basada en una dinastía ajena al pueblo y cuyas características antes mencionadas se multiplican bastantes niveles. Pero imaginad más aun, hacerlo con gracia. Es el no va más.

La naturalidad y el lenguaje —suponemos que actual— es el arma de La vida [breve] para conectar con el público. Porque sabemos que los monarcas no tenían (tantos) pelos en la lengua, o sí, pero visualizarlos con problemas mundanos y otros no tanto los humaniza hasta el punto de ridiculizarlos. Ahí la hemos encontrado, la gracia. Los reyes, incluso cuando su mayor virtud ha sido ser enviados de Dios, se tambalean entre su propia opulencia y acaban teniendo obstáculos impropios del mundo cotidiano: como no saber follar, por un lado, o hacerlo mucho, por otro. Tales extremos los hacen únicos, en la mayoría de las ocasiones en un sentido no tan bueno.

Para qué os voy a contar el argumento entre Felipe V, Isabel Farnesio, Luis I o Luisa Isabel de Orleans, si lo que mola es zafarse de la rigidez de la Historia para abrazar lo inverosímil. No importa lo que haya escrito en los libros —no mucho al menos— para rendirse a las carcajadas de las vicisitudes propias de la idiosincrasia de Españita y no tanto de sus reinados: se dieron la mano el único monarca que gobernó en dos etapas y más extendido con el que lo hizo de manera más corta. Así es nuestra tierra, impredecible.

El inicio de la Casa de Borbón bien merecía ser recordado por turbulento y peculiar. No sobra ni una escena ni un gag ni palabra alguna de un vocabulario que desprende españolía de la buena, de la que hay que reírse, en tramos consecutivos. Se hace tan breve que nadie puede dudar de que su regusto es dos veces bueno. Y no exagero.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía propiedad de elDiario.es.

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