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domingo, 9 de marzo de 2025

Los ricos también sufren

Llevo unas semanas en las que he recuperado el pulso de las series con una frecuencia que recuerda a otras épocas, las del boom de descargar capítulos piratas y la obsesión por estar al día de todas. Por eso ya van unas cuantas en los últimos meses que los textos van de ellas. Ya no me lo tomo tan a pecho ni cometo ilegalidades, a costa de mi bolsillo, pero sí que se ha instaurado de nuevo una rutina diaria de entretenerse con estas cosillas. Lejos de ser una pérdida de tiempo, pues cada uno emplea el tiempo en lo que más le apetece, resulta revelador cómo se va moldeando el aspecto crítico de uno mismo a base de ver y revisionar nuevos productos. Esto ya no es como hace unas décadas, que lo que aparecía en televisión debía ser redondo, sino que, como en otros consumos, ya sean libros o discos de música, el exceso y las múltiples posibilidades de alcance permiten que lleguen series simples y, a su vez, exitosas. Es lo que me pasa con The White Lotus.


Es la primera vez en mucho tiempo que soy consciente de que una serie es un entretenimiento en sí, muy bonito y con escenas cuidadísimas (sello HBO), pero un entretenimiento. Me refiero a que no ofrece una reflexión demasiado profunda, no presenta un nudo en la trama que haga romper los esquemas, no es una serie al uso, sino una sucesión de sucesos con el único objetivo de eso, ya te lo he dicho: entretenerse. No es mala, seguro que su éxito reside en muchos aspectos que yo, como crítico amateur, no percibo, aquellos que hacen que acumule premios y nominaciones allá donde va. Para mí, es un poco meh sin desmerecer su preciosa puesta en escena y su ambiente inquietante, muy admirable. La recomendaría más como una experiencia sensorial que como una verdadera serie en sí.

Si tuviera que elegir, la segunda temporada, desarrollada en Italia, puede recoger algo más de enjundia, de vidilla. Para mí, echo en falta que rompa, que ocurran hechos que muevan al espectador de su asiento más allá de algún cierre de episodio con sexo de por medio (una medida algo fácil para impactar en el público). Una serie de tan brillante camino debería transitar por otras sendas más arriesgadas, aunque quizá su irrupción pase por eso: no traspasar ciertas líneas. No meter el pie en lugares que no le corresponden. Mostrar que los ricos también lloran y sufren sin que el espectador se compadezca de ellos. Son la élite y tienen millones, que les den.

La primera entrega, en contexto hawaiano, es un fiel reflejo de ello: familias con dinero cuya mayor virtud es esconder sus carencias afectivas con su pasta gansa. Se dan cuenta en una semana que más que desconectar de sus vidas han de recuperarlas. Todos tienen problemas y ninguno de ellos se puede arreglar con dinero, algo que les angustia en demasía, pues sus experiencias siempre han estado supeditadas a esta riqueza. Para ser honestos, es más acertado verla que leerme, para así comprobar de buena mano si lo que aquí he vertido es pura envidia o tiene algo de sentido. Puede que las dos cosas sean verdad o ninguna. Eso sí, ya me gustaría a mí pegarme unas vacaciones como esas. Todo hay que decirlo.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de US Weekly.

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