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domingo, 20 de abril de 2025

El humor de Chéjov

En infinidad de ocasiones hemos relatado en este blog que Laura y yo tenemos una sana costumbre de regalarnos a ciegas un libro de la Cuesta de Moyano el 23 de abril (o alrededores). El año pasado llegó a mis manos uno que no era tan al uso, sino ruso. Lo único que había leído de aquel país fue Lolita, de Nabokov, lo que me daba ciertas pistas de que por las tierras gélidas del norte del hemisferio los pensamientos de su gente están algo chungos. Los textos, cortos, se presentaban ante mí como una buena prueba: en pocas páginas (cuatro o cinco la mayoría) uno debía familiarizarse con los personajes y tratar de entender la intención del autor con sus palabras y nombres tortuosos. Al no ser yo un ávido lector, la cosa se complicaba. Sin embargo, poco a poco le pillé el punto. Porque sí, tiene su humor.


Comprendí en algún tramo de sus 400 páginas amarillentas de letra pequeña y fino gramaje que las escrituras de Antón Pávlovich presentaban cierta reflexión en su término. Como si fueran píldoras de la sociedad rusa, tanto para los personajes en los que el vodka era sangre y los que no, se mostraban bocetos de tantas situaciones diversas que uno puede pensar que, incluso hoy en día, puede asomarse por sus calles y vivir los pasajes descritos. La mayoría, eso sí, seamos realistas. Sin embargo, no puedo engañar ni proclamar mentiras: muchos de los relatos no hay por dónde cogerlos. O seré yo, la mente occidental, quien no sea capaz de absorber su máximo. En otras palabras, me quedaba como estaba. No en todos pude conectar con el susodicho.

He de manifestar que hace un par de semanas tenía el libro a medio leer, por lo que me vi en la necesidad de pisar el acelerador para llegar a este Día del Libro limpio, dispuesto a una nueva aventura. Esto me aceleró el ansia por leer y me despojó de una poquita de lucidez. Ustedes saben que la lectura requiere concentración porque cualquier pequeña distracción obliga a volver al inicio del párrafo. Me pasó, varias veces. Por suerte, no existe un hilo argumental, lo que es un arma de doble filo. A veces convenía y otras, no tanto. Si uno no estaba muy atento y avanzaba, con la siguiente pieza podía resetear todo lo leído y volver a empezar. Una nueva oportunidad de intentar descifrar la inventiva de Chéjov y sus amigos pintorescos.

Lo que es incuestionable es que la originalidad de sus ocurrencias y contextos están fuera de toda duda. Las situaciones descritas son, de por sí, hilarantes, y el estoicismo de sus protagonistas, obligados a mantener el tipo con independencia del galimatías que ocurra, es una muestra evidente de que lo ruso también puede hacer gracia. Nunca olvidaré la escena en la que empiezan a aparecer ataúdes en casas de distintos amigos, de la noche a la mañana, como si de una señal del infierno se tratara. Los hombres empiezan a entregarse a la irracionalidad de que les llega el momento de manera inevitable, entre sucesos paranormales, hasta que dan con el problema: uno de sus conocidos está en riesgo de embargo y fue repartiendo los bienes de su negocio progresivamente para esconderlos. Un sketch del siglo XIX con el que se partían la caja. Nunca mejor dicho.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de Zenda.

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