Los manotazos blaugranas en cada mejilla, con goleadas tanto en Liga como en Supercopa de España, marinado ellos con una eliminación en Copa de Europa sin menor atisbo de milagro ante el Arsenal, ofrecieron una bebida amarga para todo aficionado merengue de cara al último partido de la Copa del Rey. Se intuía, yo el primero, en estas bajas horas de fe (la cristiana y la madridista), que lo mínimo que podíamos esperar era un calco de los anteriores enfrentamientos. Los más recientes, concretamente. Los infaustos recientes, mejor dicho. Mi ánimo, insisto, era el de despotricar. Estaba convencido de llegar y aceptar que la página del éxito estaba dada la vuelta en la casa blanca. Y así es, pues el trofeo se vistió de lazos blaugranas, aunque con un camino bien distinto al que todos imaginamos.
Y aquí estamos, sin estar contentos con la derrota, pero satisfechos con que lo que parecía una puñalada al corazón se desvío al costado. Duele y no mata. Quién iba a pensar que el futuro pintaría mejor una vez acabara el encuentro. Imaginaos lo anodina y frustrante que es la trayectoria de los chicos de Ancelotti que incluso en la derrota existe un pequeño triunfo. Sobre todo porque al parecer Mbappé ha asumido de una vez por todas la responsabilidad que exige su imagen mediática y, sobre todo y más esperanzador, que Arda Güler ha hincado el mástil de su reivindicación. La noche del turco convenció incluso a Carlo, que ya no puede ocultar los motivos tácticos, técnicos y prematuros con los que el joven ha derribado una puerta. Esperemos que la de la titularidad.
Es triste que el madridismo sienta alivio de un marcador corto, tan cierto como real. No tengo claro que sea un piropo, pues el Madrí no se puede permitir estas dosis de debilidad. Sin embargo, se lo tiene bien buscado porque si debemos juzgarles por la imagen anterior y posterior a la finalización del torneo no existe penitencia para salvarles del bochorno.
Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de El Mundo.
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