No mentiré si digo que correr, a pesar del dolor, ha sido una de las terapias de mi vida reciente. No puedo ocultarlo porque además se ve. A cada viaje que hago echo siempre en la mochila o en la maleta las susodichas herramientas para los pies. No contento con eso, como si yo viviera de mi cuerpo, me he empezado a flipar conforme pasaban los meses. Con esta parsimonia llegamos hasta los dos años de continuos correteos en los que no sé si he perfeccionado la técnica, a decir verdad, y de si lo he hecho en otros aspectos es algo de lo que podrían hablar mis bolsillas si tuvieran boca en lugar de rotos.
Se empezaron a deshilachar por la causa de los problemas: las zapatillas. Bien es sabido si es que hay alguien que me lee —si es que no lo he contado ya— que sufría de dolores en el tendón de Aquiles y en la rodilla izquierda por utilizar un calzado no especializado en este deporte de brincos. Me inicié con unas burdas Adidas que molaban como profesor de Educación Física y que se quedan algo cortas para todo lo demás. De ahí que la rodilla se rebelara durante dos meses para decirte el primer "Tú 'tas flipao'".
Me empecé a dar cuenta de que si quería hacer deporte para mejorar mi salud era conveniente no empeorarla. No poner trabas, en verdad, por lo que la primera decisión sería amortiguar. La planta del pie es primordial, así que protegerlas a ellas también sería proteger al resto del cuerpo. Así las cosas, también había calcetines, calentadores y un sinfín de indumentarias que no mejoran el rendimiento de manera inmediata, aunque sí te hacen lucir to' guapo. Aquí sería justo hacer mención de honor de esas mallas térmicas que en invierno me dan la vida y me marcan unas piernas de toma pan y moja.
No obstante, uno no es un buen runner si sigue sacando el móvil a pasear colgado del brazo. El roce de la funda me provocaba unas heridas como arañazos gatunos. Entre eso y que cada vez más veía esencial correr de manera ligera y sin obstáculos la última adquisición ha sido un reloj para registrar mis movimientos. En realidad yo sólo los uso para contar la distancia y no suelo detenerme en otras características, pero lo ponen tan fácil y sencillo que mi vista no puede obviar el ritmo cardíaco o la potencia de mis piernas al subir cuestas, que es el otro tema del que venía a hablar antes de tal divagación.
Este fin de semana he estado en Gran Canaria y, como anuncié en el primer párrafo, me vine armado con unas buenas zapatillas con un mes de antigüedad en el uso y con unos cuantos más de suciedad. No se puede evitar. Se manchan solas. Me puse como objetivo subir desde Carrizal hasta Agüimes, pasando por Ingenio, para después volver y terminar en el mismo punto de partida. Cuando estaba llegando al final del barranco de Guayadeque tras cinco kilómetros de subida me vi tan fuerte como loco. Los que somos principiantes en estas lides nos creemos superhéroes con cualquier cosa. Y esto me motivó.
Tanto, que los kilómetros se iban cayendo solos. Hacia semanas que no llegaba a los 15 y con esta proposición ideada en la cama la noche de antes no se me hizo un sufrimiento excesivo. La mente nos engaña de tal forma que una ruta sin orientación nos parece una maravilla. Es una reconexión con uno mismo a pesar de que el cansancio sea el único acompañante. La realización, eso sí, acaba llegando. Lo que cuesta.
Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de Viator.
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