Por alguna extraña razón, tenía las
manos pringadas de harina, aunque no dudé en corretear por el
pasillo casi astronáutico del centro comercial cuando la vi pasar
desde el escaparate. Ni siquiera recuerdo cuándo me la presentaron,
cuándo me miro por primera vez ni cuál fue la primera palabra que
me dedicó. Posiblemente fuera un “hola” acompañado por una
sonrisa que abarcaba toda mi mirada, tan embobada como un felino en
busca del puntero láser. La verdad es que realmente no me acuerdo,
pero desearía revivirlo. Y aquello no fue impedimento para perseguir
su jersey de lana rosa con una fuerza inusual en mí. Suelo correr
detrás de un balón, de un coche o de un supervillano para salvar a
la humanidad, por lo que tanta celeridad causó algo de
imprevisibilidad en mí. No me importó hasta que giró y yo derrapé.
Tanta impetuosidad hubo en la carrera que me precipité sobre ella y
le tapé su boca con mi mano enharinada para su sorpresa mientras
casi rompía el récord del mundo de jadeos por minuto. Me dio cinco
segundos para justificar la acción y no acerté más que a balbucear
sílabas inconexas que servían para poner en evidencia aquella vez
que un mono intercambió su cerebro con el mío. La cuenta atrás
acabó justo cuando crucé mis ojos con los suyos en busca de algún
atisbo de perdón y ya pensando en la penitencia que me tocaba pasar
por la atrocidad. Se rió poco antes de que su brazo reposara sobre
mi cuello. Nos fuimos a no sé dónde.
![]() |
Ojalá. |
Entonces me desperté. Tenía un iPad
apagado encima del pecho y dos cojines acomodando mi cabeza. Con un
simple golpe de vista adiviné que el sofá había sido mi cama para
regocijo de mi espalda. Me ha pasado tantas veces que tengo la teoría
de que cualquier hilo de voz actúa en la madrugada como somnífero,
una versión moderna de la nana que adormece al bebé. Ya ven que hay
cosas que nunca cambian: a) dormirse en el sofá, b) dolerte la
espalda y c) sentir un vacío tremendo por según qué sueños. A
veces, el vacío me incomoda porque soñé que tenía 20 pares de
zapatillas a lo Marty McFly o una habilidad tan fluida para el
ligoteo que se descubría a los pocos segundos esa impostura de la
realidad. En esta ocasión, lo material se tornó en sentimental y
acabé pensando desde que abandoné el mueble hasta que me tropecé
con la luz, recogí los restos de la cena, enchufé el aparato a su
cargador, subí las escaleras y me tumbé en la cama con los ojos
abiertos hacia arriba. Por qué no duró más.
Esa aventura onírica apenas oscilaría
30 segundos en la imaginación y 20 minutos mientras estaba frito,
pero invadió tan fuerte en mi pesar que me empecé a preocupar por
si tuviera efectos premonitorios. Me consuela que así sea, me engaño
con mi actitud infantil y termino ajusticiado ante el tiempo y su
manía de hacer el olvido. De sobra conocemos que los sueños son
intangibles desde que abrimos los ojos para no recordarlos 10 minutos
después y aun así no somos capaces de evitar que nos afecten e
influyan en nuestras acciones. Puede hasta que esté unas dos semanas
pensando en cómo un sueño me hizo sentir una perfecta armonía (no,
no es una frase hecha, fue perfecta) con alguien que la vida real
nunca ha conseguido, un bienestar personal de tan sólo un gesto, un
barullo en mi cabeza que descartó ser un sueño más tan
rápido como sentí las gotas del nerviosismo en mi pecho.
Y desde entonces no paro de pensar en
su piel morena o en su cabello bronceado por cada rayo del sol, ni de
cómo le rocé un pecho sin querer con mi dedo meñique y de por qué
me arrepiento en vida, ni de si realmente mi mente está juguetona
por las fiestas, ni de si alguna vez vi a esa chica y mi
subconsciente la guardó para próximos delirios, ni de si estoy loco
o desesperado o todo junto y revuelto. Su rostro me trajo confusión
y desconcierto hasta asemejarme al niño que, en su duda existencial,
no sabe si le conviene más chupar teta o caramelo.
No tengo ninguna duda. Es ella. Puede
que muera soltero.
Mi Twitter: @Ninozurich.
*Foto tomada de ForWallpaper.
No hay comentarios:
Publicar un comentario