Me levanto angustiado de la cama, al igual que todos los
días, con cara de pachón y cabello de lobezno como costumbre de las primeras
impresiones matinales. Nadie se levanta con January Jones al lado y, mucho
menos, como ella, así que déjenme en paz. El movimiento instintivo ya es
inevitable, mi dedo índice busca el botón de encendido en el ordenador, por
aquello de que es la salsa de nuestra vida. El puesto del agua ya se lo llevó
la electricidad, no se vayan a pensar que voy regalando muestras de cariño así
como así. A decir verdad, he logrado automatizar hasta tal punto ese movimiento
que no necesito tener los párpados abiertos para encontrar el interruptor, me
basta con dar dos pasos y medio. Sí, estoy domesticado.
Y qué hay de un día si no empiezas en el Facebook. Mi angustia crece. Veo en las
actualizaciones la cara de una anciana afectada. Me preocupo. Dicen que se
llama Chus Lampreave, no me suena, yo sólo la imagino en alguna de esas
películas que están hechas mal adrede y que de su cutrez hacen la virtud. Miro
en su Wikipedia pero no encuentro
rastro de Mortadelo y Filemón. Vuelvo
a Facebook y, al parecer, todo el
mundo habla bien de ella. Tengo la sensación de que es la primera vez que leo
su apellido. Tengo la sensación de que a muchos también les pasa, pero que
saben disimular. ¿A qué se debe tanto apogeo social? Raro es el día en el que
la mayoría de la comunidad cibernética coincide en el gusto. Es entonces cuando
intento reunir los temas de mayor éxito: descarto el sexo (por edad), el
deporte (por edad) y la política (por dignidad). Mejor veo el vídeo.
¿Acaso necesitamos un spot publicitario para darnos cuenta
de que esperar únicamente demora el actuar? ¿Acaso no aprendimos del añopasado? ¿Acaso 120.341 reproducciones (hasta la fecha) cambian la realidad? ¿O
sólo nos la modifican? ¿Acaso es necesario que alegren la Navidad con
prejuicios? ¿Acaso no habría que retirar los chorizos en vez de promocionarlos?
¿Acaso no están ya caducados? ¿Verdaderamente un anuncio tiene alguna finalidad
más allá de vender? ¿De verdad nos lo creemos? ¿Acaso no habrá que emigrar para
que algún día se deje de hacer? ¿Acaso hace falta recordar que los tópicos
españoles no son productivos? ¿Que eso de hablar fuerte y abrazarse no da
dinero? ¿Acaso nadie intercambiaría el mute
por 2.000 euros mensuales? ¿Acaso una nacionalidad significa algo? ¿Por qué no
optamos por curtir la nacional personal,
la que no viene de serie? Al fin y al cabo, es un anuncio, una ficción.
Pero me divierte ver la esperanza frente a un ordenador, una
ventana al mundo que recorremos siempre desde la misma silla. Nos empeñamos en
abarcar el todo en una mesa de escritorio y aplaudimos cuando nos descubren, cuando
descubren nuestros defectos y los aliñan con rostros populares que fingen ser nosotros.
Nos identificamos y sonreímos. También lo compartimos porque queremos hacer al
resto partícipes de las virtudes que
despacha Campofrío, no vaya a ser que
disfrutemos de nuestra miseria en soledad. Ya está, publicado.
Es hora de apagar el ordenador.
Mi Twitter: @Ninozurich.
*Foto tomada de Deia.
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