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miércoles, 21 de octubre de 2015

Ponte mi sudadera

Se puede encontrar el detalle más gratificante en la situación menos esperada. Suele ocurrir que, tumbado en el sofá, te percates, de repente, de que te encanta tu pareja. Un instante súbito. Un trueno que azota tu cerebro. Adoras cómo le queda tu sudadera. Ancha, con arrugas y justo por debajo de la pelvis. La imagen de ver a tu chica en este encuadre de irregularidades proporciona apetito, como si aquello estuviera prohibido y se desafiaran las leyes del patriarcado. Me pone porque no está bien visto. La ropa masculina en la mujer queda maravillosamente bien. Y eso es algo de lo que los hombres no podemos presumir en la tesitura contraria.


Que las mangas sólo dejen al descubierto tus uñas es parte de tu ternura. Me recuerda (o me hace creer) que necesitas mi protección. Qué sé yo, un abrazo, una caricia, una muestra de que soy necesario para ti, especialmente en los días que únicamente conocen gotas sobre el cristal y narices rojas. Me invaden unas ganas tremendas de pedirte que bailes para mí sólo con esa sudadera y unos calcetines altos por encima de las rodillas, que se vea lo necesario para no tener que pedir más. Me da miedo proponértelo, por si entiendes que esa actitud está más cerca de la perversión que del amor. Lo único que quiero es que me sientas con la mirada, que te acaricie con ella y te coloques el pelo a lo Mad Men. Seducir no es más que anular los sentidos del hombre y, aun así, que este busque una figura, sin pistas.


Déjatela puesta. Encuentro cierta comodidad mientras te veo con ella. Te miro y no necesito hablar para expresarme. Tampoco necesitas decirme nada. Sólo disfrutémoslo. Eres hermosa con cualquier trapo, incluso con esos horrendos gorros de lana que sueles "lucir" cuando nieva, pero ahora tienes una sensualidad distinta, especial. Ni siquiera necesito tocarte. Me limito a mirar. Sin motivo. No necesito razón. Y parece que mi cara está adormecida porque no dibuja rasgo alguno. Podrías estar limando tus uñas, cocinando lentejas o trazando los planos de un ataque nuclear y mantendría la misma expresión en mi rostro, la misma mirada entreabierta, como afinando la visión, para definirte y mantenerte nítida, limpia, para cerciorarme de que estás ahí. Que no te has ido.


No me cuesta parpadear. ¿Para qué? Desde la distancia te observo y no interacciono, a semejanza de lo que se hace con cualquier escultura, evitando el daño. Te miro, pero parece que no estoy. No me correspondes con ningún gesto, aunque sabes que no te quito ojo de encima. Estás tan guapa que nada estropea tu número. Estiras la sudadera hacia abajo y no puedes estar más sexy, con el pelo alborotado por la almohada y esa cara adormecida tan dócil, y a la vez tan...dominante.

Si tuviera que elegir un fotograma de todos los que vivimos, elegiría este, porque tu piel no la cubre más que esa sudadera, yo. A tu alrededor. Y parezco la única persona que cree darse cuenta del detalle. Tarde. Póntela otra vez, por favor.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotos tomadas de Pinterest y Daily Mail.

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