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miércoles, 11 de noviembre de 2015

Una inevitable pena

Realmente es una pena. Parece un tópico, pero no por cotidiano deja de perder magia. Las últimas generaciones no ejecutarán con la frecuencia deseada una práctica que ha pasado de familiares a familiares. Lo hicieron nuestros bisabuelos, nuestros abuelos y lo repitieron (muy bien) nuestros padres. Nosotros, sin embargo, los hijos de los últimas décadas (especialmente de los 90), estamos esclavizados y las posibilidades de que aquello suceda se reducen drásticamente, como si nos atontáramos, como si fuéramos robots, como si a Ramón García le despojaran de su capa una Nochevieja. Perdemos parte de la identidad humana. Queridos contemporáneos, ¿dónde quedarán, en los próximos años, esas historias de enamoramiento puras, al aire libre, todo más pulcro y natural? En definitiva, algo real. Los futuros ancianos (a ser posible, nosotros) no tendrán la facilidad para reunir a sus nietos alrededor de las sanagüillas (sic.) y relatarles los cortejos con los que asediaban a su (a ser posible) hermosa parienta. Y es que comenzar la seducción con un mensaje privado a Instagram pierde toneladas de interés al oyente. Aunque peor sería  haberla conocido en un taxi de camino al cloooob.


Realmente es una pena. Siempre queda ese regusto placentero en el corazoncito de uno cuando su abuela le narra cómo, después de décadas y décadas, se reencontró con su novio de la adolescencia y por el rubor que le invadió el cuerpo debió salir de la panadería. Ese recuerdo de autenticidad no se puede equiparar ni a cien retuits, sea cual sea el #microcuento. Y me da pena, de verdad, porque quiero que mis (a ser posible) inteligentes nietos aprecien la valentía de su antepasado y vibren con las hazañas sentimentales y los amoríos con los que uno tuvo que luchar para conseguir a su querida. No son necesarios dragones para que la historia sea épica, lo importante es que los que te escuchen no experimenten de todo menos admiración. Pero, quién sabe, lo mismo para esa época el proceso de galanteo se haya limitado a una simple simbiosis. Fría y mecánica.

Realmente es una pena. Hemos cambiado la funcionalidad de los dedos. Pasaron de ser instrumentos para elevar la mirada por encima de la valla y espiar a la deseada a ser herramientas para agasajarla. Mensaje va y mensaje viene. A dónde irán esos mensajes, leídos y azules. ¿Hay un cielo para los olvidados? Cúmulos y cúmulos de letras que cada día son enviados a un limbo, el de la ignorancia, que ha roto más corazones que Léa Seydoux. Quién tenía estos problemas el siglo pasado, cuando la mayor preocupación de una relación sentimental era que el cartero no hubiera olvidado el sobre en alguna trinchera. Para entonces una pareja estaba tan consolidada que la respuesta postal estaba garantizada salvo en caso de muerte. Eso sí era amor hasta que la sangre dejaba de correr. Amor hasta el final. Amor por ese final. Todos quisiéramos que, cuando llegara ese inevitable momento, fuera ese amor el que reposara en nuestro interior y no una confirmación de que tu mensaje ha sido leído pero nunca escuchado.

Realmente es una pena.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografías tomadas de Collider.

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