Mi relación con el heavy metal es parecida. Es un género musical que interiorizo con facilidad, por beber del rock, pero no había profundizado en su escucha. Lo más próximo que estuve de él acaba en el disco que adquirí de Bullet for my Valentine. He de decir, sin embargo, que desconfío de las personas que califican sus melodías de "ruido" e injustamente equivalen una buena canción de Slayer a la altura de Steisy. Lo de Steisy sí que es hacer daño a la música. Ni siquiera es eso. Son sólo tetas.
Mi sorpresa nace en el momento de fusionar la cultura japonesa y el metal. Porque sí, es posible, y además los expertos en la materia han tenido a bien ponerle nombre: kawaii metal. Con dos cojones. En la teoría, estaríamos ante una mezcla similar a la que resultaría de batir lentejas con un buen chorreón de salsa de queso roquefort. En la práctica, es un plato con una explosión de sabores sin igual en mi paladar. Metafóricamente hablando, claro. Échenle un vistazo.
¡No corran! Yo no lo hice cuando por primera vez escuché Ladybaby en un pub heavy del barrio de Agüelles madrileño. Fue todo lo contrario. Mis ojos permanecieron inamovibles de esa pantalla de televisión a los movimientos típicamente anime en personas de carne y hueso. Creía que esas contorsiones de dibujos animados eran posibles únicamente en, claro, series de dibujos animados. Pero no. La ejecución de esos bailes, además, las dota de un cierto erotismo inocente (ya me daréis vuestra opinión de qué significa esta expresión) que ayuda a digerir la combustión mental que se experimenta al ver la diversidad de estilos musicales en apenas cuatro minutos. Es algo tan inconcebible en el mundo occidental como atrayente, lo que me hace comprender las manías asiáticas de fotografiar cada palmo de cultura hispana, por ejemplo, pues yo también me embobo por la capacidad de fusión lírica, melódica y de danza con las que estas pequeñas ídolas con coletas me han hipnotizado. Es algo súbito. Fuera de lo que en Europa creemos "normal". Nos supera. Posiblemente sean esos calcetines por encima de las rodillas. Y no pienso renunciar a esa sensación de ternura que tanto pone.
Se hace difícil admitir, en esta confesión pública, que escucho en un bucle de cinco veces por día esta canción desde hace un par de semanas. No tengo miedo a hacerlo por más que esto me obligue a no ser digno de distinción alguna relacionada con el heavy metal. Los puristas de esto rechazarán la canción, incluso la denigrarán, y expondrán razones comerciales de la industria de la música para apoyar sus argumentos. Y tienen razón. Estas canciones están creadas exclusivamente para atraer al público teen, pero su fácil asimilación ha llegado a llenar estadios con decenas de miles de personas en las que se encontraban varios (bastantes) que superaban la treintena. Verídico. Esta música está hecha para triunfar, sobre todo, en un país concebido fuera de los límites creativos.
Nunca me ha gustado tanto que me destrocen el cerebro como de esta manera. Cuando uno termina de escuchar los acordes y el doble bombo se siente hasta desahogado y liberado. Es por ello que comparto, como buen hermano, lo que a mí me hace sentir genial. De nada.
Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografías tomadas de Musicology-Online y Babymetal.
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