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domingo, 9 de febrero de 2020

No tiene importancia

Nunca había leído a Albert Camus. Nunca había leído un libro en una tablet. Después de más de 27 años y un regalo navideño, vi que era el momento idóneo para aunar estos dos conceptos. La vanguardia, amigos. Hay que estar preparado para el futuro. Já. Lo cierto es que no tenía idea alguna de lo que pudiera separarme El extranjero, tan sólo me guío por una lista de clásicos en este proceso interior que comencé hace casi un par de años, el de empezar a leer de verdad, sin excusas. Encontré varias clasificaciones que me hicieron ver una buena opción: corto y directo, como a mí me gustan, y me zambullí en sus páginas con la mente en blanco, virgen. Tanto, que hasta bien transcurrida la historia no comprobé que el autor no era catalán sino francés. Fue la señal definitiva de que debo leer todavía más.


Me he sentido identificado por el ánimo del protagonista (Meursault) en ciertos aspectos de la obra, alguien apático y que entiende el curso natural de la vida con conformidad. Así se han dado las cosas y así se deben acatar, sin atisbo de rebeldía ni desobediencia ante ningún contexto, incluso tras la muerte de su propia madre, cuando siente resquemor por lo que su patrón pueda pensar de él sin darse valor a sí mismo. Durante el entierro no hay síntomas de pena, apenas hay gestos de amor y el sentimiento que subyace en la atmósfera de las líneas es prisa por adelantar días y volver a la rutina, donde más cómodo se siente, sin nada que pueda alterar su tranquilidad. Las exequias son un obstáculo para él, le molestan y se pregunta qué es lo extraño que todos ven en él.

Es en esta última parte cuando yo me siento identificado: me cuestiono cómo debo actuar por lo que esperan de mí. Es jodido, sobre todo porque casi siempre fallo.

Disfruté la obra a partir de su segunda parte, cuando los sentimientos se vuelven más intensos y naturales, incluso más reales. Se va acrecentando la reflexión de Meursault durante los días en los que sólo encuentra la compañía de las paredes carcelarias. Pero no es suficiente el chandrío que se origina en torno a sus actos para desestabilizar su inquietante quietud: aun frente a detractores judiciales, el mazo de la ley y miradas inquisitivas no es capaz de deshacerse de la ingenuidad. Los párpados de los presentes se abren con extrañeza y sorpresa, pues piensan que algo debe estar revoloteando en aquella cabeza para permanecer tan impertérrito ante lo que, con total seguridad, se le viene encima: la guillotina.

Nada parecía alterar el estado del condenado hasta la aparición de la tozuda religión, pues debió ser negada hasta tres veces por el muerto en vida (como Pedro) para irrumpir en la celda. Desoyó los últimos deseos de Meursault y cuestionó sus pensamientos: estás perdido porque no encontraste a Dios, no eres normal. La insistencia del religioso libera la impetuosidad escondida del protagonista, que por vez primera en todo el texto (puede que segunda) se muestra fuera de sí.

Aquello da paso a la coincidencia con su propia madre y la soledad. Pasa las últimas horas de su vida rememorando porqués. Comprende hasta qué punto se ha desarrollado su existencia y que, al fin y al cabo, le han llevado a morir rodeado de gente y solo.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de la película El extranjero (1967).

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