En un principio, todo parecía ir bien. Recogí a David Alcázar en Kharma y pusimos rumbo hasta Málaga. El chaval estaba tranquilo, comentarios comedidos, interacción con el pasajero de BlaBlaCar y melena al viento. Sin embargo, irrumpió Nano en su teléfono, quedamos en el bar de una de las esquinas del barrio de Huelin (Málaga) y supuso un click en algunas neuronas de David. Incluso percibí cómo un espasmo le obligó a guiñar un ojo, algo casi robótico. Desde ese mismo momento sufrió una dislexia que le duró cuatro días: a mí me comenzó a llamar Nano y a Nano Nino. Imaginaos mi cara la primera vez que ocurría: "No pasa nada, David, es normal confundirse". Imaginaos mi cara a la quinta vez que lo hacía: "David, ¿vas a estar así todo el puto fin de semana?". En efecto, todos los días. Pensé que lo hacía adrede, para provocar.
Al poco tiempo de dejar las maletas localizamos el bar donde Nino...digo, Nano, se hallaba con la primera cerveza de la copa. Teníamos sed y casi no atendimos a nada más que a pedir las consumiciones mientras poco a poco se iban incorporando integrantes del grupo: los hermanos Izcue, por primera vez, hicieron su aparición conjunta en la ciudad. Ramón, el menor de ellos, es el chico perfecto, salvo porque durante el día sólo bebe agua. Le acecha un tremendo temor a deshidratarse. Por el contrario, el mayor, Biel, tarda demasiado en hacerse la raya del pelo, aunque ambos son excelentes profesores de "mallorquí" y poseen tan buena percha que lucen los mejores outfits del grupo. Se reservan las palabras para dedicar zascas a David.
En ese momento, ya sentados en mesa, no anticipaba lo que estaba por venir: Nano sería la sensación de esta Copa de España, mi descubrimiento particular, el Gran Wyoming de mi corazón. El tipo tiene tal ingenio y actúa de tal forma que no tiene remordimientos en comentar con un filipino al azar en nombre de Diego Giustozzi, regalar mecheros presentándose como Gustavo Muñana o preguntar a un oriundo si queda cerca la calle Andreu Plaza (y este contestar que sí, que le suena de estar cerca). Su barba perfilada y peinado erecto transmitían un mensaje desde el principio: tenía la cara perfecta para creer todo lo que te dice. Y así lo hicimos, a pie juntillas, pues un hombre que ha estado muerto durante 13 años sabe más de la vida que nadie.
Empezamos el primer viaje colectivo, ya éramos unos cuantos más: Sergi —apodado "alarmas" durante los próximos 365 días— y Víctor (quien reservó fuerzas para darlo todo la última noche). Viajaríamos hasta el centro de Málaga en autobús, pero antes, asistimos a la primera actuación de David, que no tardó en animar a un albañil que con buena actitud intentaba colocar una salida de aire en un edificio. El hombre aguantó estoicamente las palabras de David que, con cierta sorna, le dedicaba consejos sobre cómo hacer su trabajo. Suerte que pronto llegó el transporte público para salvarnos de la vergüenza y proseguir la búsqueda de Dani, Rubén, Sergio, Emen o Iván Cabanillas, que ya llevaban unos cuantos litros de cerveza más y la voz rota, además de practicar una rutina muy española: decir que están en un bar para luego irse a otro. Por suerte, no tardaron demasiado en arreglar su caradura con unos cañones y unos montaditos de secreto ibérico que eran eso, muy "itos". Apenas unos minutos después ya nos habíamos puesto al día y cogido un Uber —vehículo oficial del torneo— para llegar al Martín Carpena.
Llegados a este punto debo hacer un inciso: en este texto no leeréis análisis deportivo alguno. ¿Qué coño es esto, una crónica? No, esto es otra cosa.
La primera noche malagueña transcurrió sin problemas: copas con ligero viento en una terraza de vistas maravillosas, sobre todo porque Noe y Laura ya estaban con nosotros (previa ruta turística por los aparcamientos de la zona y las tiendas de puertas). Tomamos más alcohol y creíamos leer borroso, pero no, allá estaba el cartel de ella, la numismática. Nuestra guía. Nuestro faro. Nuestra referencia para el Uber, "justo al lado del camión de la basura", como le indicó Laura a Borja. Nano la secundó, pues no faltaba verdad en sus palabras. El chavolín rompió su voto de silencio para invitarlo a nuestro plan del día siguiente, pero jamás apareció por el Torcal.
Debíamos preservar nuestros cuerpos, pero no lo hicimos, pues la tradición obligaba a salir a la cancha al menos una vez por edición, y la mañana del viernes la teníamos reservada para esculpirnos en torno a la pelota e implantar el "modelo segadora". Laura secó de raíz las aspiraciones de los y las flipadas vascas para bajarlos a la Tierra: la Champions era en otra pista, payasos. Después de algún que otro caño, como bien podrán confirmar Nano y Biel, el Sardiná de Torremolinos nos esperaba para uno de los momentos cumbres del torneo: la rosada con alioli. Me dijeron que trasladara felicitaciones, pues la elección donde degustar pescaíto frito fue acertada y el adobo, la estrella. Teníamos tan cerca la playa que no nos resistimos a fotografiarnos con ella y casi nos zambullimos, aunque Laura estuvo ágil en brincar para evitar que el agua llegara a ella, a su bolso y a las gafas de sol. Estuvo cerca.
Por desgracia, me fui con la espina (o raspa) de que Víctor y Cabanillas no comieran nada de pescado, por no gustarle, una decisión en la que el karma actuó en pleno directo, cuando la realización de Gol cazó a Iván zampándose una bolsa de gusanitos. Aquello dejaría constancia para el resto del viaje. Por si no fuera poco, después reventamos un Telepizza cercano y rellenamos tres mesas con ellas. Nos drogamos. Mucho. Piribiribiribiribiribí.
La noche del viernes, tras mucho buscar, decidimos montar un campamento en el centro neurálgico de los Erasmus en Málaga, donde volaban pelotas de ping-pong y los vasos anchos tomaban forma de portero-jugador con Nano a los mandos: todos estuvimos embelesados y quisimos aprender de lo que allí sucedía. Fuimos un grupo aplicado: primero escuchamos al profe y después nos emborrachamos. Esto quiere decir que Sergi me empezó a meter culo de tal forma que sufrí por mi cadera en cada golpe. Logré recuperarme al mismo tiempo que Nano empezó a presentar a amigos. El primero fue David "Capi", el auténtico, que sufrió porque las directrices de su míster no eran de todo exactas: "Ten cuidado con esas, que una de ellas es feminazi". Se equivocaba, eran las dos, Laura y Noe. Se empezó a agobiar de tal forma que en rueda de prensa admitió que su entrenador no había leído bien el partido, pues ante tal acusación no cabía el fascismo en su pelo de "rojo".
El resto de los colegas de Nano eran diferentes. A uno no le parecimos caer bien, pues deambulaba por el bar sin más compañía que una cerveza. Lo encontramos en la barra, en el sofá o dando vueltas por el pub. Era tan reservado que ni siquiera supimos su nombre. Mientras tanto, María Blanco ya estaba detrás de la noticia intentando sonsacar a un asiático dónde cojones había escondido la cura del coronavirus y lo amenazaba con presentarle a Diego Giustozzi para amedrentarlo: "¡Están muertos, están mueeertos!". El filipino salió corriendo en cuanto toda la calle estaba gritando con nosotros cualquier soplapollez del entrenador del ElPozo. Por supuesto, hay registro fotográfico de lo sucedido.
Y también vídeos de Sergi "alarmas" luchando contra sus párpados con una cerveza en la mano. Los ojos terminó cerrándolos, pero la lata no se cayó de su mano.
El sábado nos lo tomamos con tranquilidad. Había que recuperar algunas horas de sueño y volver a cargar el cuerpo de comida (solo hacíamos dos paradas al día). Apenas hicimos nada, salvo beber ("Somos grandes borrachos, pero mejores personas", como diría David). El sábado por la noche montamos una cena improvisada en el apartamento. Unas 12 personas, con sus 12 platos distintos, fue el escenario idóneo en el que comprobé que Nano y yo compartíamos algo más que tres letras: la adolescencia en una Aerox. Fue motivo de suficiente celebración como para complacer a David Alcázar con una foto de ambos para que, según sus palabras, "enmarcarla en su habitación" mientras silba "The Final Countdown". A este jiennense sólo le paraba el chavolín Ramontxu o una llave de judo de Biel. El resto era descontrol por los cuatro costados hasta llegar al momento culmen de su estancia. Ocurrió en la pachanga que las leyendas disputaron en el pabellón: "Este es el partido de la LNFS contra la RFEF y quien gane se queda con el fútbol sala".
No sabemos si hay alguien pilotando allá arriba, pero es un puto descojone.
Aquel día a Laura le dio por beber txaparán y secuestrar mi Twitter, publicar que mi sueño es jugar en Valdepeñas y hacer encuestas sobre mascotas. Tanto éxito tuvo que el propio creador de Limoncito nos advirtió de que su nombre era Torky e instó a que todo el Atlético Torcal votara por él. El resultado era apabullante: 75% frente al 25% de Cerdinho.
Parece que hablo siempre de él, pero durante la madrugada del sábado Nano también salió a triunfar. Nano, te quiero. Nos contó de su pasado oscuro: más de un año en busca y captura como desertor de la legión y, en otra época, zombi. Estábamos de cumpleaños, aunque no recordamos el nombre del agraciado hasta que Cabanillas habló: "Puede ser que alguien de aquí cumpla años, pero no os voy a decir quién soy".
Aunque podría ser perfectamente Bebe, ya que debía haber pagado unas cuantas copas en el ZZ Pub, donde requirieron de sus servicios un coro de borrachos en los que la inmensa mayoría éramos nosotros. Para algunos foráneos, en cambio era un tal Pepe quien debía sacar la billetera.
Tantas horas escuchando rock y bebiendo terminaron por fundar una banda de música en pleno domingo: Cubata Quijano con su primer single, "Díceselo Juan", inspirado en una taxista con cierto interés en no dejar escapar a los cuatro pasajeros del vehículo. Ella quería ser la 50 y a día de hoy no hay certezas de que lo fuera, pero tampoco de que no lo fuera.
*Para conseguir copias de la canción deben ponerse en contacto con la caja de comentarios de esta entrada.
Al amanecer comprobamos que la Copa se estaba extinguiendo y la tristeza (no de Cancho, sino la nuestra) empezaba a hacer acto de presencia, aunque intentamos camuflarla con comida, como siempre. Una mesa repleta de todo lo que uno pueda imaginar decoraba la mesa gigante que ocupábamos 18 personas. No queríamos irnos ninguno de los que allí estábamos, anclados a esos taburetes, como si quisiéramos agarrarnos a esta costumbre tan sana que hemos construido y que, si todo va bien, es posible que el año que viene nos traiga un nuevo integrante a cargo de Daniel, el hombre para todo de este grupo.
La entrada y la salida del pabellón fue bien distinta: la euforia de los alrededores de la afición valdepeñer y la nostalgia del después, con caras alegres de habernos conocido y largas por tener que irnos. Abrazos, besos y fotos constatan una vez más que es uno mismo quien se apropia de la vida y no ella misma quien nos va moldeando. Somos dueños de lo que hacemos y con quién elegimos compartir nuestro tiempo. Es por ello que nunca antes he estado tan seguro de lo que, juntos, hemos comprobado con el paso de las horas: la vida es nuestra (y la mierda de otro). Y no habrá nadie que nos convenza de lo contrario.
Mi Twitter: @Ninozurich
*Las fotografías pertenecen a la vida, que tenemos derechos de autor.
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