Ha sido divertido leer Niebla, de Miguel de Unamuno, después de la intensidad de Mortal y rosa, de Francisco Umbral. Venido de un ejercicio filosófico sobre la vida suele agradecerse dejar la mente en manos del entretenimiento, que es la sensación primaria que me dejó la obra del escritor bilbaíno. Una historia que permite jugar, sin aritmética ni pirotecnia, y con la que te ríes. Fue la primera vez —que yo recuerde— en la que leí el término "nivola" y en la que comienzo a darme cuenta que algunos libros son recordados por encima del resto no por la calidad de sus líneas (que también), sino por el carácter innovador de las mismas. Concretamente, son los tres últimos capítulos en los que el resto cobra sentido y deja ese regusto que reconoceréis: "Ha merecido la pena leer esto".
Porque uno aprende leyendo. Eso es algo que, en mi costumbre tardía, he empezado a darme cuenta ahora, cuando acuden a mi mente latigazos de conocimiento, algo como flashes, durante una u otra conversación. Lo cierto es que es una situación reconfortante y, ya que es agradable, quiero que siga pasando. Por eso sigo leyendo.
Perdón, perdón, pues a veces divago sin planearlo. A lo que iba era a criticar, para bien, Niebla. Lo que me gustó desde el primer momento es que se narra una historia sin pretensiones. No se busca enseñar, no se busca adoctrinar y pocas veces se llama a la reflexión, aunque se haga; la naturaleza del relato se basa en contar las vicisitudes interiores de Augusto Pérez, en esencia, un alma tan insegura de sí misma que admite el consejo de todos cuales les rodean en torno a su amada Eugenia, a quien os invito a conocer. Y es un lío, claro, porque no se puede aplicar al gusto de todos como nunca llueve cuando uno quiere.
Hablaba del género nivola por desmarcarse de las novelas tradicionales, sin demasiado profundidad, como un contenido más blando, sin aditivos, que facilita la digestión de un relato cuyos personajes terminan siendo planos y díscolos, lo que es tremendamente divertido, con algún cameo sorprendente que alza el interés por la obra. La interacción final de Augusto con su Dios es delirante, casi onírica. Y vuelvo a decir: cómica, agradable a la lectura.
Aunque al acabar este texto tengo la sensación de no haber dicho nada ni despertado el interés en dicha lectura, sí que pienso que es ideal para iniciarse en edades tempranas o si, como yo, te ha llegado el gusto más allá de la veintena de años. Pero dicha está, he aquí mi aportación. Veremos si es Unamuno, Augusto o yo quien se sale con la suya.
Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de Revistococo.
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