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domingo, 19 de abril de 2020

Ser mortal

Tenía ganas de leer a Francisco Umbral por las lógicas referencias que se hacen de él durante la carrera de Periodismo. No se puede obviar que, entre otras muchas cosas, fue uno de los mejores articulistas del siglo XX en España y antecesor de muchos de los que hoy se leen en las páginas de la prensa. Buscaba ese aire desenfadado del columnismo y olvidé que los libros se rigen por otros márgenes de estrechez, enfoque e intención. Me encontré con un Umbral tan visceral que me asusté por no entenderlo cuando empecé Mortal y rosa.


Ni siquiera me gustaba. Pero la cabezonería de la que soy preso me empujaba a terminar toda obra, escrita o audiovisual, que cae ante mis ojos. En pocas ocasiones me he sentido tan agobiado por una prosa como en esta biopsia cruda y de difícil digestión. Umbral te describe, pero no te cuenta, sino que te hace intuir, deja un resquicio a tu propia interpretación. No es una narración al uso, sino un diario tan íntimo y lírico que te acaba emborrachando de intensidad. No he sido capaz de leer más de 30 páginas seguidas, se me hacía duro por su densidad más que por la naturaleza de los hechos, que no es muy compleja.

Me resultaba incómoda la maleabilidad de su discurso, sin una pausa entre el principio y el fin, en el que podía dibujar las consecuencias de una erección matinal tan rápido como versar sobre la pureza que le suscitaba la blancura de piel o lo que disfrutaba observando el culo de una viandante que le antecedía. Excesivamente detallista. Excesivamente intenso. Excesivamente mortal.

He disfrutado en varios momentos, no obstante, en los que la escritura era más fluida, más de libro estándar, y arrojaba un humor muy de escritor, por superioridad moral al resto de terrícolas. Han sido pocos, eso sí, aunque alegraban una lectura lúgubre que comencé a aclarar cuando, pasada la mitad del manuscrito, apareció la razón última de las palabras tensas y pésimas de Umbral: la muerte de su hijo de cinco años a causa de la leucemia.

Este hecho, para el lector que no lo supiera —he ahí mi caso—, conecta lo que parecía deshilachado e ilógico, místico, hasta posicionarlo en la coherencia de una persona muerta en vida, vagando por los terrenos de un mundo desprovisto de la luz de su hijo, que también era su vida en sí. Se entiende en ese punto el desgarro y la huida hacia adelante del autor, condenado a haberse ido de su lugar, de su cuerpo, de lo que le correspondía. "Estoy viviendo muerte, porque la muerte hay que vivirla en la vida. Luego, en la muerte ya no hay muerte", relata en una ocasión. El fin de su hijo deja a Umbral con la mirada perdida y los sentimientos apuñalados.

Así se entiende la esfericidad del libro, un trozo del alma del escritor que da pena descubrir, enfrentarse en canal a la peor experiencia. Y aprender, y reflexionar, y remirarse a uno mismo. Ser mortal.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de Blogspot.

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