Me agobié nada más empezar Rayuela, de Julio Cortázar, cuando en la primera hoja ya te avisa de que este no va a ser un libro cualquiera, leído de manera cualquiera y hablado de con lenguaje cualquiera. De hecho, el autor se anticipa a la autopsia: son dos libros en uno. El primero, hasta el capítulo 56, se lee de manera natural, mientras que el segundo comienza en el 73 y va alternándose como si se estuviera saltando a la pata coja y avanzando casillas sin continuar el orden progresivo. Esto me hizo pensar en escribir dos piezas en el blog para plasmar cuáles eran mis sensaciones tras leer la primera parte (hoy) y cuáles serían al acabar la segunda (la semana que viene). A ver si, de esta forma, le encuentro sentido a todo en su conjunto.
No entendía un carajo en los primeros capítulos, en los que se mezclaban idiomas varios como el francés o el inglés, al margen del castellano, en una nebulosa filosófica expulsada por unos personajes pedantes. De hecho, dio la casualidad de que hacía pocos días una de las personas que sigo en Instagram había admitido que Rayuela era una de esas obras que no había podido terminar. Tras unas 20 páginas leídas...le estaba dando la razón. No obstante, como muchos sabréis, cuando inicio algo debo acabarlo, sea como sea, y aunque me arañen la cara voy a hacerlo. Y eso me motivaba para pasar a la siguiente página.
Horacio Oliveira, la Maga (Lucía), Traveler, Talita, Wong, Rocamadour, Ossip Gregorovius...ni siquiera los nombres de los personajes eran cómodos a la lectura, resultaban incluso difíciles de recordar sus propias características hasta bien entradas los capítulos, cuando poco a poco, de manera muy leve, se van alumbrando los caminos que toma cada uno. El machismo y la repelencia de Oliveira, la inseguridad y la culpabilidad de Lucía, la pena de Ossip, la fragilidad del bebé Rocamadour y todos ellos mezclados en aromas tan diferentes como desprenden París y Buenos Aires, lo que hace que el propio lector enfoque la digestión de las líneas de manera muy distinta. Francia evoca rectitud y Argentina, libre albedrío.
Es difícil hacerse con el libro, de hecho hasta Julio Cortázar se da cuenta de ello en uno de los capítulos y acaba con una reflexión consciente del nudo mental que suponen esas líneas, como si estuvieras escarbando en la tierra sin avanzar un centímetro. Se divierte a costa del lector. Una metáfora de lo que significa, para nada un juego de niños.
Sin duda, la aventura francesa supone un primer entrenamiento hasta llegar a la argentina, donde comienza la mitad más trepidante de la obra. El sufrimiento merece la pena hasta llegar a Buenos Aires, donde todo acelera el ritmo hasta creer llegar al asunto central: quien todo lo sabe, Oliveira, acaba sumergido en un mar de dudas en el que se aflige por no comprender lo que no está en los libros. El amor o, mejor dicho, la pérdida del mismo. Un precipicio al que se asoma desde una ventana después de una escena de desternillante locura. Una explicación onírica, fantasiosa, alucinógena, lisérgica. Juguetona.
Hasta ahora, quién sabe si la semana que viene hallaré el sentido del doppelgänger en el kibbutz del deseo. Habrá que intentarlo, al menos.
Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de Revista Tarántula.
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