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jueves, 21 de mayo de 2020

Me provocaste, tío

¿Conocíamos a Michael Jordan? Sí, sabíamos de su prepotencia y de su capacidad competitiva, pero The Last Dance ha puesto en valor a los escuderos que estaban a la sombra y que, por satisfacer la curiosidad, nos han desvelado los quehaceres que estaban solapados por las acciones espectaculares del "23". Por eso ha atraído tanto la producción audiovisual de Netflix y ESPN.


Nos encanta recordar y endulzar el pasado, recubrir de una película épica esos pasajes que vivimos (o no) y compararlos con lo que somos hoy en día. La nostalgia es una de las emociones que más explotan los creadores de contenido: evocar las sensaciones que experimentamos en cierto momento, con menos experiencia que ahora, con menor madurez que ahora, con más/menos felicidad que ahora. Apostar por la nostalgia, siempre que esté bien narrada, es una apuesta segura de éxito. En The Last Dance se hace a la perfección, con saltos temporales que contextualizan y encauzan una historia apasionante, con notas muy alegres, pero también muy tristes. Ese contraste hacia el camino triunfante, con base modesta o pobre, es la que hace enloquecer a los americanos. Y a nosotros un poquito.

Tanto los que estuvieron ahí (frente al televisor o de público) como para los que no teníamos conciencia de lo que estaba ocurriendo en Chicago nos entretiene una figura tan influyente en el mundo, más allá de su disciplina deportiva. Es lógico admirar al Jordan de dotes inverosímiles en la pista, inaudito, semejante a un extraterrestre. Una venida casi celestial. ¿Quién no se asombra ante algo así?

Sin embargo, es fácil escarbar entre los edulcorantes del metraje hasta la raíz que convertía a Michael Jordan en una máquina agresiva: la motivación. En multitud de ocasiones, el documental encuentra un motivo por el que las capacidades del jugador se acrecientan: una mala mirada en el túnel de vestuarios, un saludo que no se produjo, una salida en tromba de la pista, una crítica en la prensa, etcétera. Cualquier excusa era suficiente para hallar al Jordan más brillante, por lo que casi debemos dar gracias a que todos fueran tan maleducados con él hasta permitirle subir a la cúspide del baloncesto. "Hizo enfadar a Jordan, tío. Todos sabíamos cómo iba a acabar la cosa". Unos 50 puntos del "23" en el siguiente partido.

Easy.

No obstante, hay un personaje con el que disfrutaba mayor si cabe durante los 10 episodios de la serie, especialmente si aparecía. Dennis Rodman provoca tal atracción que uno se alegra cuando lo ve en pantalla y desvela sus intimidades con total desparpajo. Así fue él y así le funcionó. Quiero decir, las excentricidades y penas de los compañeros de aquel equipo legendario son, en esencia, parte importante de la historia, a pesar de que los focos —bien merecidos— se desvíen hacia MJ.

Al final no sé de qué he hablado, sólo quería dejar constancia de que me ha gustado el montaje y la narración de esta obra, sin ánimo de valorar, sin más, tan sólo de expulsar en pocos minutos la visión de un espectador. Espero que Jordan no se enfade. Me terminaría encestando a mí.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de Heaven32.

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