Páginas

domingo, 24 de mayo de 2020

Váyase al carajo

Me he llevado una grata sorpresa en el libro que me tocaba leer esta semana, por inesperada y por placentera. Ha sido una de las ocasiones en las que no me ha importado leer casi dos horas diarias que, pese a quien me tache de "flojo", es un logro para mí, el obsesionado del tiempo y disciplinado de las horas. He disfrutado mucho, casi sin cansarme. Ni siquiera me detenía para actualizar Twitter o Instagram, síntoma inequívoco de que hoy en día se está entretenido. Por eso, La casa de los espíritus, de Isabel Allende, es uno de las obras que más me han gustado de siempre.


Llegué al realismo mágico de la mano de García Márquez sin pensar que hubieran otras obras que estuvieran a la misma altura que el creador de la corriente, por aquello de que se tiene una imagen idealizada y nadie puede borrarla. Ahí llegó Allende, rotulador en mano, para serigrafiarme con tinta indeleble que hay más vida que la del colombiano y que uno se lo puede pasar muy bien leyéndola. Mi ignorancia literaria se va achicando poco a poco.

La casa de los espíritus es una descripción política, una crítica al conservadurismo y a las miserias de la guerra desde un plano distinto: las convicciones de un patriarca derechista, Esteban Trueba, que no puede controlar que su descendencia siga otros caminos más progresistas. Las vicisitudes entre su familia y las parejas de sus hijos convierten la vida en la casa de la esquina en una sucesión de enfrentamientos —unos más cómicos que otros— durante los cuales el bastón de plata acaba destruyendo lo primero que halla a su paso. Hay rabia, desconfianza y frustración.

Pero sobre todo La casa de los espíritus funciona como catalizador de los amores. Conforme uno madura se da cuenta de que hay distintos tipos de quereres, de personas y de intensidades. No todos quieren, aman o luchan igual, y eso crea hermosos contextos, burbujas entre esa pareja, que entran en conflicto con sus valores y creencias, a veces hasta con otras (terceras) personas. Es maravilloso leer la evolución de relaciones interrumpidas, marchitas, agotadas por el tiempo y realimentadas por la misma espera que les separó. Es tan dulce y tosco a la vez que a uno le hace reflexionar sobre la dureza de la vida en esas lides. Siempre parece haber una esperanza. Más vale llegar hasta el fin que irse al carajo.

También es un relato del orgullo del poder y de la bajeza moral de algunos de los personajes, ahogados en su totalitarismo hasta que de una bofetada le muestran que sus seres queridos no son intocables: aparece la muerte, la violencia o la venganza para arrebatárselos. Esteban Trueba es el ejemplo de la evolución y la inestabilidad de un personaje tallado a base de golpes y decepciones, mucho sufrimiento merecido y una fragilidad súbita en torno al final de la obra. La lucidez a orillas del fallecimiento le desvela inconscientemente sus errores tras palpar a su nieta en el precipicio de la vida, cuando puede caer todo lo que te queda. En ese punto su propia existencia le reconduce y endereza. Nosotros, sin embargo, todavía podemos darnos cuenta.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de LoResumo.com.

No hay comentarios:

Publicar un comentario