Tengo la fea costumbre de ser cuadriculado en mis costumbres y en mis hábitos. Por eso, cuando estoy dos semanas sin actualizar el blog me embauca una sensación de vacío, como si me hubiera fallado a mí mismo, y trato de restablecer la tranquilidad en mi interior a fuerza de escribir más y de forma más seguida. Es por ello que ahora estoy escribiendo el primero de los dos textos que haré en la tarde de este 25 de junio, en una habitación con la persiana bajada y flanqueada por un bochorno incómodo en cada rincón en el que habita algo de aire. Estoy sudando por la mayoría de poros de mi cuerpo, para mi desgracia.
Lo que suelo hacer cuando no tengo nada sobre lo escribir es escupir todo lo que pasa por mi cabeza. Como ahora, que trataba de buscar una explicación decente de por qué me he puesto a teclear a un día de irme a Jaén tras más de cien sin pisar suelo andaluz. El confinamiento y la ausencia de textos en esta plataforma me han enderezado hacia la necesidad de hacer saber de mí, pues alguien debe (o debería) estar preocupado porque su blog favorito no ha tenido modificación reciente. Aunque sea de una estupidez supina de la que me estoy acordando y de la que estoy seguro que decepcionará a los que la vayan a leer.
En época de verano, antes que la alarma me suele despertar el picor de las chupadas de lo mosquitos. Hay veces en las que tengo suerte y la zona enrojecida no causa mucha molestia, pero en otras ocasiones suelo tener el dedo hinchado y a punto de reventar, como si alguien lo estuviera llenando con una manguera para que explote. Siento esa sensación extraña cuya inflamación me impide doblar la extremidad y, por consecuencia, ese dedo permanece inútil hasta que el paso de los minutos lo devuelve a su estado natural. Y así soy capaz de coger cosas sin que se note la ausencia de neuronas.
Sin embargo, hoy me desperté debido a algo que no conocía. Algún bicho alado consideró a bien hincar su arma sobre una de las plantas de mis pies. Hasta aquí, no habría nada que se escapara de la normalidad si no llega a ser por los impulsos nerviosos que esa parte de mi cuerpo emitía, transformados en dolor, y que me hacían creer que la amputación de tal miembro comenzaba a ser una posibilidad real. Jamás una picadura de mosquito me había incomodado de esa forma. No pude dormirme hasta que me levanté de la cama, enfilando la ducha, y comprobé que había un huevo al final de mi cuerpo que me impedía caminar con normalidad. Me asusté y maldije hasta que dejé actuar a la Naturaleza, tan sabia como siempre, y ella misma relajó la sensación hasta hacerme olvidar.
Y ya está, de eso se trata, ya os he dicho que no tenía que contar salvo cagarme en todo lo que rodea a aquel mos-quita, ¡coño!
Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de Pinterest.
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