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miércoles, 8 de julio de 2020

El misterio del tiempo

Las ganas por engancharme a una serie seguían en decrecimiento a pesar de que mi padre se esforzaba en recordarme cuál era la quinta serie que estaba mezclando con esta otra durante el confinamiento. No es la primera vez que me refiero a que desde que llegué a Madrid mi interés por este producto audiovisual se fue agotando hasta dejarlo en casi residual. Apenas unas pocas se han salvado de la quema, casi todas por compromisos mediáticos, pero una de las que siempre me ha atraído fue El Ministerio del Tiempo, por lo que durante el encierro —paradójicamente, cuando más horas tenía— la devoré hasta acabarla hace pocos días.

Y fue un descubrimiento.


La idea, una originalidad que estimula las mentes españolas, es un acierto, sobre todo porque convergen la inmensidad de la Historia de nuestro país con la televisión, otra de las pasiones nacionales. Para mí fue inevitable acordarme de uno de los profesores que marcó mi etapa en la Secundaria, Conejero. Siendo republicano confeso, explicaba todos los entresijos de las diferentes épocas acaecidas en la península ibérica de una manera penetrante. Era didáctica, entiéndase el término, porque su docencia se apoyaba en elementos narrativos para contextualizar lo que allí estaba sucediendo. No como en otras pesadas asignaturas. En otras palabras, yo deseaba que llegara la clase de Historia para empaparme del cómic que me relataban. Ahora todo aquello lo recuerdo con nostalgia.

Con El Ministerio del Tiempo tengo una sensación parecida, pero algo más adulta, y esto me desveló cuán importante es conocer de dónde venimos de una forma tan entretenida que es inevitable seguir buscando más información. En cada capítulo visitaba la Wikipedia para conocer más de este u otro personaje, me disparaba la curiosidad y me descubría personajes tan importantes hoy en día que no conocía. Todo desde un enfoque con toques de humor y ficcionado, claro, pero con un tremendo poder de atracción.

Las distintas épocas, los distintos personajes, las distintas vestimentas nos trasladaban a unos años desconocidos en profundidad y nos convertían en espectadores de nuestro pasado, como si nos asomáramos a una ventana y viviéramos en primera plana lo que sucedió hace siglos. Esto es, nos hicimos partícipes de lo que ya pasó y no volverá. Y a uno, pues claro, le recorre cierto hormigueo ante estas aventuras.

Pero hay dos personajes históricos que despiertan una empatía distinta: Velázquez y Lorca. El primero, por su ego; el segundo, por su humildad. El pintor y su tamaño acompañante recuerdan constantemente la grandeza de su obra, la curiosidad de compartir conocimientos con otros pintores (Goya o Picasso) y la impetuosidad de esparcir y enaltecer todo lo que salga de su pincel. Es muy divertido presenciar sus intervenciones, siendo la escena en el Prado uno de los recuerdos imborrables de la serie. Por otro lado, el poeta se sitúa en otro escenario diferente, el onírico, el eslabón de la conciencia que desde el respeto y la buena voluntad aparece en momentos críticos para reconducir a Julián Martínez, uno de los protagonistas. El cruce con Camarón resulta inevitablemente emotivo para los que lo presencian.

El mayor éxito de El Ministerio del Tiempo es preservar la Historia y concienciarnos para que no volvamos a repetir los errores del pasado. Es un tópico, pero no por ello menos cierto y real. "He ganado yo, ellos no".

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía perteneciente a un fragmento de la primera temporada de El Ministerio del Tiempo.

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