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martes, 24 de diciembre de 2013

Es ella

Por alguna extraña razón, tenía las manos pringadas de harina, aunque no dudé en corretear por el pasillo casi astronáutico del centro comercial cuando la vi pasar desde el escaparate. Ni siquiera recuerdo cuándo me la presentaron, cuándo me miro por primera vez ni cuál fue la primera palabra que me dedicó. Posiblemente fuera un “hola” acompañado por una sonrisa que abarcaba toda mi mirada, tan embobada como un felino en busca del puntero láser. La verdad es que realmente no me acuerdo, pero desearía revivirlo. Y aquello no fue impedimento para perseguir su jersey de lana rosa con una fuerza inusual en mí. Suelo correr detrás de un balón, de un coche o de un supervillano para salvar a la humanidad, por lo que tanta celeridad causó algo de imprevisibilidad en mí. No me importó hasta que giró y yo derrapé. Tanta impetuosidad hubo en la carrera que me precipité sobre ella y le tapé su boca con mi mano enharinada para su sorpresa mientras casi rompía el récord del mundo de jadeos por minuto. Me dio cinco segundos para justificar la acción y no acerté más que a balbucear sílabas inconexas que servían para poner en evidencia aquella vez que un mono intercambió su cerebro con el mío. La cuenta atrás acabó justo cuando crucé mis ojos con los suyos en busca de algún atisbo de perdón y ya pensando en la penitencia que me tocaba pasar por la atrocidad. Se rió poco antes de que su brazo reposara sobre mi cuello. Nos fuimos a no sé dónde.

Ojalá.
Entonces me desperté. Tenía un iPad apagado encima del pecho y dos cojines acomodando mi cabeza. Con un simple golpe de vista adiviné que el sofá había sido mi cama para regocijo de mi espalda. Me ha pasado tantas veces que tengo la teoría de que cualquier hilo de voz actúa en la madrugada como somnífero, una versión moderna de la nana que adormece al bebé. Ya ven que hay cosas que nunca cambian: a) dormirse en el sofá, b) dolerte la espalda y c) sentir un vacío tremendo por según qué sueños. A veces, el vacío me incomoda porque soñé que tenía 20 pares de zapatillas a lo Marty McFly o una habilidad tan fluida para el ligoteo que se descubría a los pocos segundos esa impostura de la realidad. En esta ocasión, lo material se tornó en sentimental y acabé pensando desde que abandoné el mueble hasta que me tropecé con la luz, recogí los restos de la cena, enchufé el aparato a su cargador, subí las escaleras y me tumbé en la cama con los ojos abiertos hacia arriba. Por qué no duró más.

Esa aventura onírica apenas oscilaría 30 segundos en la imaginación y 20 minutos mientras estaba frito, pero invadió tan fuerte en mi pesar que me empecé a preocupar por si tuviera efectos premonitorios. Me consuela que así sea, me engaño con mi actitud infantil y termino ajusticiado ante el tiempo y su manía de hacer el olvido. De sobra conocemos que los sueños son intangibles desde que abrimos los ojos para no recordarlos 10 minutos después y aun así no somos capaces de evitar que nos afecten e influyan en nuestras acciones. Puede hasta que esté unas dos semanas pensando en cómo un sueño me hizo sentir una perfecta armonía (no, no es una frase hecha, fue perfecta) con alguien que la vida real nunca ha conseguido, un bienestar personal de tan sólo un gesto, un barullo en mi cabeza que descartó ser un sueño más tan rápido como sentí las gotas del nerviosismo en mi pecho.

Y desde entonces no paro de pensar en su piel morena o en su cabello bronceado por cada rayo del sol, ni de cómo le rocé un pecho sin querer con mi dedo meñique y de por qué me arrepiento en vida, ni de si realmente mi mente está juguetona por las fiestas, ni de si alguna vez vi a esa chica y mi subconsciente la guardó para próximos delirios, ni de si estoy loco o desesperado o todo junto y revuelto. Su rostro me trajo confusión y desconcierto hasta asemejarme al niño que, en su duda existencial, no sabe si le conviene más chupar teta o caramelo.

No tengo ninguna duda. Es ella. Puede que muera soltero.


Mi Twitter: @Ninozurich.



*Foto tomada de ForWallpaper.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Hazte coherente

Me levanto angustiado de la cama, al igual que todos los días, con cara de pachón y cabello de lobezno como costumbre de las primeras impresiones matinales. Nadie se levanta con January Jones al lado y, mucho menos, como ella, así que déjenme en paz. El movimiento instintivo ya es inevitable, mi dedo índice busca el botón de encendido en el ordenador, por aquello de que es la salsa de nuestra vida. El puesto del agua ya se lo llevó la electricidad, no se vayan a pensar que voy regalando muestras de cariño así como así. A decir verdad, he logrado automatizar hasta tal punto ese movimiento que no necesito tener los párpados abiertos para encontrar el interruptor, me basta con dar dos pasos y medio. Sí, estoy domesticado.

Y qué hay de un día si no empiezas en el Facebook. Mi angustia crece. Veo en las actualizaciones la cara de una anciana afectada. Me preocupo. Dicen que se llama Chus Lampreave, no me suena, yo sólo la imagino en alguna de esas películas que están hechas mal adrede y que de su cutrez hacen la virtud. Miro en su Wikipedia pero no encuentro rastro de Mortadelo y Filemón. Vuelvo a Facebook y, al parecer, todo el mundo habla bien de ella. Tengo la sensación de que es la primera vez que leo su apellido. Tengo la sensación de que a muchos también les pasa, pero que saben disimular. ¿A qué se debe tanto apogeo social? Raro es el día en el que la mayoría de la comunidad cibernética coincide en el gusto. Es entonces cuando intento reunir los temas de mayor éxito: descarto el sexo (por edad), el deporte (por edad) y la política (por dignidad). Mejor veo el vídeo.



¿Acaso necesitamos un spot publicitario para darnos cuenta de que esperar únicamente demora el actuar? ¿Acaso no aprendimos del añopasado? ¿Acaso 120.341 reproducciones (hasta la fecha) cambian la realidad? ¿O sólo nos la modifican? ¿Acaso es necesario que alegren la Navidad con prejuicios? ¿Acaso no habría que retirar los chorizos en vez de promocionarlos? ¿Acaso no están ya caducados? ¿Verdaderamente un anuncio tiene alguna finalidad más allá de vender? ¿De verdad nos lo creemos? ¿Acaso no habrá que emigrar para que algún día se deje de hacer? ¿Acaso hace falta recordar que los tópicos españoles no son productivos? ¿Que eso de hablar fuerte y abrazarse no da dinero? ¿Acaso nadie intercambiaría el mute por 2.000 euros mensuales? ¿Acaso una nacionalidad significa algo? ¿Por qué no optamos por curtir la nacional personal, la que no viene de serie? Al fin y al cabo, es un anuncio, una ficción.

Pero me divierte ver la esperanza frente a un ordenador, una ventana al mundo que recorremos siempre desde la misma silla. Nos empeñamos en abarcar el todo en una mesa de escritorio y aplaudimos cuando nos descubren, cuando descubren nuestros defectos y los aliñan con rostros populares que fingen ser nosotros. Nos identificamos y sonreímos. También lo compartimos porque queremos hacer al resto partícipes de las virtudes que despacha Campofrío, no vaya a ser que disfrutemos de nuestra miseria en soledad. Ya está, publicado.


Es hora de apagar el ordenador.


Mi Twitter: @Ninozurich.

*Foto tomada de Deia.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Tu cuerpo me suena



Me fascina la capacidad con la que el programa de televisión Tu cara me suena ha llegado a mí. No vi la primera temporada porque no sé qué tendría en la cabeza para no percibir su presencia. En la segunda me reenganché y me desvirgué, en parte, porque Santiago Segura posee el humor más inteligente de este país, capaz de hacer reír por igual a tontos y listos sin parecer haberse escapado de la universidad de los tópicos más evidentes. Y aquí hay que hacer un inciso que catalogue la razón del éxito: el humor. Además de entretenernos, Tu cara me suena nos hace reír con cierto frescor y hace que aguantemos hasta pasada la una de la madrugada con más interés que sueño (ah, y sin vísceras de estébanes). En mi propio caso, hablemos de adicción a la curiosidad, a la crítica y a Mónica Naranjo.

No encuentro una exposición verosímil para explicar qué pasa con Mónica Naranjo. Vivió ligada al mundo homosexual toda su carrera, imperceptible para la mayoría de los españoles más allá del Sobreviviré destrozagargantas y de un cabello híbrido de rubios y morenos. Es llegar a Tu cara me suena y ha crecido en España un ejército de sobrehormonados heterosexuales con la única fijación de apreciarla. Yo me incluyo. Tú también, no me jodas. Sería, a decir verdad, la única que complacería a todos los hombres si se les preguntara por una vida de sumisión hacia ella. Con los ojos cerrados y de rodillas, añadiría yo mientras intento no escurrirme con mi propio charco de saliva. En su cuerpo lleva escrita la palabra morbo con la tinta invisible de todas las miradas que recibe. Si os fijáis, el trasero y el escote están ligeramente más oscuros, significa que ahí se acumulan unas poquitas más.


Aunque, vayamos a lo primordial. Las galas de Tu cara me suena no serían nada sin las bailarinas, esas personas que vuelven loco (o burraco, según se mire) al realizador del programa con planos en los que sería difícil no pillar carnaza y aumentar la sensualidad*. He de reconocer que, en algunos casos, llegué al final de la canción sin reconocer quién cantó, ni cómo iba vestido, ni si llevaba peluca (a no ser que se trate de Edurne o Melody, donde las prioridades cambian). Eh, pero no me atosiguen aún que tengo pruebas que atestiguan que no estoy loco, tampoco de que el 90% de los que me dieron la razón lo están. Fíjense en todo el vídeo, peroespecialmente en esos cha cha cha delos minutos 1:48 y 2:03.

Qué les voy a decir yo, que aunque haya pasado la adolescencia hace rato aún conservo sus hormonas. Me consta que no soy el único que deja caer la mandíbula ante el  movimiento hipnótico de prendas cortas. Luego descubro que participaron en otro programa de baile donde le enseñaban a contonearse de manera profesional, pero mis años de instituto no dejaron ningún esbozo de su nombre. Intento recordarlo pero no hay manera porque tengo tantas caderas en mente que me aturullan el pensamiento y sólo logro pensar que estas bailarinas son gratas responsables de que Tu cara me suena haya conseguido tanta Fama.

Ah, y también salieron en Interviú. Ya sé de qué me suenan sus cuerpos.




*¿Has visto que he puesto “sensualidad”, @Escardi?

Mi Twitter: @Ninozurich.

**Fotos tomadas de Wordpress, MonicaNaranjo.com y Facebook.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Guía para combatir la alergia al baile

Hola, ¿qué tal? No te avergüences, hombre. Me imagino que si estás aquí es porque te vas más a la barra, ¿no? Yo también, así que ya somos dos (o tres, o cualesquiera que lea este texto). Como nuestra habilidad para no quedar en ridículo mientras suena una canción en un pub/discoteca/garito/salón de tu casa es posible que nunca resucite, si es que alguna vez estuvo viva, aquí nos centraremos en, por lo menos, intentar que no lo note(n).

Me he ahorrado una introducción edulcorada porque ambos sabemos que esto nos urge, pero permíteme poner una foto entremedias para que el cambio no sea muy brusco. Ahí va.

¿Te ves? Eso es que no estabas bailando.

·Evita el baile de la baldosa. Es de todo menos un baile. Hazme caso, joder. Recuerda que nunca, nunca, nunca (nunca x6) lo debes acompañar con EL movimiento del cuello (no te hagas el sueco, sé que lo sabes), queda ortopédico y, sobre todo, arrítmico. También sé que todos lo hemos hecho –incluso cuando el reggaeton, ritual de apareamiento antiquísimo, suena- y como llega un punto en el que maduramos, o decimos haberlo hecho, os recomiendo exterminar estos dos conceptos, nos lo agradecerán.

·Aléjate de las congas. Especialmente en verbenas, ferias o sucedáneos. Pasos fáciles, dicen, pero tú no tienes la resistencia necesaria para agarrar tantas cinturas en tan poco tiempo ni de aguantar tres minutos de cola interminable. Te recomiendo cuatro acciones: a) No entres; b) camúflate (que ningún brazo te absorba hacia esa cadena infernal); c) coge un vaso y simula educadamente que no puedes incorporarte porque derramarías líquido en una espalda inocente, y d) corre (pero mucho, mucho, imagínate que sólo queda una botella de Ballantines en el Mercadota).

·Las sevillanas están prohibidas. Lo mejor que puedes hacer es sujetarles los bolsos a tus amigas. Te sentirás (y serás, créeme) más útil. Esta regla es sagrada si eres andaluz, no querrás quedar más en ridículo con algo que a ojos del resto del planeta debes dominar gracias a la cualidad de nacer por el sur. Casi algo tan innato como ser gracioso o echarse una siesta. Déjate de fajín y sombrero cordobés, anda.

·Ve al baño. Al entrar en un establecimiento, es obligatorio –para nosotros, esos grémlins- conocer las diferentes salidas o refugios donde no salga a la luz tu inopia en esto de la danza. Normalmente son lugares oscuros, así que ten cuidado con tu espalda. También puedes ir al WC en mitad de la noche para ganar tiempo, que pase rápido y, por qué no, fúmate un cigarro, que es ilegal, pero en esta vida hay que correr riesgos, qué coño.

·Rózate. Tampoco seamos estúpidos, ¿eh? Si dos chicas vienen a buscarte (sí, a ti) y te impiden el paso hacia adelante y hacia detrás, al menos aprovecha la situación porque quién sabe cuándo será la próxima ocasión en la que te veas con tanta feromona sólo para ti. Todita. Si te resistes, conseguirás el dudoso honor de que aquellas doncellas nunca vuelvan a sacarte. Ah, y que te llamen soso, sieso, antipático, aburrido, malaje, soseras, vacuo (bueno, ésta no), apático, “puff…vaya mierda de tío”, “tú te lo pierdes”, “quita esa mano de ahí” o variantes. Ya sé que te suenan.

Quizá aquí prefieras despegarte.

·No salgas. Evita la humillación.

·Simula que tocas la guitarra. He de confesar que es mi arma secreta, mi truco de siempre, mi triquiñuela de flipado, mi alternativa para la madrugada, mi redención durante el agobio… Una subnormalidad, vamos. A mí ya me tienen calado, así que he visto bien cederte los derechos y de estar forma dejar constancia de mi repertorio una vez abandone este mundo. Que me recuerden por algo más que “ese tío de la C15 con flores”.

·Sonríe. Bueno, no sólo cuando todo el mundo baila, pero así disimulas y puede que pasen desapercibidos los dos bloques de hormigón que tienes por piernas.

·Ligoteo. Entretente y demuestra que es más importante la lengua y el cerebro que mover bien el cuerpo (bailando, claro; para otros –ando habría que discutirlo). O si no busca un texto porque aquí no te puedo ayudar.

·Encuentra a un cómplice. Que hable y fume mucho, que te retire de la zona de las luces y te acerque a la estufa, que te dé conversación y cigarros, que no baile para no caer en la tentación, que no te arrastre, que te escuche, que te aguante, que no le importe pasar frío por ti, que te invite a algo cuando vea que tu consumición se acaba, que no le importe que no sepas bailar, que le venga bien. Felicidades, has encontrado a tu pareja.

Y si nada de esto sirve, bebe.




Twitter: @Ninozurich.




*Fotos tomadas de Aksie, Blogspot y PerezHilton.

martes, 3 de diciembre de 2013

No me preguntes por qué

-¿Por qué?- siguen preguntando.

-¿Por qué qué?

¿Hay que tener una razón para algo? ¿Una justificación? ¿Un motivo? Soy yo el que te tendría que preguntar por los porqués. ¿Por qué, para empezar, te empeñas en cargarme de peso? ¿Por qué no dejas de sobrecargar a los demás para aliviarte? ¿Por qué no te creas tus propios sueños, tus propias expectativas sin tener que ensombrecer a quien te rodea? ¿Por qué nos pones cadenas? ¿Te sientes más libre así? ¿Por qué me agobias? ¿Por qué me contagias con tus fracasos? ¿Por qué no te pierdes? Vete, no me aportas nada.

No esperes a que alguien tenga iniciativa por ti porque no ocurrirá. Date por listo, equivócate, frústrate, enfádate, subestímate, cree, vuelve a equivocarte e inténtalo, reinténtalo. Será mejor que te estanques porque así el tiempo dirá que evolucionaste. ¿Qué te gusta? Piénsalo. ¿Qué quieres hacer? Combínalo. Lucha. Haz las cuentas, encuentra la fórmula y toquetea tus neuronas. Confía en ti. No te pongas vallas. No dejes que nadie te las ponga.

El mundo está repleto de envidiosos. De envidiosos vagos. De doctores en leyes del mínimo esfuerzo y crítica máxima. De creadores de justificaciones inexcusables. Tu mundo no es así, no debe serlo. Piensa que tienes el poder, el control, el mando y, sobre todo, una mente distinta a cualquiera, única, moldeada y exclusiva. Es tu vida y nadie va a manejarla mejor que tú, nadie sabe qué es lo que quieres ni el camino para hacerlo. Pueden aconsejar, nunca imponer. Puedes aceptar, nunca acatar.

Deja de llenar tu vida de por si acasos y cíñete a ese caso. No desperdicies domingos ni lamentes lunes. Ningún día es perezoso, todos tienen las mismas (a)horas. Elige el momento, pero elígelo de verdad. No esperes a que alguien te adelante o te conteste con un ¡Mírame a mí! Los remordimientos carcomen a los débiles y ahuyentan a la valentía. Arrepiéntete si puedes, no es tarde, nunca lo es.


Y grita. No me preguntes por qué.


Mi Twitter: @Ninozurich.



*Foto tomada de Dooh.mx.

domingo, 1 de diciembre de 2013

Dame más whiskey

Para ser sinceros, reconozco que estaba en un bache. Mi propósito a principio de curso era comenzar The Wire, cuyo peso de tercera mejor serie de la historia me repicó, pero acabó aperrándome súbitamente. Cualquier cosa me engancharía después de cinco capítulos de esperas en coches policiales de Baltimore, pensé. Gratamente para mi persona, no llegó cualquier cosa, llegó algo mejor, y ahora estoy pidiendo capítulos de Mad Men y revoloteando mi cola al estilo más canino.


Y yo, tan avispado que me creo para descubrir series que valgan la pena, conocí de su existencia a las seis temporadas de su germinación y de casualidad, gracias a @Jesulito_sanz, un compañero de clase, que si bien no me vaticinó correctamente con Hijos del Tercer Reich (un tostón histórico a la altura de La lista de Schindler), sí que tenía experiencia en esto de la temática Gatsby. Así que me fié y al día siguiente le di la razón. Tanto me entusiasmé que esa misma noche mi madrugada no merecía horas de sueño, sólo de maratón seriéfila, por lo que no le quité ojo a Donald Draper desde las tres hasta las nueve de la mañana. Sorprendentemente, no me dormí. Por fin mi entrenamiento de largas madrugadas en la NBA acudieron a mi rescate, pero incluso en esas ocasiones suelo dormirme a ciertas horas. Esta vez los párpados eran ligeros, no querían tumbarse y aparecí con ojos de búho bakala en la clase de las 11:30.

Y sin remordimientos, ¿eh?

Don, su protagonista, es un infiel al que la mayoría de las chicas terrenales adorarían. Me parece, o quizá sea porque soy chico y me dejo embaucar por su careto de puto amo con güisqui en una mano y cigarro en otra. No lo sé, en verdad, ya dudo porque creo que hasta me seduce a mí. La serie también. De hecho, a los dos capítulos ya tenía ganas de escribir sobre ella, ganas de toquetearla y sentirla. Uno no cree lo que ve hasta que lo toca, dicen, así que los síntomas prematuros fueron los del deseo. Oiga, como casi con toda mujer.


Sería estúpido no ponerse a fumar y beber, rellenar un vaso de licor al entrar a cada habitación o encender zippos como el respirar aunque no besaras ni a la cuarta parte de las chicas que Draper degusta. Y no me importa que se almacenen cantidades ingentes de ceniza ni tampoco quiero resolver la incógnita de por qué las gargantas de los protagonistas disimulan la aspereza de un acantilado por más nicotina que consuman, ni siquiera le doy importancia a los sostenes puntiagudos antimorbo que se pasean a menudo, porque no necesita ni sexo explícito ni pechos descubiertos para exprimir el erotismo que enciende al espectador.

Pero más allá de ello se encierra una lectura de la América más erróneamente idealista, consumida por un machismo evidente, reconocido y, sobre todo, bobo. La Nueva York de los años sesenta era una barra libre de libido y absurdos donjuanes camuflados de ejecutivos. Esta producción, que reafirma en su crítica que las mujeres son las criaturas más responsables y pacientes que pisan la Tierra, mete los dedos a la sociedad actual, igual o más cegada por el consumismo incipiente de hace medio siglo. Todo ello mezclado con alcohol, por supuesto.

Y me encanta, en parte, porque la trama está plagada de personajes enmascarados de identidades borrosas con una fuerza impecable para dotar de personalidad a la serie. ¿Que qué? Que cada personaje es refrescante, te sorprende, te engatusa, te cae mal/bien, te resorprende y al final te quedas con cara de tonto de baba colgando pensando que quieres más de ese barullo.


Aunque, eso sí, me niego a pensar que es el equivalente americano a Cuéntame cómo pasó (año arriba, año abajo). Lo que es seguro es que tiene menos laca, más licor de menta y un mensaje que sería impensable con Franco de pie: “Siéntate, fuma y espera a que pase la vida”.



Mi Twitter: @Ninozurich.


*Fotos tomadas de Oyster, Deviantart y Jewish Journal.