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viernes, 31 de diciembre de 2021

Hasta lué, 2021

En la última entrada del año vamos a tirar de topicazos y despedirnos de los anteriores 365 días. Lo hace todo el mundo y minutos antes de marcharme a Navarra, donde le daré el punterazo en el culo, la tercera consecutiva en los últimos tres ejercicios, es buen momento para sumarnos a lo mainstream, sobre todo porque no tengo tiempo de pensar en otra cosa antes de dejar las maletas en el coche y limpiar los platos acumulados que tengo en el fregadero. Quizá esta vez le daremos la patada más fuerte que en la anterior ocasión, puesto que en 2020 creíamos que la pandemia iba a desaparecer y, un tiempo después, hemos comprobado que la broma de mal gusto se ha extendido excesivamente. ¿Volverá el 2022 a hacernos la misma jugarreta?

Espero que no, pues lo único que deseo que se repita en los siguientes meses es que a nadie de mi familia le ataque el dichoso virus, por mucho que las vacunas nos hayan preparado para estar alerta frente a cualquier vicisitud del destino. No creo que mi carta de Reyes Magos sea muy distinta a cualquiera que puedan escribir ustedes, pero es sincera. El virus se puede quedar, llámese Delta o ornitrón [sic.], pero cada vez va a ser más pequeñito y nosotros, más fuertes. No tengo dudas.

También, si no es mucho pedir, quiero que me funcione el certificado covid siempre y no estar con el corazón temblando para comprobar si la maquinita del establecimiento tiene la aplicación que me lo lee bien o que me lo lee mal. Es un poco estresante saber si voy a poder estar caliente o no dentro del lugar, más cuando en Tudela suele hacer más frío que calor durante los meses de invierno. También porque mi intención es viajar a Países Bajos en febrero y estaría bien comprobar qué tal funciona la calefacción neerlandesa mientras España gana su octava Eurocopa.

No me pondré más bravucón de la cuenta por el simple hecho de no enfadar al año entrante, vaya a ser que no se haya quedado a gusto con su pretérito curso, en el que hemos vivido tanto el infierno (volcán de La Palma) como la Antártida (soplo de Filomena). A ser posible, que estemos un poquico más tranquilos en lo que está por venir. Sin más, despido a un 2021 que no vamos a olvidar, para lo bueno o para lo malo.

Hasta lué.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía propiedad de Ivoox.

sábado, 25 de diciembre de 2021

Ya me he zampado cuatro

Estoy rozando la treintena y cada vez me importan menos las cosas. Quiero decir, no me fustigo por tomar una u otra decisión, sobre todo en el tema gastronómico y menos cuando la Navidad ya está aquí. Es un tema manido y no por ello repetitivo. A todos nos gusta que, cuando llegan estas fechas, atiborrarnos de todo lo que hay en la mesa, pues hay más variedad y, por qué no decirlo, todo está más rico que en el resto del año. Quizá una de las claves de ello son las personas que están sentadas en las sillas que nos rodean (quien no esté confinado).

Siendo sincero, yo siempre he sido de poco comer, en diciembre o en cualquier época del año, algo que está cambiando en el último lustro, probablemente una costumbre impuesta porque, cada más edad cumples, más agradecido es el estómago. Una muestra de ello es que llegué la pasada Nochebuena a casa y en poco tiempo comí de todo, aunque lo más sorprendente ocurrió a la mañana siguiente, cuando sin apenas esfuerzo me zampé cinco hojaldres y dos tortas de aceite de Inés Rosales. Sin pestañear ni ser preso de arrepentimientos.

Hemos traspasado un límite. He traspasado un límite personal. Jamás imaginé que pudiera meterme entre pecho y espalda una tableta de turrón y eso ha acontecido estos días, cuando el raciocinio de comida me hizo estar desprovisto de postres justo antes de volver a Jaén. Había que tirar de reservas y regalos de madre para después del almuerzo. Sin fruta, yogures o helados, el turrón fue la salvación para apaciguar ese antojo. Y funcionó, quizá demasiado. Volaron dos tabletas en dos días sin ser yo fan de dicho dulce. Hasta ahora.

El tema de los cubatas es caso aparte, ya que ahí el club de seguidores es más amplio. Me encuentro más en mi salsa por ser una tradición más asentada en mi cuerpo. Lo que no es negociable es pasarlo con los suyos de uno mismo, restricciones aparte, para que estos meses intenten trasladarnos un poco más a la antigua normalidad, que también parece que nos lo hemos zampado.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de PepeKitchen.

sábado, 18 de diciembre de 2021

Qué mala suerte, ¿no?

Hay momentos en la vida, situaciones, que nos evocan sentimientos inesperados. Sobre el papel, parecería extraño que nos emocionáramos con algo tan lejano, que no nos incluye directamente, pero la vida tiene tantas esquinas que no anticipamos que por eso merece estar en ella. La felicidad es tan gratificante que cuando aparece de repente, sin haber pedido cita, produce el doble, como encontrarse un billete de 20 euros en el abrigo que no te pones desde el invierno pasado.


El equipo de fútbol de mi pueblo, el Atlético Mancha Real, ha reunido a casi un tercio de sus ciudadanos en su propio estadio. Las gradas supletorias y las dimensiones de las instalaciones no daban para más, por lo que la única duda radicaba en si se pudieran haber ampliado sólo habríamos faltado los emigrantes que estamos repartidos fuera de sus fronteras. Todo el mundo estaba allí para un partido de balompié, fíjate tú qué cosas y qué deporte más corrupto en sus esferas superiores, y la ilusión que puede provocar si descendemos hacia la humildad más pura, donde las cámaras no suelen estar. El club ya había eliminado en la Copa del Rey a un equipo de superior categoría, el DUX Internacional de Madrid (de Primera RFEF), y ahora era el turno de uno cuatro niveles por encima, el Granada.

Qué mala suerte, ¿no? Un equipo de Primera y toca el que está más cerca, a 45 minutos en coche, quizá el que más visto está de todos los que compiten en la máxima categoría. Pero bueno, es divertido ver a un equipo intentar remar contra las delimitaciones de un terreno de juego al que no están acostumbrados. Y con césped artificial. Puede tener lo suyo, oye. Aunque utópico, insisto, el campo estaba lleno por encima de sus posibilidades y el ambiente era de disfrutar hasta que, transcurridos unos 20 minutos desde el inicio, un tal José Enrique puso la cosa seria. JAJA no, ¿ka' pasao'?

Entonces, el rostro de todos los que allí se personaban cambiaron en un segundo. No por júbilo, que también, sino por fe. ¿Era posible? No, qué va, si quedan 70 minutos de partido y ellos tienen a Bacca, Luis Suárez, Escudero, Jorge Molina... "¡Eo, que muchos son internacionales!". Qué mala suerte, ¿no? Pero ya estamos en el descanso y seguimos ganando.

En ese impasse, me acuerdo de mi tío Juampe (y mi primo Juan Carlos), que por aquello de vivir en Madrid la última vez que lo vi fue el 17 de octubre en una comida familiar, justo después de que el Mar Menor anotara un gol en el minuto 90 para llevarse la victoria por 1-2 en el Estadio de la Juventud. Estaba jodido porque la pelotita va, a veces, más allá de la línea de banda. Este jueves ellos estaban allí mismo y, antes de que comenzara la segunda parte, no había ni rastro de aquella pena.

El Granada seguía incómodo, como si le hubieran metido tierra por dentro de la ropa. Aun así, por la diferencia evidente entre los dos conjuntos, llegaba al área jiennense. Ahí les quedaba un último bastión llamado Lopito, quien le explicó que hoy no era el día para joder el sueño de todo un pueblo. Pero también estaban Nando, Óscar Quesada o Juanma Espinosa, gente que estuvo presente en el último ascenso del Real Jaén a Segunda División, todos ellos con más de 35 años en sus piernas. La mística ponía todos los ingredientes para que allí se escribiera una nueva página de Historia.

Por ello, cuando se consumó la hazaña y se constató en periódicos, televisiones y radios, me sumergí en el primer párrafo de este texto, salvo por la diferencia de que este Atlético Mancha Real se encontró un billete más grande en el chaquetón. Lo repartió entre las más de 3.000 personas que estaban gritando, alzando los brazos y voceando a más no poder lo orgullosos que estaban de aquellos chavales que, habiendo nacido en Mancha Real o no, han remado en su misma dirección. El siguiente que pasará será Iñaki Williams, que cuando empiece a esprintar ya se habrá salido del campo. El Athletic de Bilbao. Qué mala suerte, ¿no?

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de MARCA.

sábado, 11 de diciembre de 2021

No lo había visto nunca

La verdad es que tengo una memoria futbolera de unos 20 años, aproximadamente, a veces con más borrosidad que otras, pero la mayor parte de mi travesía en vivo —entiéndase como haberse vivido— tiene al FC Barcelona como dominador absoluto del balompié nacional (y muchas veces del continental). Por eso, que esta semana se haya confirmado que el equipo catalán jugará la segunda competición europea, ahora llamada Europa League, me produce una sensación extraña: no me lo creo.


Sí es cierto que ya ha ocurrido en años en los que yo estaba vivo, pero o no lo recuerdo o no tengo conciencia plena. Ahora mismo estoy en todos mis cabales para afrontar que el Barça no disputará las eliminatorias de la Champions League, un momento que nunca creí posible, especialmente desde que Guardiola acrecentó el miedo que los madridistas tenían a los blaugranas y, concretamente, a un chaval apellidado Messi. Se fue el argentino y volvieron los fantasmas de la época en la que el oranje estaba de moda en la Ciudad Condal.

Aun escribiendo estas palabras es probable que me frote los ojos unas cuantas veces más hasta que en febrero los de Xavi salten al césped a pelear un jueves —el día de la semana reservado para este torneo— y no suene la melodía habitual de la Copa de Europa. Los motivos que le han llevado a estar en dicha situación no son otros que una concatenación de sucesos propios del esperpento, de la falta de realidad y de la necesidad de sus dirigentes de obviar a los números: nuestros valores están por encima del dinero. Pero en esta vida, si no tienes las cuentas bien hechas, hay consecuencias.

De forma inevitable esto se traslada al plano deportivo de unos jugadores que asimilan la negatividad de las malas decisiones tomadas por quienes están por encima. Sin confianza ni ilusión es más difícil ganar, aunque tengas el talento. Otro problema es que, si no hay dinero, no hay buenos fichajes y el equipo se completa con "gente de la casa", que es otro de los lemas favoritos de los culés. No obstante, en esta ocasión no se ha traducido ni en buenos resultados ni en goles, lo que ha desembocado en un mal camino en toda competición que han jugado. Y todavía no han debutado en Copa del Rey.

No he visto un Barça con peores sensaciones en toda mi vida. Está por ver si en el futuro seguiremos utilizando estas palabras.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía propiedad del Liverpool.

sábado, 4 de diciembre de 2021

Una década atrás

He vuelto a niveles de hace una década, cuando me quedaba los domingos por la tarde en el sofá de la casa de mis padres para ver cada curva de cada Gran Premio de Fórmula 1. Incluso puedo retrotraerme más en el tiempo, cuando la fiebre del deporte recorría el cuerpo de (casi) cada español. Este deporte me ha enganchado de nuevo y no sólo por los pilotos españoles, Fernando Alonso y Carlos Sainz, sino porque entiendo que la competitividad ha avanzado más allá de Hamilton y Verstappen. O quizá es que a veces es más entretenido sufrir con coches que (habitualmente) no son ganadores. Ni Alonso ni Sainz ganarán una carrera este año.


Sin embargo, en la pasada carrera de Catar lo pasé tan mal que me emocioné sobremanera. Con todo el respeto, me alegra un podio de Carlos Sainz, pero que lo haga Fernando Alonso, siete años después del último, provoca que me invada la nostalgia, que se me humedezcan los ojos y aplauda solo, esta vez en el salón de mi piso de Simancas. Se puede tratar de una resurrección deportiva, la recuperación de algo que creías perdido para toda la vida y que se mantenía ahí por simple entretenimiento. Por ocio. Por costumbre.

Por eso quizá sabe mejor este inesperado resultado de Alonso a los mandos de un coche que debería colarse entre la zona de puntos con dificultades. De hecho, en la clasificación de pilotos, el asturiano marcha décimo en el momento que escribo estas líneas (antes del Gran Premio de Arabia Saudí), ese límite del que hablamos. Verlo de nuevo subido en el podio alimenta las esperanzas para la próxima temporada cuando, presumiblemente, todos los coches serán tan equitativos que cualquiera podría ganar, es decir, serán más importantes las manos del piloto. Y ahí, Alonso, aunque supere los 40 años, tiene todas las de ganar.

Confiamos en El Plan.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de MARCA.

domingo, 28 de noviembre de 2021

La angustiosa sensación de que un bicho de efectos desconocidos te muerda en la piscina

Si habéis sido avispados y leído el título antes que el cuerpo de texto, habréis podido comprobar cuál va a ser el eje central de las siguientes líneas. Me aventuraré a decir que muchos (los pocos que haya) de los que estáis leyendo estas palabras se os ha venido una imagen de manera instantánea e incluso, por una vez en vuestras vidas, os habéis sentido vulnerables, frágiles, rotos. Eso me ha pasado a mí esta noche, cuando he soñado que estaba en una piscina gigantesca y sentía el miedo de animales subacuáticos rozándome las piernecicas. Pero, como a todo en esta vida hay que sacarle un lado positivo, recién despertado se me ha venido una idea: ya tengo texto de esta semana en el blog.


Así que en esas estamos y vamos a iniciarlo con una pregunta inocente: ¿a quién no le ha pasado, almas de cántaro, que os habéis sumergido en un sueño con la angustia de que lo horrible que acontecía se volteara en realidad? A todos, ya os contesto yo. Nadie escapa a las garras de Morfeo, por muy guapo o exitoso que seas. El miedo nos invade a todos, por desgracia. Podrás huir de un trabajo, de una comida familiar, de una situación escabrosa, de una discoteca...pero no de un sueño. Estás postrado ante él con la única salida de aguantar el chaparrón.

¿Quién no se ha visto en el colegio, instituto, universidad u oficina en ropa interior? Es un clásico "tierra, trágame". De manual. Una situación que nos aterroriza de niños y vamos madurando sin que nos podamos desintoxicar de este trauma perenne. Es eterno. Seguirá pasando. La mejor respuesta es asumirlo hasta el fin de los tiempos. Es fácil decirlo y escribirlo, pero más difícil demostrarlo. Que me lo digan a mí, que en las anteriores horas he visto cómo lubinas, anguilas y bichos pequeños que pican mucho se metían en mi piscina con la única intención de que yo sufriera entre sábanas. Es un horror contagioso, pues los que me acompañaban en aquel baño improvisado compartían la misma inquietud.

En esas situaciones, como os comenté, pocos tienen la habilidad de hallar la salida, despertar como quien coge una bocanada de aire en el fondo del océano. Pocos pueden abrir los ojos y finalizar aquella pesadilla. Pero a veces sucede, sin saber por qué, uno es capaz de ver la luz y acariciar la almohada con sus mejillas. Ser un luchador y salir vencedor en el ruedo, aunque sólo uno mismo lo sepa en cada amanecer. Si se piensa fuerte y mucho, hasta se puede creer. No de otra manera saco fuerzas para levantarme cada mañana. Y sin una sola picadura.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de Diario Correo.

domingo, 21 de noviembre de 2021

Una década

Hace unos diez años un servidor decidió saltarse Tuenti e iniciar una historia bonita: la de crear un blog con el sueño de escribir sin filtro, saliendo las palabras del corazón. A veces se consiguió y otras, no, aunque siempre se ha intentado entretener, desahogarse o ayudar. Este site ha pasado por diferentes fases a lo largo de su existencia, desde la ilusión por acabar ejerciendo de periodista, imitando a varios columnistas de inmenso talento, hasta el hastío de no saber sobre qué escribir y sin vida laboral definida. Son emociones tan distintas que uno también se conoce internamente. Y se quiere.


A mí este lugar me ha servido para destriparme en muchos aspectos de mi vida: el amor, la decepción, el existencialismo... Aporreando el teclado te desahogas hasta puntos que no imaginabas. Te conoces mejor, te conocen mejor. Hay cosas que no soy capaz de decirlas si no es con un folio en blanco delante (virtual o físico). Por eso me enorgullece haber mantenido la constancia durante tanto tiempo. Me ha gustado esa "necesidad" de contar lo que sea cada semana. ¿Seré capaz de comentar algo que merezca la pena? ¿Haré feliz a alguien? ¿Soy todo lo agradecido que debería?

Sí es verdad que la frecuencia de las entradas ha ido variando desde el comienzo. Uno, conforme va creciendo, abraza cada vez más responsabilidades, que con el paso de los años también aumentan en envergadura. Ya no soy un estudiante que se esmeraba en escribir una pieza más preciosista casi cada día, buceando en los temas de actualidad para mostrar una opinión brillante. Me conformo con una pequeña dosis semanal y, aunque esté algún finde sin publicar, prometo siempre ponerme al día para que la media sea la prometida.

Quizá son los últimos años los más profundos. Te haces mayor, trabajas y ves la vida desde una perspectiva en el que el paraguas parental ha desaparecido. Maduras, en definitiva, y tratas de ser una mejor persona cada día porque los años díscolos son propios de una etapa tremendamente feliz, pero pasada. Me gusta la estabilidad y la rutina, tengo alergia al descontrol. Me pongo nervioso cuando no depende de mí que algún suceso salga adelante, por eso me altera no llegar a tiempo a mi cita con este blog o, si alguno está leyendo, contigo.

La ilusión también se va mermando. No comparto el contenido en las redes sociales desde hace muchísimos meses, salvo excepción, y mi única intención es inmortalizar en el tiempo lo escrito. Que permanezca siempre en algún lugar de la nube, pero también en el pensamiento. He olvidado muchas de las cosas que he escrito, pero no las emociones. Con los textos que más disfruto son con los de los viajes. Me hacen sentirme orgulloso de quienes me han acompañado en esos pasos y siento la intensa sensación de tener que agradecérselo. Es por ello que pienso cada palabra para que esa persona también comparta parte de esa felicidad de la que ha sido causa.

Me he vuelto más profundo y eso me encanta. Son diez años, más de un tercio de mi vida, abriéndome con todo aquel que quiera escuchar. Como si fuera una terapia. A modo que envejecía, aprendía. Tanto escribía como maduraba y me divertía. Es y ha sido un viaje tan fantástico que algún día, peinando (más) canas, me sentaré en un sofá frente a una lumbre y me leeré todas las chorradas que fui capaz de vomitar. Y puede que saque (otro) libro de mis viajes. Todo es pensarlo otros diez años más. Feliz aniversario a todos.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de Wikipedia.

domingo, 14 de noviembre de 2021

Cómo se pronuncian los Te quieros

Es conocido en la familia Casas que el mes de noviembre tiene un tono distinto y huele a velas. El sonido de la tarta de juguete con más años que yo mismo es un clásico que no se puede sustituir, estemos en Mancha Real, Mánchester o Madrid. La tarta de juguete siempre va a llegar. Siempre va a sonar. Y eso es algo tan mágico que no lo entiendo como otra forma que no sea la familia. Que muchos miembros del mismo núcleo cumplamos años el mismo mes no deja de ser un hecho anecdótico, por eso cobran más importancia los detalles que no están tan a la vista y que precisa de una motivación extra: el esfuerzo.


Mis padres no han podido venir a Madrid este fin de semana y, en su lugar, he pasado unas 36 horas con mi hermana Guadalupe y mi cuñado Fernando. Para cualquier persona que tengo a los suyos cerca podría suponer un tiempo insuficiente para más que tomarse un café y unos
croissants de chocolate, pero cuando la distancia se mide en cientos de kilómetros puede ser un gran impulso compartir una única comida con esas personas, aunque algunas no estén porque se sienten tan cerca como las que están sentadas en la mesa.

Tampoco son necesarias muchas palabras para describir esta sensación. Tampoco es mi intención hacerla sentir, pues el objetivo más importante de este blog es el desahogo propio y, de vez en cuando, que el resto de las personas se sientan queridas y valoradas. Así deseo que se haga con mi familia y, si bien uno a veces no es capaz de expresarlo de forma oral, mejor dejarlo plasmado, por si en algún momento de mi vida me olvido cómo se pronuncian los Te quieros.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de Amazon.

lunes, 8 de noviembre de 2021

Está resfriada

Uno siempre debe tener la mosca detrás de la oreja, con especial atención cuando se aproxima la fecha del cumpleaños. Soy poco de celebrarlo, de poner a nadie en un aprieto porque considero que puede molestar más que disfrutar, más si cabe en una ciudad como Madrid, en la que desplazarse a veces da tanta pereza que hasta se desechan planes por el tiempo dispensado en ir de un punto a otro. Pero oye, si son otros los que se encargan de la organización, no está nada mal. El único inconveniente (para mí) es que yo no tenía conocimiento alguno de que al abrir la puerta de mi casa iban a brotar cabezas en el pasillo sin ningún orden establecido. Estaba en una fiesta sorpresa y fui el último en enterarme.


Afortunadamente. Yo tenía un plan, que era dejar a los compañeros del trabajo borrachos en el bar más cercano a nuestra oficina mientras yo bebía tinto de verano todo el puto día. No por gusto, sino porque la cerveza podría subirme tanto que después no podría haber ido a recoger a Laura a la salida de su trabajo. Me sentí un poco estúpido con aquel vaso relleno tras otro sin esperanza alguna de que me nublara la vista, como así fue. Lo conseguí: se quedaron con las copas en una mano mientras con otra me despedían justo después de cantarme el "cumpleaños feliz". No había vuelta atrás, ya me dirigía hacia mi casa a pie, quizá con más sobriedad que antes de sentarme en la terraza. Misterios de la vida.

Yo, con total tranquilidad, llegué, me asee, recogí las sábanas que seguían tendidas después de que cayera la lluvia e hice hora viendo las redes sociales. Y me fui a por Laura, pues el plan que mencionaba con anterioridad incluía recogerla para cenar en casa de Javier Rodríguez Ruiz cuando este mismo señor abortó la situación con una llamada repentina: "Charo está resfriada, no podemos quedar". "Qué se le va a hacer, dile que se recupere, no pasa nada", fue mi respuesta, intentando disimular la decepción sufrida mientras se aplacan las ganas que uno tiene de ver a sus amigos y se ve privado en el último segundo de la felicidad. Para colmo, a Laura no le convencía la idea de cenar solos, cosa que me causó un estupor súbito. Algo grave tiene que ocurrir si ella, bien arreglada, descarta una salida nocturna. Había motivos.

Nos encaminamos a casa con el claro objetivo de cenar una ensalada e irse a la cama tan feliz como cualquier otra noche. Con poco éramos felices, pero al quitar el pestillo de la puerta y girar cuatro veces la llave fueron apareciendo voces discordantes y poco coordinadas que de manera intencionada buscaban sorprenderme insistentemente. Hay pruebas gráficas que así lo refutan y demuestran cuán fácil es dejarme con la cara colorada. No me gusta ser el centro de atención ni protagonista y una prueba de ello es que se me acelera el corazón cuando dos pares de ojos se posan sobre mí. No hubo, eso sí, una mayor ilusión que ver a Pablo allá, como si hacer un viaje de seis horas de autobús desde Oviedo fuera cualquier hobby de una tarde. Fue un esfuerzo y por ello en cuanto lo vi le esperé un más que sincero: "¿Pero tú qué haces aquí?".


Allí destacó dentro de una mezcolanza en la que se unieron varios amigos de diferentes índoles y que congeniaron a la perfección, que es uno de los mayores regalos que se pueden hacer cuando te secuestran la casa durante unas horitas. Este rapto mereció tanto la pena que me haría el loco por volver a repetir la experiencia una vez más. Aunque esté resfriado.

Mi Twitter. @Ninozurich
*Fotografía de cosecha propia.

sábado, 30 de octubre de 2021

Atraído

Estaba dispuesto a iniciar un texto sin rumbo prefijado ni tema seleccionado, como viene siendo habitual, y me había parecido buena opción ambientar el silencio de este lluvioso día madrileño para no caer en el absoluto aburrimiento. Cuando uno escribe o estudia, generalmente en mi caso, no suele escuchar nada, ningún ruido que perturbe el estado de concentración que pretende mantener durante unos minutos. Pero hoy no, hoy me apetece mezclarme con el ambiente sabatino. No sé, son cosas de la vida y de cómo se levanta uno.


Lo cierto es que el tiempo medio de escritura de una de mis entradas es, inspiración al margen, de 30 a 60 minutos. Y creía fervientemente que no iba a dispensar más de lo ya calibrado esta vez, pero me topé con un género televisivo en auge y especialmente cuidado desde Canal Plus —ahora Movistar Plus—: el documental deportivo. En la mañana de hoy me he visto un par de ellos porque, de repente, te atrapa. Boom. Aparece delante de tus narices y es como si ya se me hubiera robado la capacidad para encadenar dos palabras seguidas en el teclado. Y en ello estoy, luchando por ver quién está por encima: si la tele o yo.

Estoy perdiendo.

Quizá me resulta tan atrayente porque me encanta el deporte y todas las historias que lo rodean. Coño, he escrito un libro de curiosidades en un deporte, ¿cómo no me va a gustar la forma en la que se desarrollan estas piezas periodísticas? Mi generación —esté relacionada con la comunicación o no— ha crecido con programas como El Día Después, Informe Robinson, Salvados, etcétera. Nos encanta que nos cuenten cosas, pero de manera distinta, cuidada, atractiva. Nos coge y no nos suelta. Dejamos de hacer casi todo lo que estamos haciendo. Es mejor que una serie.

Creo que uno de los aspectos más importantes es la ausencia (casi siempre) de ficción. Y, en otras tantas, que uno ha sido coetáneo de muchos hechos que se narran. El Mundial de fútbol de España, los campeonatos ganados por Fernando Alonso, el fenómeno de Michael Jordan, la Beckhamanía de principios de milenio... Quizá porque ya lo vivimos una vez lo experimentamos con mayor intensidad en una segunda. O también puede ser que, cuando lo estuvimos viviendo, no nos dimos cuenta de la magnitud y el significado de lo ocurrido.

A mí incluso me produce cierta gracia imaginarme en aquellas épocas. ¿Qué era de mí? ¿Dónde estaba varado? ¿Qué clase de ropa desfasada vestía? Y así transcurre la mañana sin mayor productividad que el propio desahogo. La tele ya está en silencio y me ha ganado una vez más.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de Movistar Plus.

domingo, 24 de octubre de 2021

La Casa de la Moneta

Madrid te ofrece muchas cosas, incluso para el resto de los mortales en los que el plan de un domingo sería intentar pasar la resaca de la mejor manera posible. La mayoría de ellos incluye gastar dinero, pues es bien sabido que en la capital este bien tan preciado se va como el agua por el sumidero. Es algo tan consabido que uno no se extraña si la nómina se queda corta, cortísima. Aunque también hay que tener en cuenta que existen otros momentos en los que no es necesario ni sacar la cartera, sino que la cartera viene a ti. Te puedes pasar el día viendo dinero. Y de manera gratuita.


El Museo de la Casa de la Moneda es bastante pintoresco e interesante. Combina la Historia con la curiosidad y el parné, que nos gusta a todo el mundo y nos suscita tanta intriga desde que aquello del trueque fue desapareciendo poco a poco. O, al menos, no es tan frecuente en nuestros tiempos. Hoy he conocido que había monedas con forma rectangular, cuadrada y hasta con la silueta de un delfín. Hoy he conocido que en las caras de las mismas podría haber animales y cultivos. Hoy he conocido que hubo una época en la que no era importante el tamaño sino el peso. Es curioso. Es interesante. Es cultura.

Si te gusta la geografía, vas a disfrutar. Hay muchos mapas y leyendas, hay muchos imperios y pueblos con sus propias divisas, hay muchas flechitas que te ayudan a comprender a los propios nativos. Si te gusta la teología, vas a disfrutar. La manera de comprender el mundo por cada religión también se ve reflejado en las monedas. Incluso si eres de Jaén, vas a disfrutar, porque hay monedas romanas encontradas en las inmediaciones de Porcuna (sobre todo), Cazorla o Linares. Hay una cristalera entera dedicada a estos pequeños metales jiennenses.

Y sí, si eres de Navarra también, que tiene su propio stand de su reino y sus cosas, que por lo visto fueron muy importantes, como colaboración monetaria a la rica tradición española. Eso dice Laura.

He de decir, si es que puedo permitirme este arrebato, que me ha cautivado el término de donde venía la palabra moneda. Provenía del epíteto de Juno Moneta, precursora del término que hoy conocemos y manejamos de forma diaria. De hecho, a partir de ahora, ya que estamos perdiendo la utilización del efectivo, intentaré que este no muera utilizando moneta en cada ocasión que tenga. Mi pequeña contribución y homenaje a los que acuñaron todo (metales y palabras) antes que nosotros.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de PlanesConHijos.com.

sábado, 16 de octubre de 2021

La sala de espera

Por suerte, en mi vida no he tenido que sufrir ninguna intervención quirúrgica. Jamás me he visto obligado de meterme en un quirófano para que me abrieran alguna parte de mí ni he sufrido lesiones de tan alta gravedad que no se pudieran sanar por la propia regeneración del cuerpo humano. Sólo una vez me hicieron un TAC y otro par de veces una radiografía de la dentadura o de mi maltrecho tobillo cuando sufrí una distensión de los ligamentos. Más allá de eso, no ha habido otro motivo por el que yo haya ingresado en un hospital si no es para ver a otra persona (querida).

Espero que así sea por una temporada, si no es mi rodilla derecha la que dice lo contrario. Y es que este párrafo introductorio no tiene otro finalidad que poner de manifiesto que la posibilidad está ahí, que entren a inspeccionar dicha articulación porque algo está fallando tanto que necesita intervención médica desde aquella caída en patinete eléctrico por las empedradas calles lisboetas. De momento, sólo me han trasladado al traumatólogo, algo que no supondría mayor hastío si no es por la espera. No culpo al covid, no culpo a la Sanidad, pero es manifiesto que es una molestia para cualquier ciudadano.

A mí, que mi vida no corre peligro, me han citado para dentro de tres meses. Puedo andar, creo que puedo correr y está por ver si durante esta espera seré capaz de jugar a fútbol —tengo que probarme—, pero ya es algo que veo en el horizonte y que me causa una desavenencia con la vida. ¿Tan mal está la cosa? ¿Tan pocos recursos hay en España? ¿De quién es la culpa de que los tiempos se extiendan hasta poco menos que el infinito?

Hemos normalizado esta espera, pues es algo que nos ocurre frecuentemente a los españoles. Nos acostumbramos a que nos ninguneen. Y no hacemos otra cosa. Casi nunca, a no ser que la situación esté en el límite irremediable. No quiero imaginar a quienes sí sufren dolor y aun así les dan una cita más lejana sin posibilidad de agilizarla, sin tener un enchufe que les eche una mano (otra costumbre tan española) y conscientes de que, ante tanta burocracia, a uno sólo le queda la sala de espera.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de Simbiotia.

sábado, 9 de octubre de 2021

Three euros Kaunas beer

Yo sólo escuchaba el sonido ratero del bombo, el pum pum del altavoz martilleando todo ser viviente que había en esa densa niebla artificial. Llegué a pensar que de allí sólo respirábamos algunos, pues el resto estaba hipnotizado por el vaivén del DJ, obsesionado en levantar el ánimo de un público cuyo único objetivo era permanecer en las misma baldosa contoneándose durante horas. Las columnas eran grisáceas y no había nada que hiciera indicar que aquello tenía cédula de habitabilidad. Las barras eran de chapa y los chupitos, de oro: su precio superaba al de un cubata. Fue nuestra primera noche en Kaunas, acumulando casi 48 horas sin dormir y con un cacheo previo de los seguratas que, según Javi, había sido más tocón que alguno de sus polvos. No volvimos más, pero Lituania nos recibió con el ya mítico Garaje, donde la cerveza se sirve en lata y hay un tipo imitando a una cabra.


El llegar hasta esa situación fue una concatenación de sucesos propios de cualquier pareja sin muchos sesos. Javi me recogió en mi casa sobre las 3 de la mañana para pasar cuatro horas metidos en el coche hacia Alicante, único lugar de la península donde existía vuelo directo a Kaunas. El viaje ya estaba planeado desde hace meses, pero conforme se aproximaba nos dábamos cuenta de que tenía más de inconsciente que de pasión por el fútbol sala. Llegamos al aeropuerto sin incidencias más allá de la falta de sueño que ¡oh, sorpresa! no se mitigó en el avión. Una de nuestras tradiciones es, si hay un vuelo de por medio, hay que sacar la tablet para echarse un parchís y así reducir la espera del viaje. Por supuesto, no dormimos, pero servidor se llevó una paliza a las dichosas fichitas. Un 8-0 sin contemplaciones. Sin miramientos. Puro dolor. No había quien conciliara el sueño con semejante paliza, a pesar de estar en primera fila del avión y tener las piernas bien estiradas, un sueño para cualquier pasajero menos para Javi.

Al pisar suelo lituano nos vinimos abajo: llovía, hacía frío y no cesaba el chirimiri. El cielo estaba encapotado y, al recoger el coche de alquiler e ir hacia el alojamiento, los atascos eran importantes. Sólo nos dio tiempo a saber que cerveza en lituano es alaus. Perdimos tanto tiempo que no pudimos disfrutar enteramente cómo se nos jodió la puerta de la habitación. Push up pa' arriba, push down pa' abajo. Aquello sólo abría y no había manera, aun con la responsable al teléfono, de cerrar nuestro nido de amor. Ni siquiera con llave manual. Vimos que algo estaba roto, pero ninguno de los dos sabíamos decir "bombín" ni en inglés ni en lituano, así que nos fuimos con la promesa de que había cámaras. Ah, genial. Ya estoy más tranquilo. La situación sólo iba a mejor cuando nos comimos un atasco (otro más) de dos horas y media en el trayecto hacia Vilna (algo que se suele hacer en una hora) y más cola todavía cuando descubrimos que el pabellón estaba al lado de un punto de vacunación. Más coches que en el Zendal.

Por suerte, la victoria de España nos animó. Volvimos hacia Kaunas con intención de tomarnos una e irnos (algo casi infalible) y acabamos en aquel garaje de muerte con un montón de gente que compartía nacionalidad sueca con otra random. Uno era medio chileno, otro medio croata y otra medio israelí. Y luego había dos alemanes locos a los que llamábamos Häagen Dazs. Todos estaban fuera de sus cabales. Todos bebían chupitos. Nos invitaron a cosas. Bebimos y conocimos a Lucas, que no es waiter sino barman, y le prometimos volver para que nos siguiera deleitando con sus trucos de cócteles. No lo volvimos a ver hasta el penúltimo día, en las mismas condiciones etílicas y fastidiándole el ligue. Muy majo, no nos propinó ninguna mala cara. Es Lucas, no se le puede querer más. Pero sí, Kaunas es un pedo constante.


Al volver a casa, recordamos la contraseña y nos congratulamos de que, por arte de magia o de un cerrajero, la puerta estaba cerrada. Milagro resuelto, podíamos dormir (¡por fin!) en paz.

A partir de este punto del viaje, en el que queda todo, no soy capaz de ordenar cada una de las convivencias que experimentamos cada día. Sólo puedo recordar three euros Kaunas beer por todos lados, resonando en mi cabeza a cada paso que dábamos. Veíamos un sitio coqueto, como el patio de una casa nórdica mientras caían las hojas de árboles otoñales, ahí que nos metíamos, nos echábamos fotos y pedíamos más cerveza. He de alertaros, eso sí, de que no es buena idea pedir un plato de kikos en estos países: vas a tener que pagar y no poco. Nosotros tuvimos que pagar, también la novatada de llegar a un nuevo país en el que los percebes explotan por la noche.

Nos dimos cuenta de que el fútbol sala nos encanta, pero más nos une vivir experiencias juntos. A España la eliminaron en cuartos de final y, aun estando tristes, nos teníamos el uno al otro y que este viaje, a pesar de que viniéramos al Mundial, lo hacíamos por nosotros. Y porque el pinchito mutuo de cada noche no me lo quitaba nadie.

En uno de los partidos, el que enfrentaba a Rusia y Argentina, nos reencontramos con unos viejos conocidos de los eventos deportivos: unos locos vestidos con un mono de la bandera española que habían estado en la pasada Eurocopa de Liubliana. El reencuentro en el pabellón fue bien, pero en la terraza del bar (adoramos Republic) estuvo a punto de terminar en pelea. A los primeros lituanos que conocimos les siguió un conato de revuelta, porque al parecer cualquier palabra que cruces con una de sus chicas significa una total falta de respeto. Son celosos. A uno de nuestros amigos españoles, que está tan fuertote como para derribar al delgado soldado del este, casi tuvo que defenderse de Jerry, el lituano sobresaltado. "We are from Kuanas, we know people", decían a modo de amenaza, como si no supieran que estaban dos contra siete. Las aguas se calmaron al escuchar "He's father, he's father" y entender ellos que nuestro Chuck Norris particular no quería nada con esa chica. Todo ocurrió enfrente de la fuente central de la calle peatonal de Kaunas, epicentro de cualquier suceso estrambótico que ocurra, desde un concierto de música y trajes folclóricos hasta un encuentro con nuestros hermanos portugueses o una persecución del dueño del bar porque estoy robando un vaso. Esa fuente es el origen de un agujero negro. Estoy seguro.


Casi sin darnos cuenta, las horas pasaban y ya teníamos otra pinta en la mano, habíamos conocido de madrugada en una oscura plaza al máximo goleador de la liga lituana y nos había invitado al partido de la mañana siguiente en Kaunas. El Hegelmann es nuestro club y él, Nauris Petkevicius, nuestro hombre gol. Por suerte pudimos verle anotar y conocer a Cristian, un jugador español to majete para ser sevillano. El día nos sonrió con buen tiempo y el bajón del primer día se fue desvaneciendo por momentos. Teníamos que disfrutar de Lituania y así lo íbamos a hacer. En un parpadeo ya estábamos en otro lugar y en plena fiesta Erasmus, algo que en mi vida iba a pensar que ocurriría. Conocimos a Umit, camarero del lugar y también aupado como el folletis de la ciudad. Todas querían caer a sus brazos. Y unos pocos también. Conocimos a gente de tantas nacionalidades que casi me peleo: yo sólo quería animar a un asturiano y acabo tomándoselo mal. Le quise invitar después, pero declinó la oferta cuando ya éramos colegas. Me tuve entonces que ir a casa hasta que acabara la procesión de las 5 de la mañana.

Despertábamos y no sabíamos lo que nos iba a deparar la jornada. A veces desayunábamos con gente importante del fútbol sala y a las horas estábamos engullendo una hamburguesa majestuosa por cinco pavos y dos pintas de cerveza. Nos entraba la morriña y volvíamos al alojamiento para ponernos Los Serrano y descansar hasta el próximo partido. Era nuestra gasolina. Cuando menos esperábamos nos íbamos a un karaoke a cantar cualquier cosa sin entonar, estar en manga corta en un balcón de la noche lituana y a no parar de conocer gente de la clase más variopinta. Sin perder la identidad, conocimos todos los aspectos de la ciudad. Perdón, todos los aspectos nocturnos de la ciudad.


Pasaban los días y no podíamos hacer turismo. No porque no quisiéramos, sino porque no podíamos. Las sábanas nos engullían y tardábamos en cargar la batería. A veces había resaquita y otras, resacón. No fue hasta el quinto o sexto día cuando decidimos abrocharnos el abrigo y echar a andar hasta el castillo de Kaunas (o lo que quedaba de él). Lituania no tiene unos monumentos magníficos (para eso está Riga), pero sí unos paisajes naturales maravillosos. Cualquier encuadre era bueno para sacar el móvil e inmortalizarlo. Había verde por todos lados. Nos vino bien pasear por esos parajes purificadores e intentar que la cerveza no se abriera paso por nuestro estómago. De hecho, célebre es la frase de Javi cuando se miraba al espejo: "Esta barriga no es mía". También nos acercamos al Fuerte Noveno, una localización que ha sido objeto de barbaries de diversos bandos y en la que se erige un edificación gigantesca, impresionante, en recuerdo de las víctimas del nazismo. Una experiencia reflexiva para todos. A otro día, como ya nos conocíamos el camino a lo más bonito de la ciudad, cogimos un patinete eléctrico tan atractivo que era una ofensa no pagar un euro por media hora de diversión. Estuve orgulloso de mí, pues los malos recuerdos de Lisboa no hicieron mella en mí.

El cansancio se acumulaba en nuestro cuerpo. Somos tíos jóvenes, pero alimentarse cada día con noodles, pasta o salchichas en una vitrocerámica de un fuego portátil estaba acabando con nuestras reservas de energía. Teníamos un as bajo la manga, Neus, que acudió a nuestro encuentro el último fin de semana. Vino de gallita y fiestera, pero tuvimos que ponerla en su sitio lo antes posible. No se puede venir diciendo que nos van a acostar y ser ella la que cierre primero el ojo. Aguantó bien, todo hay que decirlo, sobre todo porque contribuyó a que nuestro ajuar luciera espléndido. Visitamos con ella Letonia y nos sobrepusimos a la sequedad de sus gentes y a la clavada de sus platos. Hicimos piña juntos, como buenos españoles, para disfrutar de una capital distinta a Vilna —algo más pequeña y con unas infraestructuras distintas—. Seguimos haciendo turismo, eso sí, muertos de frío en la isla del castillo de Trakai y desangrándonos por la compra de suveniris.


Al final del viaje, cuando ya asomaba el último partido del Mundial, éramos claramente argentinos. Nos juntábamos con argentinos, animábamos a los argentinos y queríamos fiesta argentina. No pudo ser, pero nos alegramos por nuestros hermanos portugueses, que sumaron su primera estrella e incluso, en la maldita fuente, se asomó el cámara de la televisión RTP para dejar el artefacto en cualquier inconsciente como Neus. De repente, Javi era el entrevistado y un chico que no sé de qué nacionalidad le estaba haciendo preguntas. Todo estaba siendo filmado por dos veces.

Ojalá hubiera una película de todo lo que hemos vivido, pero la mayoría de los vídeos que grabó Javi fue mientras dormía, observando mi asombrosa capacidad de mantener la cerveza erguida mientras ya no estoy en ese mundo o su esplendorosa labia para explicarme las tácticas del partido, ergo, del siguiente día. Vivir este tipo de viajes a su lado no es una simple foto, sino una página del álbum que construimos y en el que ya se encuentran otras estampas internacionales en Serbia o Eslovenia, mientras en el horizonte se ve Países Bajos. Sólo le pediría una cosa para el futuro: ¡Deja de hacernos fotos dormidos! Cabrón.


Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografías propias.

Muchas cosas

No era consciente de lo que me estaba ocurriendo hasta que cuatro o cinco personas empezaron a sacar el ojo por la mirilla. Y a tocarme en el hombro. Y a decirme: "Oye, a ti te están pasando muchas cosas este año, ¿no?". Ahí me hizo un click la cabeza similar al de ponerle pelo a un Playmobil. En ese momento tenía —y tengo— una afonía importante que me lleva envolviendo con espinas una semana, acompañada de un picor de garganta tan agradable como comer lija. Me paré a pensar, pues es normal después de un viaje de 10 días a Lituania donde lo más sano que uno ha tomado ha sido el café de la máquina del alojamiento, sin contar los dos o tres litros de cerveza autóctona diarios que ingeríamos mientras cantábamos cualquier cántico de cualquier país que se nos pasara por la cabeza. Sí, puede ser normal, pero es que ya van demasiadas cosas consecutivas. Cosas, cosillas.


La afonía puede ser algo pasajero. O eso espero. Nunca he perdido la voz durante tanto tiempo y uno empieza a preocuparse de que la tos que también me persigue no ayude a sanar. A veces parezco un fumador empedernido y otras puedo mantener mi garganta intacta durante horas. Pero cuando llega, llega, y los pollos que suelto ya están tan criados que pían cuando se van por el sumidero. Se me cae una lagrimita cada vez que les veo, pero no por un sentimiento parental, sino por el esfuerzo de estreñido que uno hace para ponerlos en libertad. Una sensación horrible que me convierte el cuello en un vertedero de raspas.

Lo gracioso es que ya llegué a Kaunas tocado de alguna cosa. Hace un mes, en el viaje de Fuck Lisboa, la gracia del patinete eléctrico me costó una caída importante que, estando borracho, no va más allá que las risas en el suelo al lado de las vías del tranvía. A la semana, el dolor no había remitido y mientras escribo estas líneas llama a mis puertas como si supiera que le estamos nombrando. Es un dolor interior que no deseo que vaya a más y que me hagan una resonancia ya, pues la calidad de estas piernas no se puede volatilizar de esta manera ni tener este fin tan rastrero. Estoy tratando de recuperarme. El jueves tengo cita con el médico. Espero volver con mejores noticias.

"Muchas cosas este año, ¿no?". Hostia puta, pues sí. Y es que un par o tres semanas antes de besar el suelo portugués —yo ya estaba ensayando para el Mundial— casi se quema mi casa. La casualidad y el destino se dieron la mano para que yo fuera el único afectado físico de aquellas ventoleras de fuego y sauna improvisada: me hice una quemadura de primer grado un poco por encima del codo, que queda bien como herida de guerra posterior, pero que en su momento escocía como si un soplete me tocara constantemente. Unos 14 días de cuidados han permitido que no quede demasiada marca, aunque suficiente para recordarles el siguiente consejo: tengan cuidado con el fuego, suele quemar.

Con estas vicisitudes, de las que no quiero provocar pena, pues hay otros problemas mucho más importantes que lesiones sin importancia (muchas porque uno ya no es un chaval), ya casi no me acordaba que al inicio de verano debí estar en cuarentena porque un bichito se me coló dentro sin tener un origen preciso: a caballo entre las vacaciones en Cádiz y la boda en Granada lo consumí. Pero el covid se metió en mí sin que hiciera más efectos que la pérdida del olfato y el gusto. A decir verdad, yo no soy un aficionado culinario, pero jode comer cartón cada día. Uno se harta, ¿sabes? Eso sí, lo pasé peor con la segunda dosis de Moderna, con la que hubo un día en el que toda cama en la que me apoyaba la convertía en una piscina de sudor y frío postrero.

Quizá fue este último el desencadenante de todos los demás, cual maldición que te atrapa y no te suelta hasta que realizas 20 acciones de buen samaritano. También te produce una emoción perenne: ¿qué me pasará de aquí a fin de año? Muchas cosas. Seguro.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de Ciclosfera.

Otra vez más

En cuanto me despisto, dejo este blog abandonado pese a mi compromiso infinito de que jamás lo haría. Todo tiene su causa, eso sí, no piensen que es mi modus operandi, pero llega un momento en el que no es posible escribir todas las semanas por las vicisitudes de la vida. No se preocupen, yo intento siempre escribir algo para cumplir el texto por semana que llevo haciendo desde hace no sé cuántos años. Poco, poquito, pero bien.


De hecho, llevo un retraso de unas tres semanas, lo que equivalen a tres textos para volver al cauce normal al que estoy acostumbrado. No se crean, cuando ocurre este tipo de atrasos no es baladí para mi persona. Pienso en ello y reflexiono sobre cómo o cuándo podré ponerme al día. Y si no me acuerdo mucho, escribo sobre que no me acuerdo mucho. Y si no sé sobre qué escribir, escribo sobre que no sé qué escribir. Esto último ya es un clásico para el que lleve siguiendo estas actualizaciones en los últimos años.

Sin ir más lejos, hace unas cuantas semanas plasmé algo parecido sobre este mismo teclado. Y es que cuando no se puede, no se puede. Por mucho que uno intente llegar a todo hay veces en las que se tiene que dejar ir las cosas y afrontarlo con naturalidad. Si no puedo escribir la entrada semanal, no pasa absolutamente nada, ya se escribirán tres de golpe y estaré la mañana de un sábado aporreando el teclado con ahínco para ver si no me pasa más.

Y ya está, que no tengo nada más que decir porque en cuanto publique esta entrada le seguirá otra, y después otra. Esa es mi penitencia por faltar a todos mis feligreses, que calculo que son entre 0 y 1. No está mal para un tipo que sólo sabe decir chorradas.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de Know your meme.

martes, 21 de septiembre de 2021

A la salida de la Kapital

Llevo unos días con una palabra en mi cabeza. No deja de rondar por cada recoveco de mi cuerpo. Se repite. Se me alienta. Se me aparece. Puede deberse, de manera irremediable, a los efectos secundarios de unos días en compañía de las gentes de Buñuel. Estas experiencias tienen sus consecuencias y a mí se me ha venido una sin que la viera venir: haz una voltereta. Voltereta. Voltereta. Hazla. Uno, que cree tener experiencia en esto, echaba balones fuera: "A la salida de la Kapital. Os prometo que la hago a la salida de la Kapital". Pero no aguanté tanto y en pleno reservado, cual gigoló inspirado por los meneos de Laura Marina, me zambullí en el sofá como si viera la luz al final del túnel. No era la muerta, era la bienvenida al Batxe, y no puedo estar más orgulloso de ella.


Después me mareé. Y más después cuando la repetí dos veces. Una, como prometí, a la salida de la Kapital, justo antes de que Oliver (te quiero) oficializara mi nombramiento como polluelo del grupo. Hacer la voltereta del Batxe es como romper el cascarón. Da igual si acabas en la mierda de los contenedores, pues es un movimiento imposible de parar: una adicción. La tuve que hacer una vez más para cerciorarme de que no era un sueño. El Batxe es real. Tanto, que supera la ficción. Esta cuadrilla tiene un comportamiento tan sano y unos valores tan naturales que es improbable no sentirse acogido, a pesar de que los (intentos de) chistes de Carlos provoquen el efecto contrario: en cuanto uno los escucha quiere salir corriendo de allá. Literalmente. Creo que somos de la misma especie.

Este tipo de fin de semanas se deben comenzar siempre de la misma manera, mojando los labios en cerveza y pensando en comida. Era viernes y ya estábamos en una terraza sentados Laura, Patricia, Oliver (te quiero) y yo, aguardando al resto de la comitiva para seguir bebiendo y seguir comiendo. Tres mesas nos estaban esperando en Saona para todo lo que tuviera que ver con llenar la panza. Recuerdo que una vez sentados fue una conversación complicada con Maite, cuya contestación más cariñosa fue un "muy bien" cuando le contaba mis cosillas. Tuve que emplear mis mejores armas para intentar sacarle una sonrisa: hablar de fútbol sala. Total, que casi se viene a Lituania este finde. La comida estaba espléndida para (casi) todos menos para Natalia, que tiene una especial cualidad para quejarse de todo lo que le ponen en la mesa. Al menos lo admite, es sincera y no engaña a nadie, casi no se quejó. Una maravilla. Como Sandra, que a todo responde con una sonrisa. No queda nada de aquella mueta que veía en ciertos vídeos de fiestas alentando la borrachera de Laura, que se pone muy graciosa en esas lides y más cuando se sube a un barril de cerveza dentro de una carpa para acabar tirando a Maite al suelo. Claudia no parece que haga esas cosas, pero me temo que con semejante peña lo más probable es que también esté contaminada.

Al acabar la velada se levantó algo de lluvia y viento, por lo que tuvimos que recurrir a Leo para saber adónde ir. No estaba claro, todo estaba lejos y abarrotado, pero él siempre hallaba la solución para seguir. Alguien tenía que olfatear en busca de cubatas. Tanto buscamos, que nos pasamos. No he visto cubalibre tan delicioso como para pagar 20 euros por él en un antro con las baldosas levantadas y finales felices poco concretos al final de la barra. El lugar estaba vacío, como no podía ser de otra forma con semejante márquetin. La idea pasaba por beber en el hostel, que sin explicación alguna permanecía abierto hasta las 3 de la mañana. Lo que no habíamos previsto es que un amargado trabajador privaba de la entrada a todo aquel que no llevara la horrible pulsera de la habitación atada al brazo. Parecía que no había alternativa para Laura y para mí hasta que apareció Xenia para convencer al hombrecillo y permitirnos una copa decente en compañía. Con esa personalidad era evidente que Rubén, su novio, había caído rendido a ella, ya que era imposible que fuera al revés por sus dotes de comer paté a mordiscos. No tengo ni pruebas ni dudas.


Para el día siguiente quedaba reservado el plan estrella del Batxe. Olaia y Andrea organizaron los dos eventos más esperados del fin de semana: la experiencia sensorial y gastronómica en Papúa Colón y el mencionado desfase en la Kapital. Creo que Olaia es la tipa que mejor y más rápido hace las cuentas después de la comida: uno no se tiene que preocupar por pensar ni del vermú de antes ni de lo que hay que poner después. Te lo da todo hecho: "Es esto, ponlo". Adoramos esta disciplina y perdonamos que le guste el Bitter Kas. Todas las heroínas tienen su punto débil. El mío, desde luego, ya lo he encontrado: el puto cóctel de ese sitio. Jamás he comido ceniza, pero sí la he bebido. Ese brebaje del infierno que se me preparó por recomendación del camarero no puede ser otra cosa que escupitajos de Lucifer. De güisqui no tenía nada y sí mucho de picante y decepción. No pude entender cómo a los cabrones de Carlos y Oliver (aquí no te quiero tanto) les gustó. Es algo contranatural, como no ser del Real Madrid. Por suerte, DM sí que es un chaval con cabales y me apoyó en esta fastidiosa sensación. Más agradable sabor tuvo la merluza que degustamos a la vez que descubríamos Laura, Natalia, Sandra, Naioa —o Naoia, como me salga, no se puede tener tantas vocales juntas— y yo nuestras citas con la alta sociedad europea en el château de Ursula von der Leyen. Sin embargo, no conseguimos conquistar al metre.

A la noche, tras la ingesta de 546.545.615 pizzas, nos dirigimos a la famosa discoteca. Andrea, como anfitriona nocturna, es la muchacha que más fuerte le da a las columnas. De milagro no volcó una de las que estaban en el reservado del lugar. Es sonar una canción de reguetón y se para el mundo, explota el megatrón y Joaquín Prat tontea con una rubia. Son las tres señales de que se va a saltar en aquel balcón y que todo lo que no sea seguir la melodía (con conga o sin conga) será motivo de expulsión más allá de la cinta, seas de Córdoba o no. Yo creía que Nerea, la cazafamosos, y Patricia, a la que me quedé con ganas de ver con pacharán en mano, eran personas correctas hasta que las vi con unos centilitros de ginebra y vodka. A todos nos gusta cantar "¡van a ir al camión!", así que todos de unieron. Yo no lo sabía, pero a mí también. Y no fue lo más impactante, habría que ver a Laura lanzarse al sofá en plancha, desfallecer y posar a lo Titanic. Antes, para ir calentando, zarandeó su sujetador a modo de libertinaje. No miento. Todo está grabado. Hay pruebas gráficas. Como también las hay del concierto privado con el que los tres tenores —sin decir quiénes son— deleitaron a un público guiri y entregado a sus entonaciones y regalos tomboleros. Lo complicado no era entrar, sino salir de ahí. A lo Maite.

Al día siguiente, San Resaca, el erial era visible en la cervecería Santa Ana, como buenos riberos. Entraba la cerveza, pero a menos velocidad que las horas anteriores. Allí todos estábamos espatarrados sobre las sillas, síntoma inequívoco de que la noche anterior fue tan memorable que se recuerdan volteretas de varios miembros a pesar de que algunos no las recuerden. Lo que sí es imborrable es el cariño que uno siente en un grupo (al principio) desconocido. Se puede hablar con uno, con otro, con el otro uno y con el anterior otro y siempre encontrará una palabra de amabilidad —también en Natalia, claro—, estar a gusto, como con ganas de más. Así me siento: con ganas de ponerme el pañuelico rojo e ir directo a Buñuel, escuchar los altavoces con el himno de Navarra y las noticias del día, reírme con el paloteao y luchar por el brazalete de capitán por medio del duro. Creo que tengo un nuevo objetivo en la vida. Y todo por salir de la Kapital haciendo la voltereta.


Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografías propias de el Batxe.

Llover bajo la ducha

Siempre que llevo unos días de retraso en la publicación de entradas en este blog me decepciono conmigo mismo, como si alguna vez alguien leyera más allá del primer párrafo. Estamos hoy en esa misma situación, cuando se publicarán dos textos el mismo día para paliar esa falta de letras en este humilde site. En un trabajo de rapidez e intento de agudeza, pretenderé que estas teclas den algo de sentido al día de hoy. O no. Ya puestos, uno tiene que cumplir y ya, no hay tiempo para más.

Será corto, no os preocupéis, pues el siguiente en venir —todavía sin escribir— tendrá forma grandilocuente y extensa, ya que bien merece un recordatorio inmortal para el siempre. Sin contar, eso sí, que anticipo otra posible interrupción en los dos próximos fines de semana, motivado por el inminente viaje a Lituania para presenciar el Mundial de fútbol sala. Quizá una de las citas más esperadas desde que un servidor tiene conciencia del fútbol sala y que por primera vez en 25 años se celebra en el continente europeo. La última, para los más despistados, fue en España, el torneo que nos acercó a Brasil antes de conseguir las dos estrellas del pecho.

Pero no me desvío, que esto no es un texto de deporte, sino de banalidades. Las mismas que le llevan a uno a pensar que alguien estará esperando intensamente el post de cada semana. Aquí está, sin nada más que decir que no tengo nada más que decir, un clásico en este rincón con casi 10 años de vigencia. Sin pensarlo, acabo de darme cuenta de que nos estamos acercando al aniversario y está pendiente celebrarlo como se merece: con un estúpido texto. Sería como llover bajo la ducha.

No hay otro motivo más que regocijo desde aquel 20 de noviembre de 2011 que uno siga teniendo la constancia de sentarse cada semana a vomitar lo poco que se le pasa por la cabeza. A veces mejor y a veces peor. A veces con más ánimo que otras. A veces con más calidad que muchas. A veces con más frecuencia que lo lógico (una por semana y demasiado para los tiempos que uno maneja en la madurez). Qué suerte, ya sé sobre qué escribir cuando llegue el momento. Quiera o no, la lluvia no cesa.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de Amazon.

martes, 7 de septiembre de 2021

Fuck Lisboa

He estado en Lisboa. Con gente. Hemos estado en Lisboa y el primer día (madrugada) no podría haber sido una mejor representación de lo que estaba por venir: cerveza, patinetes eléctricos y una concatenación de malas decisiones que acabaron con nosotros en el suelo, bien borrachos o/y bien doloridos. Sólo así se explicaban las noches en las que combinábamos raves improvisadas con franceses, intercambios culturales con alemanes, conversaciones políticas con un albanokosovar o juegos direitos con portugueses. De hecho, nuestro ciclo en Portugal se resumió en compañía de dos holandeses borrachos: un cuarentón que se agarró a nosotros la primera noche y un veinteañero que nos hizo la despedida en la última mientras berreaba un fuck a todo lo que no estuviera bajo los colores del PSV Eindhoven. Fuck Cruyff. Fuck Mathijsen. Fuck Iniesta. Fuck Kluivert. Fuck Xabi Alonso. Good Ronaldo. Very good Robben. No hubo momento alguno en el que no le diéramos la razón. No podía ser de otra forma habiendo un río a nuestras espaldas.

Nuestro viaje a la capital no se hubiera podido entender sin una cerveza en la mano. En este apartado, la llegada de Paco al segundo día fue determinante, el empujón que nos faltaba incluso para comprar alcohol en una pescadería. Era como una regla que provocaba una crisis existencial: si a los 10 minutos no teníamos algo que echarnos a la boca nos encontrábamos tristes y desorientados, preguntándonos qué coño habíamos venido a hacer a Lisboa si no era a otra cosa que a beber y a subir cuestas, lo que nos llevaba a adentrarnos en una relación de amor-odio con la ciudad. Todas las calles tenían putas cuestas. Para arriba y para abajo. El mayor consuelo que teníamos es que había seis personas de las siete que formábamos el grupo que lo estábamos pasando mejor que la otra, de la que sólo diré que se apellidaba Álvarez. Y no era el cojo. Su deseo fue, siempre que el sueño no se lo impidiera, coger cualquier vehículo motorizado con tal de evitar las pendientes: ya fuera un tuc-tuc, un patinete o el tranvía más macabro de los que se han conocido, a riesgo de romperse la crisma en cualquier frenazo. Coger un tranvía en Lisboa es una actividad autolesiva, como si uno cediera voluntariamente su cuerpo al frenesí de un amasijo de hierros sin control. Aquella tortura sólo era comparable a la incontinencia verbal de Tomás en una mañana de resaca. No fallaba.

Entre dolencias varias y Efferalgan efervescente, arrancábamos cada día con la firme intención de hacer turismo, pero el plan se iba menguando a medida que avanzaba el día. Uno de los planes primarios, cuando estábamos sobrios, era coger el coche para visitar alguna ciudad cercana. Aquello se disolvió tan rápido como lo hacían las pastillas, por lo que nuestra decisión se basó en conocer Lisboa de manera exclusiva. Para ellos disponíamos de Estepa que, al margen de destrozarle el hombro a Ale Hidalgo, también ejerció de guía personalizado y experimentado. Nos llevó a rincones preciosos donde conocimos panorámicas de la ciudad realmente bellas, siempre con las protocolarias paradas entre cuestas y cuestas para repostar energías. Nunca había que olvidar que teníamos dos objetivos durante el viaje: enriquecernos culturalmente e hidratarnos. A veces, incluso comíamos. Sea lo que fuere: bacalao, almejas, arroz, gambas o bocadillos aceitosos de kebab con una salsa amarilla que jamás sabremos qué la componían. Además, hacíamos algo curioso: nos tomábamos el postre antes de la cena, algo que rara vez se puede hacer si no compras el pastel de Belém en Belém. Necesitábamos energía después de otro viaje en patinete eléctrico por las aceras adoquinadas de Lisboa. He llegado a pensar que esta ciudad, en ocasiones, te quiere matar. Pero no lo hizo y, en cambio, nos regaló un precioso paseo por el Monumento a los Descubrimientos (con parada para cerveza), la Torre de Belém (con otra parada para más cerveza) o el paseo marítimo (con cerveza, obvio, enfrente del río). Tuvimos la suerte de bendecir a una prometida ante la llegada de su incipiente boda. Somos gente completa.



Pero hay una persona por encima del resto que hizo posible que las costumbres se convirtieran en hábitos. Eloy fue la quien gestionó de tan buena forma el dinero que no tuvimos conflicto por ello. Siempre nos cubrió de necesidades y nos agasajó con un botellín cuando más lo necesitamos. Negoció de manera excepcional con la gente de mochila. Fue nuestro macho alfa y ni siquiera su derrota en el Campeonato Mundial de Cabezazos Frontales empañará su buen hacer a cada paso que dábamos. Incluso cedió amablemente su brazo para que me agarrara en cualquier momento del paseo. Un gesto que le honra. Sin rechistar ante mi evidente cojera. Un héroe con cicatrices de guerra en la frente como las tendrá, al menos durante unos días, Ale en su cara. Fue víctima de manera imprevista de una encerrona en su rostro: acabó como un actor porno de los años 70, con la única barba que un bigote y la cara brillosa. Un semental estratosférico.

Ha sido el primer finde de cremas, pero no será el último de un grupo que nació para hacer deporte y que sigue siendo sano, pero desde otra perspectiva: la mental. Queda el compromiso de que al menos una vez al año podamos seguir desconectando con carcajadas, pedos, eructos y fucks a todo lo que nos amargue la vida. Menos a Lisboa. Esto es otra cosa. Fuck Lisboa. Ha estado guapísimo.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografías propias de esta panda de hijos de puta.

sábado, 28 de agosto de 2021

¡Incluso piensan!

Estoy harto de que me digan que tengo la sangre dulce y que a ellos no les pican. Estoy harto de que me digan que duermen con las ventanas abiertas de par en par y no ocurre nada. Estoy harto de que me digan que se despiertan por la mañana sin abrasarse la piel con las uñas. Estoy harto de la gente que dice que odia el verano, porque a mí me gusta, pero también odio al verano por los mosquitos. Me he convertido en lo que no quiero ser, pero odio al verano porque parezco la única fuente de alimentación de esos bichejos que no me han permitido dormir una sola noche sin que tenga miedo de despertar tan inflado como el muñeco de Michelín. Y jode. Mucho.


Como sabréis, por la noche nuestro sistema nervioso activa de forma más intensiva las terminaciones que cubren todo nuestro cuerpo [me lo estoy inventando] y sentimos más, como si estuviera adormecido y cualquier síntoma de actividad hiciera alertar a nuestro cuerpo. Véase subida del gemelo, por ejemplo. Nos duele más, nos jode más, nos destruye la vida (más). Imaginaos cómo un mosquito puede tener la mala sangre de ir a parar a uno de los dedos más pequeños del pie, morderte y arruinarte la noche. Pensaba que me iba a explotar del bombeo que allí se estaba produciendo, como una puta tortura sin mencionar que, en otra ocasión, uno de sus contemporáneos fue a parar a la planta. ¡La planta del pie! ¡Pero si eso no tiene que estar ni bueno!

Lo hacen por joder, cada vez estoy más convencido.

También he llegado a otra conclusión: es imposible acabar con ellos. Bajo ningún concepto. He probado a aislarme en mi habitación, con ventanas y puertas cerradas, con todo el piso sellado para que si acaso entre algo de aire del edificio, y siempre han encontrado el recoveco para seguir mi olor y succionarme. Una y otra vez. Quizás se hallan agazapados durante el día, escondiéndose cuales ratas, a la espera de que la luz se vaya y comience el festín a mi costa. Putos bichejos, ¡incluso piensan!

Me duele decir esto, pero estoy esperando desde hace tiempo que acabe este verano sangriento, carnívoro e insaciable. Quiero dejar que mi cuerpo parezca una nueva cepa de la varicela y recupere mi tez lisa, suave y libre de bichejos inteligentes cuyo único objetivo es dejarme seco. Por favor.

Mi Twitter: @Ninozurich
*Fotografía tomada de Colegio San Cristóbal.